Este artículo se publicó hace 13 años.
Los conservadores y el orden natural de las cosas
He tenido algunas pesadillas ante el televisor esta mañana, y todas vinculadas a discursos salutíferos, higienistas, de orden. Eran Aguirre y Cospedal, dos sólidas muestras del pensamiento conservador del reino. El legendario conservador, esa ideología que, en su versión local, tan peculiar, quiere gobernar este reino de España, ese conservadurismo, digo, y sus concreciones políticas, siempre han querido confundirse con la naturaleza de las cosas o con el llamado sentido común, y así los adjetivos "natural", "normal", "sensato" y otros de esa clase ética imperativa y universal, crecidos por el empuje de la costumbre, dominan en los análisis hechos desde ese pensamiento conservador de la historia deseable y grande de las cosas humanas.
De este modo, todas las leyendas políticas y similares del legendario conservador llevan la marca de la naturaleza y de lo natural, de lo común y de lo sensato. Cuando la política conservadora pierde la cabeza (y esta es una buena metáfora para quien vende orden mental natural y sensato), y la pierde muchas veces, pierde también su mensaje publicitario o su comunicación pública sobre la base del "orden y concierto", que en ningún caso incluye la aceptación de desorden alguno de carácter significativo, apenas la idea de pecado como desorden de la voluntad vencida por fuerzas extrañas, entre las que no falta Satán o su equivalente humano.
Todo esto se me venía a la cabeza oyendo esta mañana, 1 de septiembre, la rueda de prensa de Esperanza Aguirre y su llamada a los socialistas para una entrega del Gobierno poco menos que perentoria para poder poner así a un ministro del Interior que meta en vereda (devuelva a su naturaleza) a los díscolos del 15-M, gentes pecadoras, como se sabe.
También es frecuente estos días la reiterada aparición de Dolores de Cospedal anunciando la naturalidad de las restricciones que conducirán, así hechas, a una caída del empleo en su comunidad manchega, sin mayores consideraciones estratégicas o simplemente económicas, como si las cosas no se pudieran hacer de otra manera para ajustar ese gasto que, en situación de crisis, parece muy grande. Lo natural es echarle la culpa a otros y construir una nueva ideología económica natural sobre los destrozos de las restricciones así realizadas. Pero así es la economía natural: yo te doy, tú me das, cambiamos cromos, y los que no tienen qué cambiar que arreen millas que viene el toro.
El inolvidable Reagan estuvo a punto de acabar pacíficamente con los Estados Unidos del Norte de América con este naturalismo de no gravar las grandes ganancias (que son de todos, por cierto) mientras gastaba los ahorros en guerras interminables, frías y calientes, y cuando Adam Smith lloraba en los cielos de las ciencias sociales y repetía tristemente "no es eso, no es eso", como Ortega en otras circunstancias. Pero a Ortega no le ocupaba mucho "la naturaleza de las cosas" (la fisis, que decían los griegos clásicos) que como filósofo conocía bien, sino la radicalización de posiciones en los años treinta del siglo pasado y su repercusión en la paz republicana. Pero esa es otra cuestión, aunque no deja de tener que ver con el legendario conservador premoderno.
La derecha hispana nunca se consideró liberal significativamente, ni de Adam Smith, ni de nadie. Pero lo es ahora, a su manera bastante reaccionaria, en la que se incluyen las restricciones políticas sobre muchos temas y necesidades cívicas. Y lo es ahora, liberal de ese raro modo, cuando los flujos demográficos plantean, con más urgencia que nunca, un cierto control de los otros flujos, los económicos, para que el orden (no natural: trabajado, pensado) de las cosas pueda redistribuir la riqueza inteligentemente y evitar, ahora sí, el desorden (el orden natural, digamos).
Si además unimos la calidad a lo privado y ahogamos el espacio económico público con restricciones más allá de lo razonable, la ecuación "naturaleza + privatizaciones + restricciones políticas" está preparada para fundar la Física Social de los nuevos tiempos. Pónganle a esto unas gotas o unos litros de nacional-catolicismo y sírvanlo frío, para evitar desmanes. Cuando quieran enterarse y reaccionar ya se habrán tomado el bebedizo. Y a dormir.
Si tuviera que resumir en algún dicho o refrán expresivo esta idea conservadora del mundo, tan exagerada en las culturas cerradas, como lo fue la del reino de España en tiempos clave de la modernidad ("¡Vivan las caenas!") y aún en la posmodernidad vigente (escuchen y lean según qué medios), elegiría aquel tan poético, sabio y natural: "El buen paño en el arca se vende". Esa es la idea: no hay que remover la naturaleza de las cosas, sino dejarla incólume en su rincón de leve sol y polvo iluminado del viejo hogar. Todo lo demás sobra. El mundo es un valle de lágrimas, aunque para algunas vanguardias conservadoras o neoconservadoras sea un gigantesco puticlub.
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