Este artículo se publicó hace 7 años.
La terapia de un empresario de 89 años, arruinado, que tiene hasta la pensión embargada
Manuel Alonso Losada despierta cada día del año en las heladas aguas del atlántico, donde no es que desafíe a su edad. "Los huesos me duelen pero hay que tratar de vivir lo mejor posible y esto reaviva la sangre", asegura.
A Coruña--Actualizado a
"No hay nada peor que añorar el pasado", dice él, Manuel Alonso Losada, un hombre de 89 años que casi cada día amanece, sea verano o invierno, con el cuerpo metido en las exigentes aguas del oceano atlántico, donde no ejerce de capitán sino de ciudadano distinto. "Me meto incluso hasta cuando llueve", añade él en la playa de San Roque, a las afueras de La Coruña, donde tampoco desmiente el látigo de la edad.
"Hay días en los que me duelen los huesos y hoy parece uno de ellos. No sé si será artrosis. No diría yo que no. Pero lo importante es sentir que uno puede con el dolor, vivir con cierta calidad y entrar dentro de ese agua tan fría, donde hago mis ejercicios durante diez, veinte o treinta minutos, los que sean. La duración es lo de menos. Porque este agua te devuelve la energía que uno necesita para el resto del día y hasta diría más: yo creo que te reaviva la sangre".
Viéndole a él, o prestando atención a la rapidez con la que se expresa, cualquiera diría que este hombre tiene esa edad, esos 89 años que explican lo vivido y que, a su vez, demuestran que de lo más inesperado también se pueden encontrar grandes historias en el periodismo. Esta vez es a primera hora de la mañana en una playa todavía desierta donde el ruido de la marea es lo único que rompe el silencio.
"Esos 89 años que demuestran que de lo más inesperado también se pueden encontrar grandes historias"
"Nací en Rivadavia, en Ourense, en una aldea llamada San Cristóbal". Desde allí, nunca ha dejado de batallar. "Ni siquiera ahora que, a mi edad, se podría entender que estoy esperando la llamada del más allá para dejar todo esto. Pero hasta que llegue sigo peleando para vivir como quiero vivir o para bajar este estómago porque, aunque parezca difícil entender, yo nunca estuve tan gordo. El problema es que ahora hay días en los que el vientre no me funciona bien", añade, o vuelve añadir, él, un hombre que promete que jamás ha pasado por el quirófano. "Ahora, sólo estoy esperando una operación de cataratas. Pero nada más".
No se sabe si toda esta vitalidad procede de esos baños suyos en las heladoras aguas del Atlántico, donde, además, se interna de veras en el mar. "Pero podría ser", ironiza. "Podría ser el mar o podría ser uno mismo, el hecho de haber entendido completamente la vida en la que no hay nada más doloroso que venirse abajo. Se sufre demasiado", argumenta él, que en el pasado pasó por esa situación hasta que descubrió que "no valía la pena. No somos nadie para destrozarnos a nosotros mismos la vida en la que, además, estamos de paso. Mañana dejaremos de ser lo que somos hoy y no es que lo diga yo por mi edad, sino porque todos tenemos una fecha. Todo lo que nace tiene que morir. A veces, parece que se nos olvida y no debería ser. Uno tiene que vivir y no castigarse a sí mismo. No me gusta esa palabra. Vivir es más importante porque, además, ya pueden estar otros para castigarnos, lo merezcamos o no".
"Me embargaron y todavía se quedan con 160 o 170 euros de mi pensión. Pero no pasa nada. He aprendido a vivir así."
De hecho, Manuel fue empresario. "Yo construí. Fui un negociante, por encima de todo. Tenía canteras en Galicia. Monté hasta una fábrica. Compraba solares y con mi hermano teníamos uno en Vigo de 2.300 metros valorado en 700 millones enfrente de la calle Pizarro, junto a la antigua residencia del Piruli. En aquel tiempo ibamos a edificar una urbanización. Pero fue firmar y quedarnos sin nada. No nos dieron nada. Nos dejaron en la ruina y no supimos hacer otra cosa que volver a empezar o, como mínimo, volver a intentarlo". Hoy, a los 89 años, ya solo queda el recuerdo, "porque yo ya hice mi vida".
Incapaz de amargarse, pese a todo, recuerda que, "después de 33 años, ocho meses y dos días cotizados, más los 18 meses del Servicio militar, el Estado aún me tiene castigado. Me embargaron y todavía se quedan con 160 o 170 euros de mi pensión. Pero no pasa nada. He aprendido a vivir así. He aprendido a vivir con los 800 euros que me llegan más los 200 que me corresponden por la viuedad de mi mujer. Y si uno se lo propone no se tiene por qué vivir mal. Yo prefiero estar a gusto".
Quizás porque lo más importante, que es la energía del mar atlántico, la tiene nada más abrir la ventana. De hecho, desde el agua señala su propia casa. "Vivo en el séptimo piso". "Trabajé mucho. Trabajé demasiado y, aparte de los estudios de mis dos hijos, el chico hizo Farmacia y la chica Empresariales, me queda esto y la libertad de mirar al cielo y de ver que mi conciencia está limpia porque nunca hice negocios sucios. No vi nunca una sola peseta de dinero negro. No sé si otros pueden decirlo, pero yo sí lo puedo decir bien alto".
" Y si fuese invierno y el cielo estuviese lleno de nubes lo haría igual"
A partir de ahí no sabe lo que le faltó para haber impedido esa ruina, "porque yo lo tenía todo y es duro pasar de ese estado a no tener casi nada o a tener lo justo para vivir... Pero aprendí a hacerlo y no pasa nada. Uno se puede adaptar a todo. Yo aprendí a vivir con mi compañera, que tiene 87 años y, aunque nos fallen los huesos, mantenemos la independencia que uno necesita".
Y entonces la mañana habla por él con la misma sinceridad que prueba la fotografía que acompaña este relato. "Aquí me tiene a primera hora de la mañana desafiandome a mí mismo. Nada más que termine de hablar con usted entraré a bañarme. Y si fuese invierno y el cielo estuviese lleno de nubes lo haría igual. El tiempo ya no está por encima de mi", promete en última instancia no sin antes ejecutar una brillante manera de despedirse. "Si quiere hasta le doy mi número de carnet de identidad como prueba de que yo no oculto nada". Quizás porque los personajes de mar (al menos, lo que aprendimos de ellos en las lecturas) también son así: Manuel Alonso Losada, 89 años, ciudadano del océano atlántico que hoy brilla como nunca con esa imprescindible lealtad a la vida.
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