Este artículo se publicó hace 16 años.
De ingeniero agrónomo a recolector
Hace cuatro años, según un informe de la empresa de trabajo temporal Adecco, los trabajadores inmigrantes superaban en nivel formativo a los españoles. Hace dos, la tendencia se invirtió, y la cifra de extranjeros con títulos universitarios descendió del 23% al 8,2%. Pero no en toda España. Al menos, no en Andalucía.
“Imaginemos el caso de una familia andaluza que decidió establecerse definitivamente en una ciudad extranjera. ¿Qué opinaríamos si a los hijos de esa familia, a pesar de obtener unas excelentes notas, se les cerrasen sistemáticamente las puertas de ingreso en las profesiones de nivel medio-alto y alto?” Esta reflexión, extraída de un cuaderno del Centro de Estudios Andaluces, es una realidad para un tercio de los inmigrantes con títulos universitarios que viven en la comunidad y que trabajan en puestos no cualificados.
Son extracomunitarios, procedentes en su mayoría de América Latina y Europa del Este y ocupan empleos en la hostelería, el campo y los servicios domésticos, según el estudio La inmigración en Andalucía: una visión desde el siglo XXI. El porcentaje de estos inmigrantes duplica incluso el de andaluces con carreras: un 13% según el censo de 2001, en una comunidad, además, donde la tasa de fracaso escolar se eleva al 35%.
Homologación de títulos
Según el autor del estudio, Sebastián Rinken, existe un gran desajuste entre el nivel de formación de los inmigrantes y su nivel ocupacional: “Es muy fácil encontrar a un ingeniero agrónomo como peón agrícola o a un físico en el sector de la hostelería”. O a una geriatra trabajando durante cuatro años como empleada doméstica interna. Es el caso de Juana Martínez.
Esta mujer, de 50 años, llegó desde Colombia a la provincia de Sevilla hace una década. En la casa donde vivía compaginaba las tareas del hogar con el cuidado de dos enfermos. Y a veces, en su tiempo libre, trabajaba en un supermercado. Tenía dos hijos que alimentar en su país. En la capital, Juana consiguió un empleo más adecuado a su formación: atención a domicilio para ancianos. Pero no se rinde. “Ahora que tengo algo más de tiempo, voy a intentar que me homologuen mis estudios”, dice.
Acelerar esta homologación de los títulos es la vía rápida por la que aboga Rinken. Hay otra, pero es más lenta –y casi utópica, por no decepcionar a los más esperanzados–: generar un debate público que establezca el mérito como único requisito para conseguir un puesto de trabajo cualificado. “Y no el lugar de nacimiento”, explica Rinken con convicción. El debate, además, debe pasar por un aumento de la calidad del empleo.
Muy bien. Imaginemos que hay debate. ¿Estallaría un conflicto social entre autóctonos y extranjeros? La respuesta, algo obvia, la daría el futuro. Lo que sí avanza ya en el presente es que la percepción positiva que actualmente tiene la opinión pública sobre la mano de obra que aportan los inmigrantes cambiaría. ¿Quién, si no, haría el trabajo duro?
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