Este artículo se publicó hace 13 años.
Historial nacional de la infamia
Cada vez que la memoria histórica irrumpe en la actualidad hay gente para todo: gente que se alegra, que se indigna, que respira aliviada o que se sube por las paredes. Cada vez que la guerra y el franquismo vuelven, tiene lugar entre quienes discrepan no un intercambio de ideas, sino un cruce de sentimientos, una confrontación de cóleras, de amarguras, de revanchas e impotencias, de resentimientos, o aún peor: de burlas, de mofas, de desprecios.
Todas esas reacciones ilustran el hecho incontrovertible de que el pasado no ha pasado, de que somos un país que tiene unas abultadas cuentas pendientes con el pasado que se niega a saldar porque hacerlo es doloroso, al tiempo que se hace la ilusión de que por el hecho de no saldarlas, esas cuentas irán menguando por sí mismas hasta desaparecer.
La estrategia de recuperación de la memoria histórica ha sido un rotundo fracaso justo por lo contrario que sostienen sus detractores: no porque el pasado esté muerto, sino porque está demasiado vivo. Y está demasiado vivo porque fue demasiado injusto. El fracaso de la iniciativa de Zapatero demuestra que había que intentarlo, al igual que el hecho de que la derecha interpretara esa iniciativa como una agresión demuestra que las cuentas con la historia no están saldadas y que el pasado sigue vivo.
Tan vivo que, por ejemplo, se cuela con toda naturalidad en un aséptico diccionario impulsado por una venerable institución como la Academia de Historia cuyo cometido último es precisamente saldar de manera respetuosa y científica las cuentas del pasado, no engordarlas incorporando nuevas infamias o legitimando las antiguas.
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.