Tras la caída del Telón de Acero, el único líder comunista condenado a muerte fue Nicolae Ceaucescu. Con la ejecución sumaria del rumano, el 24 de diciembre de 1989, los pueblos de los antiguos regímenes del Bloque Soviético veían cómo el comunismo, acusado de totalitarismo, estaba juzgado y condenado. El polaco Adam Michnik lleva el trauma que supusieron más de 40 años de partido único en la sangre y, aunque confiesa tener 'el corazón a la izquierda', jamás volverá a confiar en 'la demagogia de Lenin'. Porque 'el comunismo, de cualquier tipo que sea, siempre lleva a la dictadura'.
Reconocido periodista, director del diario Gazeta Wyborcza, Michnik deja claro que tiene 'el bolsillo a la derecha'. Porque los movimientos altermundialistas tampoco pueden aportar una respuesta: 'El capitalismo no me gusta, pero hasta la fecha nadie inventó algo mejor. ¿Qué proponen esos grupos? Yo ya viví la planificación de Estado...'. Michnik nunca compró, sin embargo, acciones del grupo al que pertenece su diario. 'Porque mi cargo me obliga a ser libre', explica.
Adam Michnik (Varsovia, 1946) creció en una familia comunista, aunque pronto se convirtió en uno de los más férreos opositores al régimen. Pasó varias veces por la cárcel, acompañó a Lech Walesa en el camino hacia la democracia y es uno de los intelectuales de Europa del Este con más prestigio sobre el asunto. Una de sus lecturas clandestinas para entender el sentido de la libertad durante la dictadura fue Mi siglo (Acantilado), de su compatriota Aleksander Wat, un libro que sale ahora en castellano. Michnik acudió ayer expresamente a Madrid para presentarlo.
'Mi generación tiene una deuda con Wat, porque su libro es el resultado de una lucha por la libertad y contra todos los totalitarismos', explica el periodista. Mi siglo son las memorias del autor sobre el convulso siglo XX. Asfixiado por la falta de libertad en Polonia y tras haber conocido los gulags soviéticos, Wat se refugió en París, pero, enfermo, fue incapaz de escribir y el libro es una transcripción de varias entrevistas con él. 'Son como las confesiones de San Agustín, con la diferencia que Aleksander no hablaba con Dios', añade Michnik. Él leía Mi siglo a escondidas, cuando el régimen ya le había prohibido la Universidad y vigilaba cada uno de sus pasos.
Veinte años después de la caída del Muro de Berlín, Michnik considera que es una lectura más que nunca obligatoria para entender 'la mentira' que supone el comunismo. En Polonia, hablar de la dictadura no es ningún tabú, apunta Michnik, que también reconoce que 'se dicen muchas tonterías' porque aún 'hay gente que quiere ganar la Segunda Guerra Mundial'. En una labor de memoria histórica, el periodista clasifica Mi siglo como una lectura aún más reveladora que los archivos de los servicios de seguridad comunistas polacos.
Pero memoria no significa nostalgia. Michnik jamás podría volver a vivir en un país comunista, porque tanto la ideología como la práctica acaban con las libertades de los individuos: 'Sólo se habla de libertad cuando uno puede decir no, y no era así bajo el comunismo'. Y osa: 'La gran diferencia entre el franquismo y el comunismo es que en la España de Franco hubo lugar a preguntas. En mi país, no'. Michnik no se olvida de los años de represión, que son los que le asientan en su anticomunismo.
Considera que sólo la libertad debe defenderse. 'En mi país, tras la dictadura, ningún militar irrumpió en el Congreso', dice en referencia al 23-F. Pero un comunista participó en la Transición. 'Tras un encuentro con Bresnev en Moscú, Santiago Carrillo se presentó ante el rey, quien le dijo: '¿Problemas?'. 'Sí, su majestad', contestó Carrillo', explica Michnik subrayando la respuesta del líder comunista.
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