Este artículo se publicó hace 13 años.
Los gays veteranos reclaman residencias sin homofobia
La Fundación 26 de Diciembre lucha por construir un centro para mayores libre de discriminaciones
"Los gays no dejamos de ir a la cárcel por escándalo público hasta el año 1988". Así de contundente es el resumen de la historia de represión que han sufrido los homosexuales en España que hace Federico Armenteros, presidente de una Fundación que tiene nombre de fecha: 26 de Diciembre.
Ese día, en 1978, se modificó la Ley franquista de peligrosidad y rehabilitación social, lo que supuso un primer paso para su derogación total, que no llegaría sin embargo hasta una fecha tan reciente como 1995. La norma establecía, para todos aquellos que realizaran "actos de homosexualidad", penas de hasta cinco años de "internamiento en asilos curativos o en establecimientos de reeducación". "La gente que estuvo en la cárcel quedó muy marcada y todavía hoy tienen miedo a dar la cara", explica Armenteros.
Tras haber pasado por eso, los homosexuales que afrontan ahora su segunda juventud constatan con satisfacción cómo han cambiado las cosas y las ventajas de las que disfrutan los jóvenes de hoy, aunque están lejos se sentirse satisfechos. En este contexto, y en el marco de su objetivo de "hacer visibles" a todos los que vivieron el horror de ser perseguidos como delincuentes sólo por su condición sexual, han emprendido una batalla para erradicar la homofobia de las residencias de mayores a través de un proyecto que es a la vez un sueño: construir su propio complejo.
"Conocemos un montón de casos de gente que ha ingresado en una residencia y se ha tenido que ir porque estaba aislado o porque recibía insultos día sí, día también", explica Federico. "Todavía hay mucha homofobia, sobre todo, entre la gente mayor", añade el presidente, que suele reunirse con otros miembros de la Fundación en la cafetería Figueroa de Madrid, uno de los lugares de reunión históricos del movimiento LGTB.
Una residencia "alegre"En sus encuentros hablan sobre las vivencias de quienes fueron a la cárcel por su orientación sexual y de las de aquellos que, aunque no hayan estado en prisión, tuvieron que ocultar su verdadera condición para escapar de la represión: de la policial y de la social en general. Muchos de ellos, como Federico, tuvieron que contraer matrimonio para conseguirlo. También aprovechan para criticar a los políticos sobre todo a los homófobos y, sobre todo, para compartir su sueño de levantar una ciudad homosexual a modo de residencia de ancianos, "pero mucho más alegre", comentan.
El grupo ya tiene los planos preparados para construir, cuando algún ayuntamiento les deje, un amplio complejo residencial donde "vivir como una familia y poder cuidar unos de otros", expresa el presidente.
La intención es alejarse de la idea de residencia "gris y triste". "Yo prefiero ir a la cárcel antes que a una residencia donde te dicen cuándo comer, cuándo dormir y cuándo salir a pasear", apostilla Nina Martín, otra componente de la Fundación 26 de Diciembre. "Y yo prefiero morirme", sentencia rotundo José María Herrera, también miembro del grupo.
José María, de 65 años, recuerda por su parte cómo en su juventud llevaba una "doble vida, en el sentido más literal de la expresión", para que nadie sospechara sobre su verdadera tendencia sexual en Ceuta, su "pequeña" ciudad natal. "Yo tenía un novio y una novia. Quedábamos los tres, él se llevaba a una amiga y así parecíamos dos parejas que salían juntas. Era la única forma que teníamos para poder vernos", narra.
Amor platónicoPor su parte, el presidente, que tiene 52 años, es de los que se casó porque "era lo que tocaba". "Me casé enamorado y todavía quiero mucho a mi ex mujer, pero de una forma muy platónica que no tiene nada que ver con el amor", relata.
En los 70, Federico se marchó a Italia e ingresó en un seminario. "Era un incomprendido y estaba muy solo. Yo siempre me sentí raro, pero nunca me consideré un enfermo", sentencia. Aun así, su familia no le entendió. Por eso intentó hacerse cura. "Creí que sería una buena manera de evitar la preguntita ¿por qué no te casas?", relata. Y, después de cinco años "vistiendo faldas", apostilla entre risas, volvió a España.
Recordando lo duras que fueron sus vidas, los miembros de la Fundación no pueden evitar envidiar las ventajas que tienen los jóvenes gays, lesbianas y transexuales de hoy en día.
"Ojalá hubiese tenido yo los medios de ahora", lamenta Susana Cifuentes, transexual de 47 años. Todavía nota la discriminación: "Cuando voy a pedir trabajo, me dicen que sí, que soy muy guapa, pero que me sobra un paquete", cuenta con dureza. "Salir a la calle con 18 años y que no te señalen con el dedo es todo un adelanto", opina.
"A mí me dan envidia los chicos que se visten monos, que van con sus bolsos y con su pluma puesta a todas partes, sin tener que esconderse de nada", anhela Federico.
Una gran cooperativaPero, lejos de quedarse quietos creyendo que ya está todo hecho, los miembros de la Fundación ahora que ya son "mayores", viven su sexualidad "con absoluta libertad" y tienen "mucho tiempo libre", se ocupan de la puesta en marcha de su "residencial". Lo describen como un complejo con varios pisos de apartamentos privados, zonas comunes, salas de ocio y enfermería, entre otros servicios, también será accesible para los que no tienen recursos. "Crearemos una gran cooperativa donde todos aportemos algo. ¿Que alguien no puede pagar pero sabe poner cafés? Pues al restaurante. ¿Que sabe hacer punto? Pues a organizar un taller", explica Federico.
Además, el restaurante, el gimnasio, la biblioteca y el salón de actos serán accesibles al público, sin necesidad de que se trate de residentes ni de familiares. "¡Nada de estar aislados del mundo!", exclaman. Por otro lado, el residencial "no será exclusivo pero sí especializado", explica el presidente. Su principal función será la de ofrecer un futuro tranquilo a todos aquellos que ya han sufrido bastante durante su juventud.
Es el caso de Federico, que recuerda cómo, cuando su familia rechazó su homosexualidad, se sentía "incomprendido y solo". La de José María, sin embargo, decidió hacer la vista gorda durante años. "Siempre lo sospecharon, pero ese era un tema tabú en mi casa", cuenta él, con la tranquilidad que le da el haberse aceptado a sí mismo desde el principio.
A Federico, en cambio, le costó un poco más. Se casó y tuvo una niña. "Y fue mi mujer la que me presionó para que fuera a un psicólogo", confiesa. "Cuando ya supimos que lo que me pasaba era que soy gay, supuso un coste emocional muy alto para todos", recuerda. Pero enseguida cambia de tono para hablar de la alegría del presente. "¡Mi hija acabó viniendo con sus amigas a celebrar el día del Orgullo y con mi ex me llevo estupendamente!", exclama. José María, por su parte, se mudó a Madrid hace 25 años con un amor 20 años menor. Hace cinco años se casó con él y fue entonces cuando confirmó las sospechas de sus hermanas.
Ahora, en su madurez, sólo piden respeto. "Por eso en el residencial preguntaremos si eres homófobo, nunca con quién te acuestas", concluye Federico.
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