Este artículo se publicó hace 15 años.
Beirut bajo las luces del horror
Ari Folman utiliza la animación digital para llevar al cine sus recuerdos como soldado en la invasión israelí de Líbano de 1982. Vals con Bashir es una de las propuestas más originales en los Oscar
Bienvenidos a un nuevo cine bélico. Sin el espectáculo que todo lo pringa, aunque con espacio para el humor y, también, para el compromiso. Un espacio donde se cuestiona la capacidad para representar (y recordar) el horror, y que especula con los traumas y los absurdos de la guerra desde un nuevo formato, antes nunca visitado: la animación documental.
Vals con Bashir, que se estrena en España este viernes, y que competirá por el Oscar a la mejor película de habla no inglesa el próximo domingo, es el relato de un turbio proceso de recuperación de los recuerdos del director de la cinta, los del israelí Ari Folman, que luchó como soldado con apenas 19 años en la invasión de Líbano de 1982. Esos tiempos se paran en la matanza de los campos de refugiados de Sabra y Chatila, que Folman no recuerda pasados más de 25 años.
"¿Quién decide dónde acaba la ficción y empieza el documental?""A los 40 años, quise salirme de la reserva del Ejército, pero para hacerlo antes de los 50, sólo había una puerta trasera: acudir al psicólogo del Ejército para someterme a terapia. Estuve en unas ocho sesiones y me di cuenta de que era la primera vez que contaba mi historia, lo que me pasó en la guerra de Líbano. A la vez aparecieron agujeros negros en mi memoria, cosas que no recordaba. Esos agujeros son los que el filme intenta recuperar", explica el director, de 46 años.
La memoria dueleUna vez abierta la caja de Pandora, hay que apechugar. "Me di cuenta de que ya no había marcha atrás: empecé a citarme con amigos y conocidos que estuvieron en la guerra conmigo, y las cosas comenzaron a cambiar".
"No quiero que el público piense que es un filme genial de animación"¿Es Vals con Bashir una película-terapia, como sugiere el personaje de Boaz Rein Buzkila? "Para mí sí lo ha sido, pero no creo que lo sea para el público. Yo estaba intentando resolver algo con mi pasado, conmigo mismo, pero no creo en términos como "colectivo" o "nacional". Eso de que esta película abre la herida nacional de la guerra del Líbano, por ejemplo, creo que desafortunadamente no es así. No creo que las películas puedan cambiar el mundo, aunque puedan tender puentes", afirma tajante.
Es de noche. Tres chavales se bañan en una playa de Beirut, iluminada por la luz amarilla de la guerra. Esa imagen casi lisérgica es el punto de partida de los recuerdos de Folman. "Era imposible abordar la película de otra manera. Si miras los elementos con que juega (la memoria y su pérdida, el subconsciente, los sueños, las alucinaciones, las drogas y el miedo), te das cuenta de que la animación era la única manera de hacerlo", explica Folman. Y enfatiza: "La guerra es irreal, surrealista".
Lejos de todo clasicismoPara contarlo, Folman quiso huir del clásico documental de cabezas parlantes. El personaje de Carmi un amigo ficticio del director que emigró a Holanda justifica la decisión formal del filme: "Prefiero que me dibujes a que me filmes", dice, mientras da una calada a un porro.
Así que, la revolución de Folman no sólo salpica al género bélico. Vals con Bashir hace temblar los límites de los cimientos del documental, para demostrar que el complejo ejercicio de contar la realidad puede tomar vías menos ortodoxas, como la animación. Pero no por ello menos dolorosas y veraces.
"Fue difícil empezar porque la industria del cine es muy estrecha de mente. Cuando presentaba el proyecto para pedir financiación, me decían: si es documental cómo puede ser animado, y si es animado cómo va a ser documental. Y yo me pregunto: ¿quién decide dónde acaba la ficción y empieza el documental? Es como si hubiera algún tipo de comité supremo", comenta indignado.
Verdaderamente, y como apunta Cahiers du Cinema España, en su edición de febrero, Folman accede "a la realidad por la animación", con la conciencia de que esa misma realidad está hecha de fragmentos, de recuerdos precisos y otros tantos inventados, que sirven de pasta de relleno para el relato de lo pasado.
En la estela de otras películas también presentadas en el pasado festival de Cannes como hizo Gomorra con la mafia, Vals con Bashir se propone barrer con todo el glamour que haya podido destilar la guerra en el cine. Precisamente, la última secuencia de la película la única en imagen real de todo el filme se propone que "nadie salga del cine pensando que ha visto una película genial de animación". Los llantos de las mujeres libanesas lamentado a sus muertos o la cruda imagen de un niño aplastado entre los escombros, se ocupan de recordarnos que este no es un mero ejercicio estético.
De paso, trazan una línea cruel y dolorosa que une Sabra y Chatila, con la última invasión de Israel en Gaza.
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