Este artículo se publicó hace 15 años.
Donde sólo habita el silencio
Aragón reúne varios pueblos en los que ya no queda nadie. Una serie de iniciativas reivindican su puesta en valor.
A mediados del siglo XX, muchos habitantes de pequeños pueblos y aldeas de Aragón se vieron obligados a abandonar sus casas a la procura de una vida mejor en las ciudades. Lo que empezó como la marcha de algunos terminó, en los casos más graves, por el abandono de núcleos completos de población. En algunos de ellos, una serie de iniciativas intentan en la actualidad reivindicar su puesta en valor para evitar que su huella se pierda para siempre. Se trata de recordar, aunque sea durante unos días, que estas localidades hoy vacías conservan valiosos restos de arquitectura tradicional o de la red de caminos de herradura que durante mucho tiempo usaron sus habitantes, pasando por una toponimia centenaria que hoy casi nadie pronuncia.
Pero las iniciativas que toman estos pueblos abandonados como escenario visibilizan algo todavía más importante que esos restos materiales: traen al presente, muertos o emigrados sus últimos habitantes, el hecho de que que aquellas personas tenían unas tradiciones y leyendas, una sabiduría popular, unas creencias y una lengua con peculiaridades de la que hoy sólo quedan vagos recuerdos, pero que hay quienes se resisten a dejar morir.
La arquitectura tradicional, los caminos de herradura, la toponimia... con la pérdida de estos pueblos se pierde también toda una cultura material única.Un ejemplo de ese deseo de mantener vivo el espíritu de quienes nos precedieron es la actividad "La senda amarilla", que se celebra en el pueblo abandonado de Ainielle, en Huesca. La Asociación Cultural O Cumo es la promotora de la iniciativa, que pretende recuperar la memoria de esta localidad del Alto Gállego mediante un recorrido entre ella y Oliván. La cita para 2009 es el sábado 3 de octubre. Inspirada en la novela La lluvia Amarilla, en la que Julio Llamazares recreó la soledad del último superviviente de Ainielle, la ruta es hoy todavía más dramática, puesto que ya no nos recibe nadie para contar cómo es la vida aquí. A los curiosos y nostálgicos que se acerquen hasta Ainielle los recibirá casa "O Rufo", la última que se deshabitó.
Huesca, donde se ubica Ainielle, es de hecho una de las provincias españolas más afectadas por el despoblamiento de los núcleos rurales. En pleno valle de Tena encontramos otro ejemplo, Lanuza, una aldea que hoy resurge en parte gracias al empuje del festival Pirineos Sur, que acoge cada verano. Abandonados están también Bergusa y Susín, donde la iglesia de Santa Eulalia sobrevive entre casonas del siglo XVIII que nos hablan de un pasado de esplendor decadente.
Montañana, en Ribagorza, por la zona de los Pirineos, fue declarado Bien de Interés Cultural en 1984. Pero ese reconocimiento no sirvió para que la gente dejara de irse. Ahora, un proyecto del Gobierno de Aragón trata de rehabilitarlo para convertir su casco urbano medieval en un reclamo turístico y, quién sabe, en un futuro núcleo habitable.
En la Sierra de Luna quedan Júnez y Lacasta, localidad con una iglesia románica dedicada a San Nicolás de Bari que, como en tantos otros núcleos rurales abandonados, nos habla de un pasado esplendoroso que quizás las generaciones futuras ya no lleguen a conocer. Pueblos que mantienen la esencia del pasado, que en su tiempo guardaron los dramas, alegrías, en suma, la vida de decenas de personas. Pueblos en los que hoy sólo habita el silencio.
Más informaciónLa web de la Asociación Cultural O Cumo ofrece datos sobre la iniciativa de "La lluvia amarilla", una de las pocas que intentan recuperar la memoria de los pueblos deshabitados aragoneses (www.ocumo.es). Existe además un blog, www.pueblosabandonados.es, en el que se vuelca información sobre localidades deshabitadas de diversas partes de España.
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