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El estilo paranoico en la política española

La denuncia del supuesto espionaje sólo busca consolidar a la propia base electoral del Partido Popular

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Todos somos sufridores de la historia, pero el paranoico es un sufridor por partida doble, ya que se ve abrumado no sólo por el mundo real, como todos los demás, sino también por sus propias fantasías" escribió el historiador norteamericano Richard Hofstadter en 1962 en El estilo paranoico en la política americana, un libro que fue reeditado pocos meses antes de la victoria de Barack Obama en las elecciones presidenciales de noviembre de 2008.

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La crispación y polarización del debate sobre la reforma del sistema de sanidad en Estados Unidos, que ha llegado a enturbiar las relaciones con el Reino Unido a raíz del ataque de los republicanos norteamericanos al sistema nacional de salud británico, confirma que Hofstadter tenía razón. Otro libro publicado en EE.UU, en 2008, también ahonda en este tema.

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En Nixonland, el historiador Rick Perlstein ilustra la técnica, en la que el presidente Nixon llegó a ser un maestro consumado, con la cual los candidatos consiguen el poder movilizando los resentimientos, la ansiedad y la angustia, una técnica en la que la política destruye a sus víctimas. Según Perlstein, "la manera en la que Richard Nixon utilizó los años sesenta para definir los contornos ideológicos de la política americana aún está con nosotros", una implícita referencia a la presidencia de George W. Bush.

Ambos libros son útiles para bucear en la deriva de la política española. Los casos Gürtel y el espionaje en la Comunidad de Madrid son dos ejemplos en curso de lo que puede llamarse el "estilo paranoico en la política española", desde los primeros años noventa hasta hoy mismo. Ese estilo ha tenido su extraordinario precedente en la teoría de la conspiración del 11-M, un asunto en el que el Partido Popular apoyó o mejor dicho, subcontrató de facto la fabricación de que ha existido un presunto complot para arrebatarle la victoria electoral en 2004.

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El PP de Mariano Rajoy reaccionó naturalmente, casi espontáneamente, desde que se hiciera pública la investigación sumarial, con la detención de Francisco Correa, esgrimiendo su teoría de la conspiración. El PP se aprovechó hábilmente de circunstancias secundarias para deslegitimar el sumario del juez Garzón, pero, como era previsible, no abandonó esa orientación, más bien la redobló, cuando el caso pasó al Tribunal Superior de Justicia de Madrid, al Tribunal de Justicia de Valencia y al Tribunal Supremo.

Mira por dónde, una conspiración en la que si hablas con gente próxima a algunos de los principales implicados, como, por ejemplo, el senador y transitoriamente ex tesorero del PP, Luis Bárcenas, es el día de hoy en el que está absolutamente convencido de la conspiración es otra. Una conspiración que está alimentada, entre otros, por sus rivales en el mismo Partido Popular de Madrid. Bárcenas suele repetir aquello de que ha aprendido en carne propia que en política están los amigos, los enemigos y los compañeros de partido.

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También en el caso del espionaje de Madrid, Esperanza Aguirre, aprovechándose de hechos secundarios información anticipada por periódicos ha buscado deslegitimar las investigaciones sobre las andanzas de sus asesores de seguridad. Unas andanzas que parecían haber convertido a Madrid en Poisonville (Ciudad Venenosa), aquella ciudad de la novela Cosecha Roja, de Dashiell Hammett.

Todo este andamiaje ha sido usado, ahora, para denunciar en los medios de comunicación que el PP ha sido víctima de espionaje. Como ha dicho Ana Mato el pasado lunes, día 17 de agosto, "los ciudadanos saben que hay una persecución del PP, lo saben todos". Esto quiere decir lo siguiente: la denuncia del espionaje solo busca consolidar a su base, a sus electores. Por esa razón, el centro de la denuncia no son los tribunales, como debería ser, sino el ataque al Gobierno y el PSOE.

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Y, por ahora, parece que funciona. Los argumentos, piensa el PP, no sirven para cimentar la identidad del partido. La denuncia del espionaje y de una conspiración sí. Esto es "el estilo paranoico de la política española".

He aquí lo formidable de este estilo: forma parte ya de la rutina cotidiana de la política que no suponen una fractura institucional, para decirlo de manera solemne. El ex ministro Mayor Oreja, por ejemplo, denunció en febrero de 2008 que si Zapatero ganaba las elecciones del 9-M "habrá una segunda parte en la negociación con ETA". Tal denuncia no impidió el pacto PSE-PP en Euskadi. Ahora, Mayor Oreja acaba de darle la vuelta a su denuncia y afirma que es ETA quien está buscando esa "segunda parte" y que es necesario solemnizar en el Congreso que no va a haber "segunda parte".

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El estilo paranoico, pues, se ha instalado cómodamente entre nosotrosy por mucho tiempo.

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