Este artículo se publicó hace 15 años.
La hostilidad de Jamenei a Occidente marca la política de Irán
Por Alistair Lyon
La profunda aversión hacia Occidente del líder supremo iraní, el ayatolá Ali Jamenei, eclipsa cualquier perspectiva para un acuerdo duradero o acercamiento con Estados Unidos.
Firme defensor del programa nuclear iraní, Jamenei ha desmentido en el pasado las acusaciones occidentales de que su país quiere construir bombas atómicas, diciendo: "Está en contra de nuestras creencias islámicas".
Irán podría o no apoyar un borrador de acuerdo forjado esta semana con tres grandes potencias y el organismo de vigilancia nuclear de la ONU para aliviar las preocupaciones sobre sus trabajos nucleares, pero un cambio en la política parece poco probable mientras el alto y barbudo Jamenei siga en el poder.
El clérigo de 70 años, que decide en última instancia sobre asuntos de Estado, simplemente no confía en Estados Unidos, país descrito en una ocasión por su fallecido mentor, el ayatolá Ruhola Jomeini, como un lobo para el cordero Irán.
"Para Jomeini, la enemistad con Estados Unidos fue un pilar importante de la revolución y se convirtió en algo fundamental para la identidad de la República Islámica", dijo Karim Sadjadpur, un experto en Irán de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional.
"Creo que ese también es el caso de Jamenei".
Después de la muerte de Jomeini en 1989, Jamenei fue elegido para sucederle, algo que fue una sorpresa para algunos que veían en él sólo un clérigo chií de jerarquía media. Rápidamente fue ascendido a ayatolá.
Jamenei heredó enormes poderes, pero no podía esperar emular la imponente autoridad política y religiosa del fundador de la revolución de Irán. Sus aliados aseguran que suele tomar las decisiones importantes después de consultar con un grupo cercano de oficiales importantes.
Puede contar con la lealtad de la Guardia Revolucionaria y la milicia religiosa Basij, que juntas lideran los esfuerzos para sofocar los disturbios desatados tras la reelección del presidente Mahmud Ahmadineyad en junio, unos resultados que según la oposición estuvieron amañados.
Pero Jamenei ha tratado de asegurarse de que ningún grupo, ni siquiera entre sus aliados conservadores, consiga poder suficiente como para desafiarle.
GUERRA PSICOLÓGICA
El mes pasado, Jamenei acusó a Occidente de organizar los disturbios que siguieron a la reelección de Ahmadineyad, pero dijo que la opción de una guerra era poco probable.
"El enemigo ha venido para enfrentarse a las instituciones islámicas con una guerra psicológica", dijo ante una asamblea de clérigos. "Uno no debería ignorar el plan del enemigo de urdir y sembrar cizaña".
Sadjadpur, autor de un estudio sobre los escritos y discursos de Jamenei, dijo que los puntos de vista antiestadounidenses del líder nunca habían fluctuado, aunque podría mostrar una flexibilidad táctica para preservar la autoridad de los clérigos en tiempos difíciles, como la crisis post-electoral.
"Lo que es interesante es que no le teme a una acción militar. Está obsesionado con la idea de una revolución de terciopelo".
Jamenei cree que más interacción con Occidente, que podría darse con el tipo de compromiso político que visualiza el presidente de EEUU Barack Obama, diluiría fatalmente la cultura revolucionaria islámica de Irán, argumentó Sadjadpur.
Jamenei ha favorecido claramente a los ultraconservadores, ayudándoles a sacar adelante reformas cuando el moderado Mohamad Jatamí era presidente entre 1997 y 2005, y respaldaron a su sucesor radical, Ahmadineyad.
La decisión del líder supremo de tomar partido en los disturbios que dividieron a la élite religiosa y política tras las elecciones alimentaron una crisis de legitimidad.
En teoría, Jamenei podría ser apartado del cargo por la Asamblea de Expertos, formada por 86 hombres, pero la institución clerical nunca ha prescindido de un hombre que controla muchas de las palancas del poder.
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