Joaquín Sabina es un cantante sin voz de cantante, un músico sin partituras, un poeta en desorden, un pirata sin parche, un científico sin laboratorio, un tambaleante malabarista de las palabras, un madrileño que nació en Úbeda, un radical sensible, un frágil gruñón e incluso un sex-symbol canijo y tirando a feo. También un periodista, porque ¿no son muchas de sus canciones crónicas descarnadas de una realidad a veces íntima y otras no tanto?
En 1990 empezaba sus Mentiras piadosas leyendo la prensa: 'Hoy dice el periódico / [...] que aprobó el Parlamento Europeo una ley a favor de abolir el deseo / que falló la vacuna anti-sida, / que un golpe de estado ha triunfado en la luna y movidas así' (Eclipse de mar). Dos décadas después, Sabina ha encontrado un periódico que no sólo quiere leer, sino que también quiere escribir. Cada domingo, desde el próximo 23 de enero, el músico y poeta pondrá El grito en el suelo, una sección semanal en la contraportada de Público.
Sabina agarra la pluma para contar, en verso o en prosa, la realidad a su manera: la actualidad, la política, la literatura, la ciencia, el deporte o lo que tercie desde la óptica de un artista que siempre se degustó con las formas, pero que al unísono desvelaba lo que se trapicheaba en el fondo. El grito en el suelo es la primera colaboración fija de Joaquín Sabina en un periódico, después de su experiencia como columnista en la revista Interviú durante varios años.
La llegada de Sabina a Público es la confirmación periodística del compromiso ideológico y político de un artista y ciudadano que ya en su época de universitario se rebelaba contra la opresión y la falta de libertad de una dictadura anquilosada.
Mayo del 68 le pilló en la Facultad de Filología de Granada. Allí se contagió de un espíritu contestatario alentado por el ímpetu de las nuevas ideas de izquierdas que se escuchaban al otro lado de los Pirineos, y que venían a completar una formación literaria que ya había asimilado a Jorge Manrique, José Hierro, Marcel Proust o James Joyce. Un cóctel demasiado peligroso para el régimen franquista, que forzó a Sabina a un exilio londinense de siete años.
'Crisis creativas tengo todos los días, pero la necesidad de escribir es mayor'
'Crisis creativas tengo todos los días, pero la necesidad de escribir es aún mayor', dijo en una ocasión. Tanta tinta le corría por las venas que a su regreso a España, mientras hacía la mili en Mallorca, escribió en el diario local Última hora. Pero en Londres ya había atinado con su vocación, componer canciones y cantarlas donde fuera, desde el metro hasta una taberna mexicana donde el Beatle George Harrison le dio cinco libras de propina.
Sus canciones tuvieron su propia personalidad desde el principio. Su manera de propagarlas, también. Se pateó el esquelético circuito madrileño de salas a finales de los setenta, pero sus verdaderas giras alternativas eran las que le impulsaban a aparecer en los mítines del Partido Comunista, del PSOE, de UGT y de la CNT.
A Sabina le sobraban las canciones y por eso su primer gran éxito lo cantó otro: a principios de los 80, Antonio Flores colocaba Pongamos que hablo de Madrid en el número 1 de Los 40 Principales. Mientras, él actuaba con Krahe y Alberto Pérez en La Mandrágora por mil pesetas la noche.
La poesía y sus amigos poetas le salvaron en sus peores momentos
En los ochenta, sus canciones, tanto en solitario como con Viceversa, le convierten en un fenómeno de masas que acabará derribando varias barreras generacionales hasta nuestros días. Con la llegada del éxito, podría haberse dedicado sencillamente a seguir jugando con las palabras y las melodías con la precisión e ingenio que le caracterizan, pero su corazón indómito le movilizó contra la entrada de España en la OTAN y en canciones como Si te he visto no me acuerdo, de 1985, le sacaba los colores a un PSOE que en tres años de Gobierno ya se había traicionado varias veces.
Su implicación social siempre ha circulado en un sentido de ida y vuelta desde sus canciones a la vida política y viceversa. En 1990, mientras participa en los actos de protesta por la Guerra del Golfo, publica el tema El Muro de Berlín, donde criticaba con acidez a los nuevos ricos que hacía tan solo unos años proclamaban consignas comunistas.
La poesía le vino a salvar en sus peores momentos. Tras sufrir un ictus (marichalazo en la acepción sabiniana) en 2001, publicó el libro de sonetos Ciento volando de catorce cuando pensaba dejar el escenario. Sus amigos eran los poetas (Luis García Montero, Ángel González, Felipe Benítez Reyes, Benjamín Prado...), los que le acompañaron en sus momentos más bajos: 'Estuvieron ahí de un modo impresionante', dijo de ellos. Ahora el que estará ahí es él, cada domingo en la contra de Público.
El poeta y ensayista Luis García Montero se ha convertido ya en una de las señas de identidad de ‘Público’, con las lúcidas reflexiones que ofrece cada domingo en su espacio ‘La realidad y el deseo’. A partir de febrero compartirá, además, una nueva y singular aventura junto a su viejo amigo Joaquín Sabina: con una periodicidad mensual, aparecerá en las páginas de este diario un cruce de cartas entre ambos sobre los más diversos asuntos de debate, desde la ciudadanía republicana o los derechos de autor hasta el futuro de la izquierda o la realidad de Cuba. Sus intensas y argumentadas discusiones quedarán escritas y serán ya de dominio público.
Público es el abrigo de la gente,
corazón de neón corazonado,
qué ganas de gritar contracorriente
las nanas de un futuro con pasado.
Público es el milagro de la imprenta,
el kiosko de un domingo con negritas,
el Carpanta que canta las cuarenta,
la tinta punto com agua bendita.
Público que alborota en plena calle,
cigarra que te agarra por el talle,
plaza púbica, Sócrates en vena.
Sátira al por menor, muñeca en bolas,
media luna de Chueca con rockola,
tribuna de la plebe sin cadenas.
Joaquín Sabina
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