Este artículo se publicó hace 14 años.
El corredor de fondo
Zapatero conduce la acción del Gobierno como si tuviera un motor diésel
Gonzalo López Alba
La ansiedad es una de las principales pandemias del mundo desarrollado, a la que no son inmunes la política ni la economía. Desde que la primera se hizo mediática y la segunda adoptó la dinámica de funcionamiento de los casinos, las agendas que intentan marcar los partidos y los gobiernos tienen la expectativa de vida de las mariposas.
La iniciativa que Zapatero había logrado recuperar en las últimas semanas con las negociaciones de Zurbano culminó el martes con la aprobación de los correspondientes decretos por el Congreso. Pero, al tiempo que se consumaba el trabajo de varias semanas, su rédito político quedaba consumido en la fugaz imagen del marcador sin votos en contra. En un visto y no visto, quedó engullido entre los ecos de la música barroca de Domenico Scarlatti, inmortalizado en la calle donde se levanta la sede el Tribunal Constitucional, y el recuerdo de la gran redada contra los gitanos promovida por el marqués de la Ensenada, cuya memoria evoca la vía por donde entra Baltasar Garzón a rendir cuentas ante el Tribunal Supremo.
Entre tanto estruendo no puede dejar de llamar la atención la actitud del presidente, que reacciona al chunda-chunda como si de un dispensador de ansiolíticos se tratara, a sabiendas de que con ello provoca con frecuencia la desesperación de propios y el desconcierto de extraños. Zapatero gusta de considerarse un político con motor diésel menos potente y más lento, pero también más fiable y resistente que los de gasolina, a imagen y semejanza del corredor de fondo.
"La economía lo invade todo"El miércoles, durante el enésimo debate económico de la legislatura, en el que la sombra del cataclismo griego planeó sobre el hemiciclo del Congreso como las cenizas del volcán islandés sobre los cielos de Europa, no sólo se mostró relajado, sino que hasta encontró espacio para bromear con sus antagonistas. Es cree el tiempo de irrigar confianza y tranquilidad. Pero incluso la teatralización que se ha convertido en atrezo imprescindible de la política precisa de un guión.
El escenario de un gobierno de coalición con CiU está sobre la mesa del PSC
Zapatero cree a pies juntillas que, en estos momentos, "lo económico lo invade todo" y que dar respuestas a la crisis constituye la única política con auténtico recorrido. Así se lo recordó el lunes a los miembros de la dirección del PSOE, todavía bajo el impacto del desasosiego creado por el Tribunal Constitucional con su sentencia fallida sobre el Estatut de Catalunya. Después de dos años soportando la granizada de la crisis, ahora que empiezan a percibirse indicios de que escampa, Zapatero no quiere salirse del carril económico, por más que algunos de los suyos cuestionen si no debería dejar espacio para otras cosas como, por ejemplo, una cirugía agresiva de la Justicia.
Basta con observar su semblante y atender a su gestualidad para intuir que el presidente maneja datos que avalan su estrategia. O, cuando menos, que eso piensa. Según el recuento que hizo ante la ejecutiva socialista, el Gobierno ha aprobado 182 medidas anticrisis y, a pesar de la resistencia del PP y la desconfianza generalizada entre los grupos de la oposición, dice: "Acuerdo a acuerdo hemos logrado forjar un consenso mayor del que parece".
Aun así, el futuro sigue marcado por la incertidumbre. No sólo porque es el signo de los tiempos sino porque, como ha denunciado el presidente, existen "cien o doscientos" fondos multimillonarios que juegan todos los días al póquer ciego contra los gobiernos y además conciertan sus decisiones en función de sus expectativas de beneficio. Dentro de los estrechos márgenes de la certidumbre lo que florece en primavera puede volver a ajarse en el otoño, el resuello de Zapatero se sustenta en datos como que la deuda nueva que adquiere el Gobierno le está saliendo más barata que la que amortiza, lo que resulta indiciario del crédito que los mercados otorgan a su plan de ajuste.
Entre las ruinas del TCPero los gobiernos se enfrentan hoy no sólo a la sobreexcitación de los especuladores de la economía, sino también a la de los especuladores de la política. Entre las ruinas del Tribunal Constitucional se ha querido alzar una cruz con la silueta de Manuel Aragón, el magistrado nombrado a propuesta del Gobierno que con su voto en contra impidió que prosperara la ponencia de Elisa Pérez Vera, en la que se borraba del Estatut la simbología nacional de Catalunya, el combustible de las pasiones que a la postre son el motor de los votos. Aunque ha sido presentado como una especie de traidor a la izquierda, su voto es el que ha dado alas a José Montilla para optar a la reelección como president.
El presidente no está dispuesto a cambiar de carril ahora que la crisis parece escampar
Aragón, que fue profesor del ministro Francisco Caamaño autor de buena parte del Estatut, puede llegar al extremo de mantener posiciones contrarias a las de la mayoría progresista, pero quienes lo conocen aseguran que en ningún caso cambiará de bando para votar con los conservadores, de modo que la ponencia encargada a Guillermo Jiménez tampoco pasará el corte. Entre tanto, aunque se niegue, sobre la mesa del PSC está el escenario de un gobierno de coalición con CiU, argumento que inauguraría el tercer capítulo de la era Zapatero.
A la par, la divulgación de la hoguera de las vanidades en la que vivían los protagonistas de la trama Gürtel ha creado una especie de cordón sanitario en torno a la confianza que merecen los dirigentes del Partido Popular para depositar en ellos la gestión de las cosas de todos. Y que Mariano Rajoy haya consentido que Camps y Valcarce le doblen el brazo a su número dos, María Dolores de Cospedal, en la guerra del agua, es prueba fehaciente de quién manda.
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