Hollande, el paciente francés
El candidato socialista es visto como la esperanza de un cambio en las políticas restrictivas de la derecha europea
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A estas alturas de la película, ser ninguneado constantemente por Nicolas Sarkozy, inquietar a los mercados o convertirse en una especie de enemigo público número uno para Angela Merkel, Mariano Rajoy, Mario Monti y David Cameron, no debería ser interpretado como un problema. Es más, según como se mire, puede ser casi un honor.
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François Hollande, el candidato del Partido Socialista (PS) francés al Elíseo, tiene todo a su favor para convertirse en el próximo presidente de Francia y acabar con 17 años de dominio conservador en su país. Pero también tiene ante sí la oportunidad de demostrar que la derecha europea ha sido y será incapaz de solucionar la crisis económica.
Hollande (Rouen, 1954) es un político de largo recorrido que ha sabido esperar su momento. Inició su carrera dentro del PS muy joven, en 1979, y pronto se convertiría en asesor económico del expresidente François Miterrand. Nueve años más tarde fue elegido diputado por la región de Corrèze y otros nueve años después alcanzó la secretaria general del partido sucediendo a Lionel Jospin.
En el cargo estuvo hasta 2008, cuando dimitió tras el varapalo que supuso que Ségolène Royal, su exmujer, no consiguiera hacer frente a Nicolas Sarkozy. En aquellas elecciones podría haber sido candidato pero le cedió el puesto a Royal porque gozaba de mayor popularidad.
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Puede que fuera su error más grave. Los socialistas franceses no habían conseguido pasar a la segunda ronda en 2002 dejando la pelea por la presidencia en manos de Jacques Chirac y el Frente Nacional del ultra Jean Marie Le Pen. Y tras el ascenso de Sarkozy, la travesía por el desierto se hizo eterna.
Puede también que los franceses no estuvieran preparados para Hollande, que es todo lo contrario al actual presidente. Poco mediático, tranquilo, reflexivo y con un alto conocimiento de la sociedad a todos los niveles. Eso, hoy, es sin duda su mejor arma, lo que se refleja en los sondeos.
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Todos le dan como vencedor en la segunda vuelta. Quién sabe si la historia habría sido igual con Dominique Strauss Kahn, exdirector del Fondo Monetario Internacional, como candidato.
Su candidatura en marzo del año pasado y su posterior victoria en las primarias socialistas fue toda una sorpresa. Pero Hollande es visto en Francia como el menos malo y eso en política a veces es la llave del poder.
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Su discurso en la campaña ha sido claro. Está en contra del pacto fiscal programado por la entente Merkozy y pretende recuperar las políticas sociales con impuestos a las grandes fortunas. Propone un modelo de sociedad en el que los mayores formen a los jóvenes en sus puestos de trabajo antes de jubilarse. Es favorable a que la retirada de los trabajadores llegue a los 60 años, a que los inmigrantes puedan votar en las municipales y a que los homosexuales se puedan casar.
Suena a utopía. Aunque muchas de esas medidas fueron una vez aspiraciones de lo que debía ser la Unión Europea. En sus manos está recuperarlas. Si los ciudadanos le votan y si la tecnocracia, los mercados y la austeridad rampante se lo permite.