Este artículo se publicó hace 13 años.
Diálogo en las alcantarillas
Incluso condenado, Camps no se irá
Se sentía Camps un auténtico superhéroe en la plaza de toros de Valencia y entre tanta banderola y bocadillo envuelto en papel de aluminio con un plátano de postre, no podía imaginar Rajoy que en el otoño le provocará su protegido una cagalera de campeonato. Es muy posible que justo en esos momentos de álgida campaña electoral, Camps se siente en el banquillo de los acusados. Entonces piensan en el PP de Génova será el instante clave para que Camps los deje tranquilos y se vaya a casa. Incautos.
En el banquillo se sentará Francisco Camps, bajo la atenta mirada de un jurado popular que escuchará sus alegaciones y decidirá finalmente si los trajes los pagó él, su chófer, la farmacia de su mujer o el pobre de la esquina que se apiadó de su angustia y le regaló la caja del día. Pero Camps no se irá, aunque sea condenado. Los abrazos taurinos del martes venían de la seguridad de que el próximo domingo ganarían las elecciones y también de otra seguridad: que si Camps se sentaba en el banquillo no enturbiaría la campaña electoral del PP y podría pasar a ocupar una plaza de algo en el arzobispado amigo en plan retiro espiritual, acto de contrición o abandono pautado de esa euforia extraña que le impide controlar sus emociones.
Rajoy buscará un baño para vaciarse si Camps le pide auxilio en su causa
Y es ahí, en ese descontrol de sus emociones, donde radica lo que les digo: aunque sea juzgado y condenado, Camps no se irá a ninguna parte. Se enrocará en su delirio y en el caso de que el domingo se ratificaran las encuestas (ojalá que no) y fuera en el otoño presidente de la Generalitat, le recordará a Rajoy sus palabras en la plaza de toros de Valencia: si me querías tanto, por qué quieres echarme ahora, que es cuando más te necesito. Entonces Rajoy se quedará mudo (¡qué raro!), mirará a Cospedal y González Pons como si fuera un borrego a punto de degüello, se agarrará la tripa y saldrá corriendo a buscar un baño donde vaciarse. Cagado, que eres un cagado, le gritarán sus dos compinches. Pero él ya estará lejos, tragado por el desa-güe, vagando como alma en pena por los laberintos del alcantarillado.
Las ratas lo mirarán con curiosidad y él les hablará como si fuera uno de su especie. ¡Menudas ratas hay ahí arriba, menudas ratas!, les dirá. Oye tío, mal nos vamos a llevar si empezamos con insultos: una rata es una rata y a los de ahí arriba haz el favor de no engañar a la gramática y llamarles simple y llanamente chorizos. Ratas listas estas ratas, pensará Rajoy. Pero no les dirá nada. Como siempre. Nada.
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