Este artículo se publicó hace 16 años.
Dylan, un hombre con luz
Inteligente y lúcido, la imagen del cantante cobra profundidad en ‘Dylan sobre Dylan’, un libro que recopila 31 entrevistas
Huraño, hermético, evasivo, impenetrable, inaccesible, inescrutable… Bob Dylan y estos calificativos, primos hermanos. No hay crónica de concierto o crítica de disco de Dylan en que no aparezcan: “El hermético cantante…”, “El de Duluth, como siempre huraño y evasivo…”.
Básicamente, existen dos motivos que explican la percepción que se tiene del estadounidense. El primero, más superficial, es el que recientemente ha llevado al teniente de alcalde de A Coruña a declarar que no le contratan “porque toca de espaldas y ni siquiera saluda”. Quizás andan buscando un saltimbanqui y no un músico. El segundo motivo, más razonable, apunta a la dificultad de encasillarlo en cualquier tipo de grupo, movimiento o corriente de opinión. Ves a Dylan y no sabes muy bien ante quién estás.
Sin embargo, estas dos razones no justifican que a Dylan se le tache de cerrado. Es más, tras leer las casi 500 páginas de Dylan sobre Dylan, la recopilación de entrevistas con el cantante que publica el lunes la editorial Global Rhythm Press, la sensación es que Dylan ha hablado más que nadie: explica sus motivaciones profundamente, ofrece una palabra crítica a multitud de comportamientos sociales, habla de música de una forma vibrante y construye reflexiones de una clarividencia desbordante.
Dylan tiene un don: una mirada penetrante, una innata capacidad de iluminar las zonas oscuras de la existencia. Si el mejor camino para acercarse a Dylan –discos aparte– es leer Crónicas, el primer volumen de sus memorias, quizás Dylan sobre Dylan sea la segunda opción. El libro recoge 31 entrevistas realizadas entre 1962 y 2004.
Contra la simplificación
Lo que provoca esa sensación de inaccesibilidad con Dylan, es que muchos periodistas han tratado de satisfacer curiosidades puntuales, mientras que Dylan se niega a simplificar, evita situarse en el nivel superficial que se le ofrece y ahonda en planteamientos más totales.
El periodista Mikal Gilmore, en una entrevista para Rolling Stone en 2001, le preguntaba de qué trataban las canciones de su último disco por entonces, Love and Theft. En una respuesta que se repite numerosas veces en el libro, casi como una coletilla, Dylan dice: “Me pones en una situación difícil. Una pregunta así no puede responderse en los términos en que la planteas. Una canción no es más que un cierto humor que un artista trata de comunicar”.
Un cantante sabio
Dylan sobre Dylan funciona como autobiografía a partir de sus propias palabras. Pero más que un relato de hechos, es casi un tratado de sabiduría existencial. Su verdadera riqueza no está en que cuente que un día se cayó de una moto, que decidió tocar con una banda de rock en un festival de folk o que en un concierto le gritaron Judas. Eso son hechos puntuales –los que a menudo le interesan al periodista–, un leve reflejo de lo realmente importante: el mundo interior de Dylan, el que no se puede asir ni controlar, sólo dejar que salga y recibirlo.
Para saber de él hay que escucharle. Una declaración como “a la gente de hoy ni siquiera la importa ir a la cárcel. ¿Y qué? Sigues estando contigo mismo tanto como si estuvieras fuera, en la calle”, dice más de él que cualquier otro dato. Se la hizo a Paul J. Robbins, del L.A. Free Press, en marzo de 1965. Dylan tenía 23 años.
Huir o destruir
Las entrevistas de los sesenta, las doce primeras del libro, muestran sus dificultades para escapar del papel de líder generacional. Hablando de los motivos que le llevaron a apartarse del folk, Dylan responde: “Cuando no te gusta tu situación tienes dos opciones: o la dejas o la derrocas. No puedes limitarte a quejarte por ello. La gente sólo se percataría de tu ruido, no de ti”.
Los periodistas que más hondo llegan son Jann S. Wenner y Jonathan Cott (responsable de la edición del libro) para Rolling Stone. Los entrevistadores crean un clima de confianza en el que la palabra de Dylan se expande con fluidez. Pero quizás donde más se relaja es en el descacharrante diálogo que mantiene con Sam Shepard, que le entrevistó en 1987 para Esquire. Dylan confiesa que su primer recuerdo musical
es el de una polca.
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