Este artículo se publicó hace 15 años.
Extasiados hasta que llegue el amanecer
Pasada la epidemia de la heroína en la década de 1980, la droga se asocia ahora a una cultura del ocio. Los consumidores apenas tienen conciencia del riesgo de esnifar cocaína o de tomar pastillas de éxtasis porque los efect
Vamos de tranqui a los zupis.
Ale el sinfonero. ¡El sinfonier!
¡Huele a pollo!
¡Tengo más mili que el palo de la bandera!
Conversación absurda a las seis de la tarde de un día cualquiera de verano en medio de la nada, en plena meseta castellana. Hablan dos veinteañeros, pelo estudiado de punta, gafas de sol de diseño, camisetas tipo básquet. Pupilas dilatadas. La música techno que sale de los altavoces de un coche tuneado rompe la conversación. Los dos chicos saltan a bailar y a mover las cabezas siguiendo el ritmo de atrás hacia delante.
A su alrededor, miles de jóvenes como ellos se apelotonan en el aparcamiento de una macrodiscoteca color naranja que parece un castillo distorsionado de Disneylandia. La gente baila la música que sale de los altavoces de los coches, el polvo se pega al sudor. Dentro de la discoteca, 35 euros la entrada, pinchan varios de los mejores DJs del momento.
Hay gente de Madrid, de Asturias, Toledo, Extremadura, valencianos e incluso franceses. Obreros, gogós, universitarios, chicas que se han quedado en paro o doblan ropa en una tienda, relaciones públicas de discoteca, gorilas. Quieren aguantar toda la noche. Para eso se han venido en su Seat Ibiza, Seat León... equipados con comida y bebida. Y si hace falta, dormirán unas horas en el coche antes de volver a casa y a la rutina del curro.
Control y descontrolEn la carretera que lleva a la discoteca hay un control de la Guardia Civil. Hay formado un buen atasco. Los perros adiestrados olisquean dentro de los coches, las agentes meten la mano dentro de los sujetadores de las chicas: saben que uno de los trucos consiste en que sean ellas las que pasen la droga metida en la ropa interior. "También se la damos a los menores, porque los agentes no les pueden tocar", explica convencido uno de los asistentes al lugar.
Prueba superada. "Me he metido la cocaína entre los huevos", cuenta eufórico ya dentro del recinto un chico de Las Casas (Ciudad Real). Y se lleva la mano al escondite. Otros han elegido ocultar la droga en el coche, en la luz delantera que hay al lado del asiento del conductor. Los perros hasta allí no han olido.
"Me he metido la cocaína entre los huevos"Miguel, aspirante a policía de Pinto (Madrid) se proclama, dentro de su vehículo, "fiestero". Desenrosca la pequeña bombilla, mete la mano en el hueco... y voilá. Un gramo de cocaína. Con mucho mimo desenvuelve la bolsita de plástico, extiende el polvo en la carpeta que guarda la documentación del coche y se prepara una raya con la ayuda de una tarjeta de crédito. Subidón, pupilas dilatadas.
Mojar el dedo y chuparEn esta fiesta circula mucha cocaína, pero también hay cristal (polvo elaborado con éxtasis, hay que mojar el dedo y chupar); pastillas de éxtasis, éxtasis líquido y ketamina, una de las últimas drogas de moda. Muchos han traído el estupefaciente desde sus localidades y lo revenden en el aparcamiento para sacarse unos euros.
"Llevábamos cuatro gramos de coca encima y ya los hemos colocado", cuentan Marcial y sus amigos. Tienen entre 20 y 22 años y trabajan, la mayoría, en la construcción. La novia de uno de ellos tiene cara de aburrida. "Le acompaño para que no se me desmadre, pero es que a mí esta música no me gusta", afirma mientras de fondo suena un repetitivo pumba, pumba, pumba.
Un gramo de cocaína (da para cuatro o cinco rayas) cuesta en el aparcamiento 50 euros. Sus efectos a corto plazo, según Energy Control (colectivo que informa en los sitios de ocio del riesgo del consumo), son "ausencia de fatiga, de sueño y de hambre.
Exaltación del estado de ánimo. Disminución de las inhibiciones. La persona suele percibirse como alguien sumamente competente y capaz". Y a largo plazo: "Crisis de ansiedad, disminución de la memoria y de la capacidad de concentración. Apatía sexual o impotencia..." y un largo etcétera.
El gramo de cristal también vale 50 euros y da para siete u ocho chupadas. Cada pastilla de éxtasis cuesta cinco euros. "El cristal también se puede disolver en la copa, pero sabe muy amargo", señala Manu, de Parla (Madrid), que dice saberlo "todo" sobre drogas.
El cristal que circula en la actualidad, prosigue Manu, "es mierda". "Es que la Policía ha interceptado la sustancia con la que se corta y que viene de Japón y por eso cada vez es más difícil encontrar cristal bueno", explica resuelto. Esta teoría circula de grupo en grupo; pero cambiando el causante de la intercepción: la Policía, la Guardia Civil, el FBI... y el origen: Japón, China, Asia, Tailandia...
Para Abel, otro veinteañero, la ketamina, un tranquilizante utilizado por los veterinarios, es una droga que "te relaja y te dilata el culo". "La droga de los maricones", ilustra.
Abel trabaja como técnico de sonido en una conocida serie de televisión sobre adolescentes. Para demostrar su euforia, se sube al techo de una furgoneta y hace el pino ayudado por otro amigo. En el intento se le cae al suelo todo lo que lleva en los bolsillos. El teléfono móvil termina en tres piezas entre la arena del suelo. Por el camino pierde 40 euros. Unos chicos que están escuchando en la radio un partido de fútbol se parten de risa al verle descoyuntarse. Da igual. Para todos sigue la fiesta.
A 100 metros de esta escena, Gela, de 49 años, se hace llamar "la abuela de la fiesta". Tiene mechas de color platino, pantalones pitillo y está sentada en el aparcamiento con una amiga en unas sillitas plegables. Las dos beben un refresco de naranja.
"He venido con mi hija por el ambiente, la fiesta. El rollo que hay es impresionante. Las drogas, en pequeñas cantidades, no son malas", sentencia. Y añade que una vez la entrevistaron por esto, por ser "la abuela de las drogas", en el programa de televisión El diario de Patricia.
Malos rollosPasan las horas, anochece y la cocaína y el éxtasis ya no dan tanta felicidad. Empiezan los bajones, los malos rollos, las peleas, las escaramuzas por el aparcamiento, los coches que derrapan. Uno mira a la novia de otro y este le suelta un "¿tú qué miras?". Y se lían a guantazos. Los guardias de seguridad de la discoteca corren de un lado a otro para poner orden. Dentro del recinto, la gente baila; pero muchos prefieren seguir la fiesta fuera porque dentro de la discoteca hay demasiado agobio.
Ajenas a las movidas, una chica de Salamanca intenta entenderse con una universitaria francesa. "The party is... the party", grita. "Quoi?", pregunta la francesa. "Vamos, ¡que lo estamos pasando de puta madre!", contesta la otra en un arrebato de euforia. Una hora después, la chica permanece lívida en la parte trasera de uno de los vehículos. "Es que le ha dado un chungo...", dice una de sus amigas, abanico en una mano, móvil en la otra, a punto de llamar a los servicios de emergencia.
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