Este artículo se publicó hace 16 años.
Batas blancas contra los peores crímenes
Los avances en la identificación de restos biológicos facilitan la tarea de los agentes, que comparten los bancos de datos de ADN criminal con toda la Unión Europea
Somos la última opción". Quien pronuncia la frase con absoluta convicción es Josep Lluís Monasterio, responsable del laboratorio biológico que los Mossos d'Esquadra tienen en el Área Central de Criminalística desde 2005. Sus métodos de trabajo, muy parecidos a los que utilizan la Policía o la Ertzaintza, tienen un cometido central: la identificación de restos biológicos mediante la prueba del ADN para ayudar en la resolución de crímenes donde no hay otro remedio.
Este tipo de pruebas requiere tecnología punta y personal especializado para completar un trabajo de precisión. La búsqueda, extracción, cuantificación, amplificación y secuencialización del ADN es el camino que se sigue hasta la obtención del electroferograma, un sencillo gráfico que guarda algún parecido con un electrocardiograma y que Monasterio muestra con indisimulada satisfacción: "Esto es una persona y vista así, lo único que podemos saber de ella es su sexo".
Precisamente por eso, lo más importante del proceso llega al final: la introducción de los datos en el programa informático Codis, el utilizado por el FBI y cuyo funcionamiento aprendieron en Washington los Mossos, para comprobar si la persona ya constaba en las bases de datos de ADN criminal que, en virtud del tratado Schengen, comparten todos los países de la Unión Europea o, Interpol mediante, puede acabar llegando a todas las policías del mundo.
En el caso de las identificaciones, es necesario tener muestras de un padre o hijo para confirmar la identidad del sujeto. El método, admite Monasterio, no es infalible: tiene un microscópico margen de error y confundiría a los mellizos.
Las pruebas son las mismas que se utilizan en las pruebas de paternidad. Una sola muestra puede llevar un mínimo de dos días de tiempo en el mejor de los casos -sin complicaciones técnicas, y con turnos intensivos en el laboratorio para aprovechar las 24 horas del día-, aunque normalmente los resultados se obtienen en tres días y no es extraño que un solo caso exija que se realicen pruebas distintas de los diferentes indicios hallados.
Prioridad para los cadáveres
En un laboratorio de este tipo se realizan dos clases de pruebas: por una parte la identificación de restos de cadáveres con un candidato -que siempre tienen prioridad máxima y que muy a menudo tienen su origen en accidentes de tráfico o hallazgos de cuerpos en lugares de difícil acceso- y por otra el estudio de restos orgánicos encontrados en el escenario de un delito para encontrar al culpable.
Con un matiz: "Aquí nos dedicamos a delitos muy graves. Por el coste de los materiales que empleamos y la complejidad de las pruebas que hacemos, básicamente hablamos de homicidios y agresiones sexuales con penetración". Desde su creación, este laboratorio ha afrontado un volumen de trabajo creciente y ha tenido en los homicidios la principal vía de trabajo (con un 65% de casos), seguido de las agresiones sexuales graves (25%) y un 10% de otros casos que en los últimos tiempos ha crecido impulsado por el crimen organizado y los robos con violencia e intimidación.
Frecuentemente, los indicios que se investigan es en estos laboratorios ya hablan de la naturaleza del delito: camisetas ensangrentadas, ropa interior femenina y prendas susceptibles de contener sangre, semen o saliva de donde extraer el ADN.
Estos restos son extremadamente frágiles y alterables, hasta el punto de que los investigadores usan hasta cuatro batas en un solo día y se convierten en "máquinas de gastar guantes", en palabras de Monasterio. Muy a menudo evitan entrar siquiera en determinadas salas para evitar la posibilidad de llegar a contaminar una prueba.
Las temidas muelas
Obtener trazas suficientes de ADN es también complicado. "Nunca se da la situación idílica", dice Monasterio. Por idílico se entiende, en estos laboratorios, poder identificar un cadáver mediante la sangre del corazón -la que mejor se conserva, pues este órgano cierra sus válvulas tras la muerte y conserva perfectamente el fluido- o también acceder a un resto de saliva, que contiene células epiteliales que facilitan el proceso.
La realidad suele llevarles a casos más difíciles: cuerpos calcinados o en muy avanzado estado de descomposición, donde tienen que conformarse con músculo, hueso o, en el peor de los casos, muelas. "Ahí sí que es imposible tardar sólo tres días. Hay que utilizar hidrógeno líquido y la extracción es mucho más complicada", dice. Un procedimiento farragoso pero capaz de resolver casos que no hace tanto tiempo eran absolutamente irresolubles.
A pesar de las voces que se alzan periódicamente para reclamar la existencia de bancos de ADN donde figuren todos los adultos para resolver aquellos casos sin sospechosos en que en el escenario del delito se encuentran trazas de una persona que no consta en ningún registro criminal, en estos laboratorios trabajan con una convicción: "Es muy difícil que haya un crimen que no podamos resolver, porque prácticamente siempre hay un pelo que cae, por oculto que quede, y un sospechoso".
Así hablan estos policías, que lucen impolutas batas y a pesar de su aspecto de eruditos, son los únicos que pueden conducir a la detención de los delincuentes más peligrosos.
Los policías del futuro se licencian en ciencias Son policías, científicos y policías científicos. Licenciados en biología, bioquímica, veterinaria, medicina y también enfermeros. Gente que tras sus estudios se formó como policía y que luce impolutas batas blancas con el escudo de los Mossos d'Esquadra cosido en ellas. Ese pedacito de tela les recuerda que su trabajo no es el que harían en un laboratorio normal, en un hospital o en una industria."Las pruebas que hacemos suponen una carga emocional de la que hay que ser conscientes", explica Monasterio. "Muchas veces trabajamos con un trozo de una persona que hace poco estaba viva y que ha fallecido, y en muchos casos los familiares esperan a que terminemos para poder enterrarle", añade. "Además, somos conscientes de que formamos parte de una investigación en la que trabajan muchos otros compañeros y que a menudo se refieren a casos muy serios", dice. El creciente volumen de trabajo que reciben ha convertido las salidas de este subinspector en cada vez más esporádicas. Él mismo admite que no imaginaba "que acabaría haciendo esto", aunque recuerda con humor que de pequeño era un gran aficionado a las aventuras del cómic del Capitán Leo. Fue premonitorio: aquel personaje que creó en los años setenta Fernando Fernández era un leucocito armado que luchaba por defender la salud de un niño llamado Héctor.
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