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Un espectáculo a freno o muerte

Público pone al descubierto las deficientes medidas de seguridad de los rallies y la temeridad de algunos de los que asisten a verlos

A. L. MENÉNDEZ / I. ROMO / P.G. CARPINTERO / A. CABELLO

Aquí no embisten toros, sino los desbocados caballos mecánicos que tiran de coches de todos los pelajes cuyas carrocerías lamen las cunetas de carreteras secundarias en las que, demasiadas veces, se agolpan aficionados inconscientes o temerarios. Son los rallis, pruebas automovilísticas donde la seguridad de los espectadores es mucho más frágil que la de los pilotos que compiten.

'En un rally nocturno en Asturias tuve la impresión de que le había arrancado el brazo a alguien. Al terminar la prueba se presentó un chaval con la mano vendada: se había asomado a la carretera para aplaudir con una linterna en la mano, que es lo que yo vi volar. No ocurrió nada grave, pero me enfadé mucho con él', relata Carlos Sainz, campeón del mundo en 1990 y 1992. 'Los pilotos van al límite y queda poco margen para rectificar una trazada'.

De las experiencias vividas por los redactores de Público se deduce que la seguridad previa depende de dos factores: el número de tramos recorridos y la categoría del rally. Es mucho más fácil acotar los seis kilómetros escasos de la Subida al Fito (Asturias) que los 80 kilómetros, en cuatro tramos distintos, del Rally Villa de Madrid, pero eso no justifica la irresponsabilidad de algunos organizadores. Ni la mentira.

Viernes 24 de abril, 21:00 horas. Varios miembros de la Federación Madrileña de Automovilismo ultiman el orden de salida de los vehículos del Rally Villa de Madrid en el polideportivo de Chinchón, municipio del sureste madrileño. Tras identificarse, dos periodistas de Público preguntan por la seguridad: '¿Han acordonado la zona y limitado el acceso a los espectadores?'. 'Sí, ya está todo acordonado', responde uno de los federativos. Sin embargo, el tramo, de 6,5 kilómetros, completamente a oscuras, sin acordonamiento alguno, sin agentes de seguridad y sin personal de la organización, es una negra boca de lobo en la que el público puede colocarse donde quiere sin limitación alguna.

Sábado 25 de abril. 10.00 horas. 'Estás equivocado, por aquí pasarán motos', porfía una vecina de Tielmes, pequeño pueblo por el que también discurre el Villa de Madrid. La información es escasa. Sólo un cartel, poco visible y pegado de forma cutre en un árbol, anuncia que la carretera con Villarejo de Salvanés permanecerá cortada durante dos horas.

El acceso del público sigue siendo libre, sin control alguno. Los coches particulares se cuelan por los incontables caminos de tierra aledaños a la carretera. Pretenden llegar antes que nadie a la mejor curva.

Es una romería: familias enteras con bocadillos, pandillas de adolescentes, jóvenes con neveras llenas de alcohol... La mayoría buscan una ubicación emocionante, sinónimo de peligrosa. El primer vehículo de la organización pasa media hora antes del paso del primer piloto. En ningún momento se detiene para, al menos, avisar a los espectadores del riesgo que corren. Ni para prohibir la presencia de una furgoneta-chiringuito al borde del asfalto, en plena curva. '¡A dos euros el bocata de chorizo!', grita el comerciante.

Varios niños, muchos con bici, se sitúan en otra curva. A su lado, un grupo de adolescentes ameniza la espera haciendo botellón. El último coche de seguridad antes del inicio les alerta de que ahí no pueden estar. 'Ahora nos vamos', dice uno. Pero no se mueven en toda la prueba.

El primer participantes es un chillón Golf naranja. Entra pasado y toca la gravilla, que sale disparada hacia los aficionados. Muchos de ellos corren a situarse en alto. Los demás se sacuden el polvo y siguen tentando a la suerte. Minutos después, un señor, garrota en mano, cruza la carretera. Al advertirle del peligro que está asumiendo dice: 'Yo qué sé de rallies. Vengo del campo, como todos los sábados, de ver cómo están los olivos'. Entre coche y coche, una señora, poco ágil, cruza con su perro y se cae en la cuneta, una niña invade la carretera corriendo tras una pelota y el hombre del chiringuito hace negocio. 'Cuarenta bocadillos, no está mal', dice. Ochenta euros de ganancia por jugársela en una curva.

Sábado 9 de mayo, 10.00 horas. Dos vallas amarillas de obra cortan el tráfico en la carretera entre el Gastor y Setenil al paso de un tramo del Rally Ruta del Aceite por la Sierra de Cádiz. Prohíben el paso a los vehículos, pero no a los espectadores. No hay ningún tipo de restricción ni advertencia por parte de la Guardia Civil. El valor y la osadía son las unidades de medida. A la salida de una curva, a pie de asfalto, se coloca una peña de aficionados al motor con su nevera repleta de cervezas. 'Aquí me pongo yo con dos cojones, si veo que hay peligro pues me quito', fanfarronea uno.

Esa parte del tramo dibuja una pronunciada curva a izquierda. Comienzan a pasar los vehículos. Un fotógrafo se coloca pegado a la carretera junto a un hito kilométrico. '¡A ver si tienes lo que hay que tener para ponerte aquí!', grita. 'Ni loco', le responde alguien desde la barrera. Comienza la prueba. Entre coche y coche es posible cruzar la carretera sin ningún problema. El buen oído es la única señal de peligro. De repente, un coche hace un trompo y logra frenar a un dedo de la valla. El gesto instintivo de una madre es retroceder unos metros del brazo de su hijo. 'La verdad es que esto no está muy bien', reconoce un espectador tras el susto.

Sábado 16 de mayo, 7.00 horas. La lluvia, invitado habitual al Rally Albariño-Rías Baixas, en Pontevedra, provoca la suspensión de los tramos nocturnos. Los lugares en los que está prohibido situarse aparecen señalados, pero la gente no hace caso. Hay cientos de personas, la mayoría gente joven bien provista de alcohol. Algunas aldeas acogen de mala gana el colapso. 'En años anteriores han boicoteado la prueba tirando aceite a la calzada', dice un vecino.

A lo lejos retumban, cual mugidos de metal, los motores. Rugen los caballos de potencia que siegan la hierba que crece al borde la carretera. Y, de vez en cuando, alguna vida. 

Algunas de las organizaciones de rallies sí emiten normas de prevención. Hay recomendaciones de todos los colores: las emiten las páginas web, se reparten folletos informativos, se colocan carteles en árboles y postes... pero muchas de ellas, como la de la imagen de arriba, caen en saco roto. Se trata de recomendaciones virtuales porque no son seguidas por los espectadores y tampoco hay medios de control en las organizaciones. Muchos desconocen estas normas. O las ignora.

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