El príncipe de Abu Dabi, en los Emiratos Árabes Unidos, Mohammad bin Zayed (MBZ) es el personaje más inquietante de Oriente Próximo. Lo ha sido durante años con sus interferencias, casi siempre directas, en prácticamente todos los conflictos de la región, con unos intereses coincidentes con los de Israel desde mucho antes que los dos países establecieran relaciones diplomáticas oficialmente hace justo un año.
Sus intrigas han envenenado la atmósfera política de Libia hasta Túnez, de Yemen a Egipto o de Qatar a Turquía, unas veces con intervenciones de su ejército, como en Yemen, otras veces pagando a milicianos o proporcionando armas, como en Libia, otras veces desestabilizando un país, como en Túnez, otras veces bloqueando y lanzando insidias constantemente contra otro país, como en Qatar, u orquestando el fallido golpe de estado en Turquía.
El daño que han causado sus actividades es enorme en todas las latitudes
Con solo unas pocas horas de diferencia han aparecido esta semana sendos artículos laudatorios de MBZ publicados por dos especialistas en Oriente Próximo, David Ignatius en The Washington Post, y David Hearst en Middle East Eye. Ambos sostienen que MBZ ha dado un golpe al timón de 180 grados a su conducta que poco menos que lo convierte en un personaje de una inocencia angelical similar a la de Caperucita roja o Pulgarcito.
Pero el daño que han causado sus actividades es enorme en todas las latitudes, sin olvidarnos del África subsahariana. Es cierto que recientemente, en especial desde la entrada de Joe Biden en la Casa Blanca en enero, MBZ ha frenado su ímpetu, pero no está nada claro que la frenada refleje un genuino cambio en su ideario y que no sea más que una adaptación cosmética a los nuevos tiempos que corren forzada por las circunstancias en Washington.
Dentro de tres años habrá elecciones en EEUU y muy bien podría regresar a la Casa Blanca Donald Trump o algún otro troglodita republicano, de manera que comparar a MBZ con Pulgarcito es precipitado. Con una administración republicana es difícil creer que el príncipe se quede con los brazos cruzados y no vuelva a sacar sus tanques y aviones así como el abundante dinero que con tanto ahínco ha puesto al servicio de sus ideales.
Es cierto que la política americana en la región dista mucho de ser ejemplar. Se ha visto en Afganistán, se ve en Irán, donde en ocho meses ha sido incapaz de llegar a un acuerdo con los iraníes sobre su programa nuclear, se ve en Egipto, donde los titubeos ante el presidente Abdel Fattah al Sisi y los derechos humanos son elocuentes, lo mismo puede decirse de Arabia Saudí, y se ve también en Túnez, donde la reacción de Washington al golpe de estado está siendo conciliadora.
Pero sobre todo se ve en Israel. Los americanos ni siquiera han movido un dedo en ocho meses para resolver el problema palestino, que prácticamente está relacionado directa o indirectamente con todos los conflictos de la región. El responsable nominal de tantos desaguisados es el secretario de Estado Antony Blinken, quien se está luciendo con su pasividad, como si el empleo con que lo invistió Biden le viniera demasiado grande.
Volviendo al príncipe, no es extraño que Hearst califique de "desastrosa" la política exterior que ha conducido MBZ hasta ahora. Pero el periodista británico hace un largo recorrido por los últimos movimientos correctores que MBZ ha llevado a cabo recientemente, como el envío de sus mensajeros a Qatar y Turquía, dos países con los que el príncipe había conducido una política de tierra quemada.
La cuestión es naturalmente si MBZ está haciendo todo eso con sinceridad. Nadie duda de que sus recientes pasos, impensables hace solo unos meses, están sorprendiendo a propios y extraños, pero conociendo lo que se ha atrevido a hacer en el pasado, cuesta creer que lo que está haciendo ahora sea algo más que maniobras dilatorias a la espera de que en Washington vuelvan a soplar vientos favorables.
Puede decirse que el islam político ha desaparecido de la superficie del mundo árabe gracias a él
La crudeza con MBZ ha tratado a sus enemigos no ayuda a creer que de la noche a la mañana hayan cambiado sus opiniones de una manera tan radical. La enorme ayuda que prestó al presidente Sisi para acabar con los Hermanos Musulmanes en Egipto es la misma que prestó en otros autócratas para terminar con el islam político, como en Túnez. Puede decirse que el islam político ha desaparecido de la superficie del mundo árabe gracias a él, en connivencia con Israel, y que sus actividades ya no necesitan ser tan explícitas.
Hace muy pocos días MBZ envió a su hermano a Qatar para limar diferencias, pero hay que recordar que solo unos meses antes descartaba cualquier tipo de reconciliación con Qatar. Lo que ha ocurrido desde entonces es que Qatar se ha convertido en un estrecho aliado de EEUU, especialmente tras el fiasco de Afganistán, y que difícilmente transcurre un día sin que Washington no elogie la moderación de los cataríes.
Es muy difícil creer, como sostienen Ignatius y Hearst, que MBZ sea en realidad un ingenuo a quien de repente se le ha ocurrido que no hay nada mejor que hacer que tomarse una tacita de té caliente con sus enemigos y animar a sus camellos favoritos en las carreras. Su calculadora trayectoria ha sido clara durante muchos años y es muy posible que esté esperando que vuelvan a darse las condiciones que le permitan seguir haciendo lo ha venido haciendo desde que está en el poder.
El problema capital de Oriente Próximo sigue siendo la administración americana. El secretario Blinken no para de dar pruebas de que la región le viene grande, y de que no es un hombre capaz de tomar decisiones cuando corre el peligro de embarrarse, algo que es inevitable en la zona. Si las cosas siguen así, los demócratas no cambiarán nada de todo lo malo que hizo Donald Trump. Los ocho meses transcurridos desde el cambio de inquilino en la Casa Blanca apuntan en esa dirección.
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