El golpe de Estado divide a la Iglesia católica en Honduras
Muchos sacerdotes critican que el alto clero haya apoyado al golpe de estado
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Micheletti: "Yo soy el presidente de Honduras a menos que Dios quiera quitarme de aquí". Zelaya: "Estoy vivo por una gracia de Dios". General Romeo Vásquez: "Me hinco a pedirle sabiduría a Dios". Xiomara Castro de Zelaya: "Dios está haciendo su obra, Dios está tocando el corazón de los golpistas".
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Dios por aquí, Dios por allá. Honduras, aunque parezca sumida en una batalla por la fe, vive una crisis política y social, tal vez la más peliaguda de un país arrasado hace años por el huracán Mitch, que sufrió la Guerra del Fútbol con El Salvador, dictaduras militares y gobiernos corruptos. No importa que sean católicos o evangélicos, todos abusan de la misma palabra. Y muchas veces en vano
"Dios es la palabra más manoseada ahora, tanto por las víctimas como por los garroteadores. En un pueblo como el hondureño hablar de Dios es una buena táctica para la propaganda". El padre Fausto Milla habla con tanta suavidad como contundencia. Lleva décadas trabajando con los pobres en el Copán, la región rebelde. Ha acudido a la Embajada de Brasil para entregarle a Zelaya hierbas con las que cura a los pobres. Y opina sobre la intermediación emprendida por el obispo Pineda: "¿Cómo se puede dialogar con el garrote en la mano? A Dios rogando y con el mazo dando".
La Iglesia católica ha intentado canalizar las vías de negociación desde el regreso de Zelaya al país hace 13 días. Propone abrir una mesa de diálogo compuesta por representantes del gobierno depuesto, del gobierno de facto, de la Unión Cívica Democrática y de la Resistencia.
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Pero el clero hondureño tomó partido poco después del golpe en boca de uno de los cardenales más poderosos del continente, monseñor Óscar Rodríguez Maradiaga, papable y ahora acusado de golpista por la Resistencia. El férreo marcaje al que Maradiaga tiene sometidos a sus obispos y sacerdotes no han logrado callar a los religiosos que apoyan a Zelaya: el salvadoreño Andrés Tamayo, parapetado con el presidente en la legación brasileña; Luis Alfonso Santos, obispo rojo de Copán; y el propio padre Milla, quien acusa sin miramientos: "El cardenal se descardenalizó. Se autoencarceló en la cárcel del pueblo".
Y muchos otros en las colonias pobres del país. Honduras está partida en dos. También la Iglesia. En la Colonia Kennedy en Tegucigalpa, el padre Sebastián oficia la última misa del día. No quiere hacer declaraciones, lo tiene prohibido por el Episcopado.
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-Padre, y si pudiera hablar, ¿qué diría?
-Pues que estoy con el pueblo y con la Constitución. Estamos tan divididos como el país, aquí la influencia de monseñor es enorme. Controla la archidiócesis. Pero Copán sí está levantada".