Este artículo se publicó hace 14 años.
"Si dejas pasar el tiempo, la agresión se repetirá"
El juez da un permiso de residencia a las víctimas sin papeles
"Los médicos me acompañaron a comisaría. Llegué sin zapatos, con golpes por todo el cuerpo y lo primero que me preguntó el policía fue: ¿Tienes papeles?'. Sentí mucho miedo. Pensé que me iba a pasar algo peor". Asunción es víctima de violencia de género. Latinoamericana. 25 años. Madre de un niño que vive con los abuelos al otro lado del océano Atlántico. Por el hilo telefónico, el retoño le alienta: "¡Fuerza, mami! ¡Lucha!". Con sus manos delicadas tapa su rostro frente al fotógrafo para que su ex marido no le reconozca.
Al recordar la brutalidad de la última agresión se le humedecen los ojos. "Intenté entrar en un taxi para huir, pero me agarró del pelo y me golpeó en la cabeza. Me desmayé y me llevó a rastras por el suelo". Alguien llamó a la policía y al servicio de emergencias. Un mes después, aún tiene marcas de las heridas en los brazos.
"Nunca olvidaré las primeras palabras de la enfermera del Samur: Hoy para ti empieza una nueva vida'. Y así fue: ahora me siento libre", valora. A diferencia de otras maltratadas, no ha vuelto a saber de su ex pareja. El juicio se produjo pocos días después de la agresión. La sentencia: una orden de alejamiento y dos años de protección.
"Soy fuerte entre semana, pero me desahogo en la iglesia el domingo"
Al vivir sin papeles, el juez le concedió un permiso de residencia y trabajo. Esta es una de las novedades con las que la nueva Ley de Extranjería promueve que las indocumentadas también denuncien. La Administración les dota de una autorización temporal de residencia hasta la celebración del juicio. El permiso sólo se amplía después del juicio si la sentencia es condenatoria.
La vida después del maltratoAsunción ha rehecho su vida en apenas un mes, pero las consecuencias siguen presentes. Aunque se ha sacudido ocho meses de malos tratos y tres de depresión, las pesadillas y la ansiedad aparecen sin previo aviso. "Soy fuerte entre semana, pero los domingos me desahogo en la iglesia", explica. A pesar de la inestabilidad emocional, rechazó la asistencia psicológica de los servicios sociales: "Hay mujeres que la necesitan más".
En el centro de protección para maltratadas aguantó poco tiempo, apenas unos días. "Quería encontrar trabajo y rehacer mi vida cuanto antes". De allí guarda historias aún más dolorosas. Con una de las protagonistas que también abandonó el local recientemente comparte el alquiler de una habitación por la que pagan 150 euros en un piso compartido. Trabaja por horas en servicio doméstico.
Asunción, de 25 años, sufrió ocho meses de agresiones y tres de depresión
En sus ratos libres cuenta su experiencia a todas las mujeres que se encuentra en situación similar. "Quiero que sirva de ejemplo a otras víctimas. Es fundamental que denuncien". En los vagones del metro habla con otras chicas latinas. "Pero no sólo de violencia, sino de lo que surge. Los latinos estamos acostumbrados a conocer gente por la calle y entablar conversación. Los españoles son más distantes", asegura.
Uno de los grandes escollos que tienen que salvar las víctimas es "la vergüenza", asegura. "En mi caso, primero pensaba que no quería otro padre para mi hijo. Luego, en qué pensaría la gente. Pero mi autoestima se reforzó y dije ¡Basta!'. Por mi hijo y por mí. ¿De qué sirve estar casada y no ser feliz?", reflexiona. "Lo más importante es tomar la decisión y no dejar pasar el tiempo porque la agresión se repetirá. Di muchas veces otra oportunidad, pero eso no funciona".
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