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Las fotos del ruido

46 fotógrafos de varios continentes protagonizan en París una de las bienales más atrevidas del género

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Quizá a usted le siga interesando lo que de verdad está pasando en el mundo. La Tierra tiembla más fuerte que Fukushima y, además, tiembla cerca, con las revoluciones del sur del Mediterráneo. París recibirá todo el rugir del mundo en septiembre, a las orillas del Sena, con PhotoQuai, la bienal de fotografía no occidental, que selecciona los trabajos de varios continentes habitualmente desterrados del centro de atención.

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PhotoQuai es una joven institución creada hace seis años por el Museo del Quai Branly. Ese centro, una nueva y curiosa institución cultural gigantesca y superdotada de París, tiene una misión estratégica para la República Francesa: reunir todas lascolecciones de piezas que la vieja potencia colonial fue recopilando sobre “las artes y las costumbres de los salvajes indígenas” y revisarla con arte contemporáneo.

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Las obras de estos fotógrafos serán expuestas a lo grande, como gigantes, en paneles de más de tres metros a la vista de todos, en la Ciudad Luz en el espacio público y sin entrada que pagar. “Es simplemente un recorrido fotográfico, un paseo, que permite pasar de un universo a otro, sin organización por países”, señala Huguier.

“Por ejemplo, en uno de los puntos de las orillas las fotos gigantescas en blanco y negro del congolés Christian Tundula, que representa sólo a chicas con la ropa de calle de Kinshasa bailando en trance, se enfrenta a las fotos de estudio en color del coreano Chan Hyo Bae, cuyo delirio es el de autorretratarse vestido de dama noble inglesa de la época victoriana”, señala. “Se trata de un diálogo a distancia entre universos totalmente diferentes, entre inspiraciones radicalmente opuestas”, añade.

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Cabe advertir que el “ruido del mundo” es una auténtica bofetada y no un diseño confortable. Tras ver en los locales de Françoise Huguier buena parte de las fotografías protagonistas, los trabajos de los artistas de Zanzíbar o Daar-Es Salam, de Pennang o de Kuala Lumpur o de Borneo son simple y llanamente rabiosamente contemporáneos. Destacan por su autenticidad, por la inquietud que han alcanzado en su tratamiento fotográfico, incluso, por sus planteamientos polémicos. Son trabajos realmente duros de roer, mucho más que los artificiosos debates del arte consagrado.

El mejor ejemplo de esa paradoja es Pang Khee Teik. Artista y militante homosexual, se enfrenta a la legislación represiva de Malasia. Le intrigó una decisión de la comisión de censura que desde hace unos meses autorizó a poner protagonistas homosexuales en las películas y las series de Malaisia. Pero sólo si al final se arrepiente o va a la cárcel o muere. Pang Khee Teik agarró con toda su ironía la dichosa ley y produjo una serie de deliciosos clichés, en los que, sin ninguna distancia, situaba a una serie de personajes homosexuales clamando por su arrepentimiento.

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“No conozco ni un sólo fotógrafo de arte occidental que se atreva a tal relación con el arte porque le dirían: qué vulgar”, explica Huguier. “Bastantes países del sur de Asia, y del extremo oriente asiático tienen buen cine y en masa, difundida por la tele, muy presente hasta en las aldeas. Por eso allá tienen esa relación desacomplejada con la cultura popular. Aquí, a un artista que se atreviera a eso, en las galerías le dirían: “¡Ah, qué asco!”.

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