Ecologismo de emergencia

Vírgenes, santos y beneficencia, así opera la tauromaquia para blanquear su crueldad

Juan Ignacio Codina Segovia

Periodista, doctor en Historia Contemporánea y escritor.

Aunque la tauromaquia se vista de seda, su crueldad se queda. (Imagen: ‘El Quite', de Enrique Simonet, 1897).
Aunque la tauromaquia se vista de seda, su crueldad se queda. (Imagen: ‘El Quite', de Enrique Simonet, 1897).

¿Qué relación puede haber entre la crueldad hacia los animales y la beneficencia?, ¿y entre el derramamiento de sangre y la caridad? En principio ninguna. De hecho, por sentido común, ambas situaciones son opuestas. Introduzco otra cuestión: ¿se puede honrar a un santo o a una virgen martirizando animales? Pues no parece lo más sensato ni para el santo ni para la virgen ni, por supuesto, para los animales.

Sin embargo, cada año, sobre todo por estas fechas, se celebran corridas, o novilladas, o incluso ferias enteras, con un trasfondo religioso o benéfico. Ahí están San Isidro, San Fermín o las ferias de las vírgenes del Pilar o de Begoña. Y ahí está, también, la corrida de beneficencia en Las Ventas (por cierto, presidida por el Rey de España, y es que lo de la Corona blanqueando la tauromaquia ya si eso lo dejamos para otro día). En definitiva, multitud de festejos taurinos que, bajo la excusa de tener fines supuestamente piadosos, se organizan por todo el país.

Y digo fines supuestamente piadosos porque ¿cómo se puede casar la cruel tauromaquia con la filantropía? Pues, en un mundo normal, no pegarían ni con cola. Es más, resulta vergonzoso que el dinero de la tauromaquia, manchado de sangre, sea destinado a presuntos fines misericordiosos. ¿Dónde está la misericordia en atacar hasta la muerte a inocentes toros? ¿Y dónde la santidad?

Evidentemente detrás de esto encontramos un intento de blanquear la violencia taurina. Algo así como un greenwashing o, mejor dicho, cruelwashing, la pretensión de llevar a cabo un mero lavado de cara. Y en muchos casos lo consiguen. Sin embargo, en mi opinión, y en la de tantos otros como veremos a continuación, por mucho que se la pretenda blanquear, la sangre de la tauromaquia siempre deja un rastro hediondo de sufrimiento y de barbarie.

Como digo, esto no es nada nuevo. Si nos remontamos un poco en la historia apreciamos que los taurinos llevan siglos intentando revestir con un manto de compasión sus crueles festejos, aprovechando estas supuestas buenas intenciones para seguir divirtiéndose martirizando toros y contemplando cómo unos seres humanos ponen en peligro sus vidas. Y lo más triste es que hoy en día seguimos igual.

Históricamente uno de los autores que con mayor clarividencia denunció la imposible maniobra para intentar cohonestar la tauromaquia (cohonestar, en definición de la RAE: dar apariencia de justa o razonable a una acción que no lo es) fue el religioso ilustrado Martín Sarmiento (1695-1772).

Este fraile benedictino, destacado representante de la Ilustración española, lo tiene muy claro: tratar de blanquear la tauromaquia utilizándola como instrumento para llevar a cabo supuestos fines caritativos supone un desesperado intento de "cohonestar las bárbaras y sanguinarias corridas de toros", algo que, por más que se intente, dice Sarmiento, no es posible. Porque pretender dar apariencia de justa o razonable a la tauromaquia es una artimaña hipócrita, un burdo intento de manipulación ya que, sencillamente, la tauromaquia no es ni justa ni razonable.

En este sentido, Sarmiento denuncia que durante años se celebraron corridas a beneficio del por aquel entonces Hospital General de Madrid. Tan solo con esta excusa los taurinos lograron, según cuenta el benedictino, que se permitiesen organizar, solamente en Madrid, doce corridas de toros al año. A este respecto, el ilustrado dice: a la piedad, la compasión y la caridad "se debe concurrir con socorros, limosnas, y arbitrios inculpables: no con dineros que salgan de [matar] toros, y de matar hombres». El dinero recaudado por la tauromaquia es un dinero sucio que no debería ser aceptado bajo ningún pretexto.

Para que nos hagamos cargo de la importancia de la cuestión solo cabe citar un dato: después de que el Gobierno de Carlos IV prohibiera en 1805 las corridas de toros y de novillos en toda España, los taurinos, para saltarse a la torera esta prohibición se excusaron en llevar a cabo corridas arguyendo que querían recaudar dinero para destinar fondos a los hospitales. Y lo consiguieron. El dinero era sucio, eso sí.

Este asunto fue ampliamente debatido en las Cortes de Cádiz entre septiembre de 1810 y septiembre de 1813. Por ejemplo, los diputados Alonso González Rodríguez y Antonio Bernabéu pidieron que no se otorgaran nuevas licencias para celebrar corridas bajo este pretexto (ni bajo ningún otro) y que, a cambio, los hospitales fueran sostenidos con otros medios más lícitos y humanos. De hecho, Bernabéu, diputado por Alicante, aportó una serie de alternativas para que "el Hospital General de esta Corte no carezca [no necesite] del producto [dinero sucio] de semejantes funciones, que por un error de principios se le aplicaba".

Además, y al respecto de pretender cohonestar la cruel tauromaquia honrando con ella a vírgenes y santos, otro diputado, Simón López (1744-1831), un religioso que llegó a ser arzobispo de Valencia, considera que no es cristiano alegrarse "unos con la muerte y las desgracias de los otros" y que "¿quién duda ser indicio de crueldad, o menos piedad en un cristiano solo por deleite y complacencia de sus sentidos y genio ver abrasar y herir de varios modos a un animal?".

Para este diputado, la sangrienta tauromaquia no podría nunca satisfacer a Dios ya que, sostiene, "[acaso a Dios] ¿le agradará que los cristianos se deleiten con ver a un toro irritado, cubierto de saetas, o banderillas, alanceado, arrojando borbotones de sangre, y muriendo revolcado en ella?". Pues no parece mucha cosa de santos, la verdad.

Muchos años antes, en 1513, el pensador talaverano Gabriel Alonso de Herrera ya defendía lo mismo desde su humanismo renacentista, condenando que estos actos bárbaros contra un animal que no tiene culpa de nada se celebren en nombre y en honor de los santos: "¿Pensamos por ventura que con fiestas y placeres deshonestos habremos de agradar a los santos que sabemos que con ayunos, lágrimas y oraciones agradaron a Dios, y alcanzaron su gloria?". Parece clara la incompatibilidad de martirizar animales para "agradar u honrar" a santos y a vírgenes.

Existen muchos más personajes en la historia de nuestro país que pensaban igual: el jesuita Juan de Mariana (1536-1623), para quien celebrar corridas en honor a santos resulta una vergüenza "porque los santos no se deleitan con cosas de burla y vanas, cual sin duda es este juego [la tauromaquia], sino con la piedad, inocencia y otras obras buenas y santas, y comúnmente se dice que los votos se han de hacer de cosas mejores, de aquellas que sin ninguna duda son honestas y provechosas», y no como los espectáculos tauromáquicos, que son todo lo contrario.

El historiador Pedro de Guzmán, otro jesuita del siglo XVI, opina lo mismo. No concibe, bajo ningún pretexto, "ensuciar su fiesta [las fiestas de los santos] con esta sangre taurina". Y otro personaje, Luis Francisco Calderón Altamirano, cuya vida y obra transcurrieron entre los siglos XVII y XVIII, también critica que las festividades de santos se celebren con corridas ya que, a su juicio, usar estas diversiones para honrar a los santos, «más que veneraciones, son sátiras».

Uno de los casos más sangrantes (nunca mejor dicho) es el de Tomás de Villanueva (1486-1555). Este fraile, que llegó a ser arzobispo de Valencia, fue un gran antitaurino. En una de sus obras se pregunta: "¿Hay brutalidad mayor que provocar a una fiera para que despedace hombres?", asegurando que la tauromaquia es un cruelísimo espectáculo. Pues agárrense que vienen curvas. El 1 de noviembre de 1658 Villanueva fue canonizado, pasando a ser santo Tomás de Villanueva. Hasta aquí todo correcto, se le canoniza, directo al cielo y a otra cosa. Ahora bien, ¿se imaginan cómo se celebró su ascenso a las alturas? Pues "honrándole" con corridas de toros. Y se quedaron tan anchos. En su momento esto fue denunciado por el jesuita Martín de Lanaja, quien no daba crédito ante semejante despropósito: ¿celebrar la santidad de un antitaurino matando toros por diversión? Esto sí que no lo vimos venir. Si santo Tomás de Villanueva levantara la cabeza, se quitaría de santo. Y san Isidro y san Fermín le irían detrás.

En fin, en último término la conclusión es única y clara: la sangre y la violencia taurinas no podrán nunca ser blanqueadas ni revistiéndolas con fines supuestamente piadosos ni resguardándolas bajo mantos de santos o vírgenes. No se puede normalizar la violencia haciéndola pasar por cosa buena, solidaria y honesta. Mientras nuestra sociedad no sea capaz de aislar la crueldad, ni de señalarla, estaremos muy lejos de poder considerarnos un país moderno, culto y progresista. Y es que, como dijo Martín Sarmiento, las corridas no tienen nada de honesto ni de festivo. Si acaso, señalaba, la única fiesta que hay es la de los pobres toros, sí, pero, lamentablemente para ellos, es una fiesta de réquiem.

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