Este artículo se publicó hace 11 años.
La Esperanza sale del Pozo
El hambre ha vuelto al barrio de Madrid donde el Padre Llanos se convirtió al obrerismo. Allí, su discípula Espe García Castro se afana por ayudar a quienes más lo necesitan
Había unas casuchas y, en medio de ellas, como una falla séptica, un arroyo que se llevaba el agua va. Vivía en aquellas chabolas el sur entero: extremeños, andaluces y manchegos escapados del hambre del cortijo y la represión del pueblo. Mas el Pozo del Tío Raimundo sólo daba barro, no tenía alcantarillado ni había luz. Hasta que a mediados de los cincuenta llegó el Padre Llanos con su radicalismo evangélico al suburbio, del que salió evangelizado por el obrerismo y con carné del PCE. Las viviendas habían sido construidas con el sudor de la frente emigrante, pero el terreno no era suyo. Por eso, cuando se acercaban los guardias civiles, el cura antidesahucios se plantaba ante la autoridad con un amenazante "como tiréis la casa, os excomulgo". Aquel verbo ininteligible de José María Llanos, que había sido adoctrinador de falangistas y confesor de Franco, iba a misa.
"Él plantó la semilla de la organización en el barrio", recuerda Esperanza García Castro, quien a los dieciocho vino de Cambil para servir como interna. "Luego empecé a trabajar con él, ayudando a quien lo necesitaba", explica esta jiennense de 76 años, cuya puerta no paraba de sonar.
- Espe, abre, que no tengo leche para los niños.
Así, durante décadas. Comenzó repartiendo dinero, ropa y comida en su propia casa, convertida en un economato improvisado. Luego montó con otros vecinos un comedor en el barrio, adonde cada día acuden decenas de personas. "El primero vinieron siete. Cuando terminó la semana, eran casi cien. Hoy hay dos turnos, atendemos a domicilio a los impedidos y los jueves repartimos bolsas. Cuestan un euro, un precio simbólico para que nadie pida limosna ni nosotros practiquemos la caridad". Los usuarios crecen, su perfil ha cambiado: del pobre crónico a la familia de toda la vida. "Es una vergüenza que algunas madres tengan que sacar a sus hijos del colegio para que les demos de comer, en vez de ser alimentados en su escuela", protesta esta luchadora, viuda y madre de dos hijos.
Espe la del Pozo ejerce de asistenta social oficiosa, aunque deja claro que es voluntaria. "Jamás he cobrado. Si nunca me ha faltado un plato, ¿para qué voy a querer más na?". El Padre Llanos no está, pero quedan sus enseñanzas. Ella le da hoy sustento a decenas de personas, como el jesuita supo canalizar tiempo atrás "la rabia y la fuerza" de los obreros, afirma Gabriel del Puerto, presidente de la Asociación de Vecinos del Pozo, cuya sede está ubicada en el espacio cultural homónimo. "Si esto no es hoy un centro comercial fue gracias a que la gente ocupó en los setenta el edificio, abandonado cuando terminaron las obras, y reclamó a la Administración que le diese otro uso", presume mientras señala un viejo mapa en el que brotan los primeros bloques de viviendas de ladrillo visto, donde serían realojados los moradores.
Un modesto lujo en comparación con aquellas infraviviendas que se reproducían al amparo de la noche. Vidas cruzadas bajo el mismo techo, rememora Esperanza, que llegó a compartir hogar con otra familia. "Aún recuerdo cuando, antes de establecerme definitivamente en Madrid, siendo una niña, mi madre compraba a Pepe el Aguador un cántaro de agua por una peseta". La traída, antes del Canal de Isabel II, era una mula que tiraba de un carro. Luego, gracias a las demandas vecinales, fue llegando el alcantarillado, la luz y el ambulatorio. La crisis, infelizmente, ha recuperado ahora la necesidad. "A este paso, vamos a volver al año del hambre. Por aquí viene gente que ha tenido que regresar a casa de sus padres y otra que incluso los ha sacado de las residencias para ahorrarse ese dinero y poder sobrevivir", asegura. "Me angustia ver a familias que lo único que tienen es ganas de trabajar". Suena la puerta.
- Espe, ¿no sabrás si alguien necesita que le limpien la casa o le cuiden al abuelo, verdad?
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