Sega Mbengue Diop, atleta de la selección senegalesa de triatlón.
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Érase un triatleta, que era un camarero, que era un ciclista, que era un rapero, que era un futbolista, que era un peón de obra, que era un niño feliz. A veces, habla en tercera persona y se convierte en personaje. Sega dice: “Sega es el Gómez Noya de Senegal”. Antes, Sega decía: “Sega es el Contador negro”.
Cada vez que pasa pantalla, se enfrenta a un nuevo desafío. Una vez le preguntaron si sabía nadar y él se tiró a la piscina. “Nunca digo que no, porque la negación no existe en mi diccionario. Si lo intentas, lo consigues”. Mientras chapoteaba, los entrenadores del Tritón se miraron entre sí antes de preguntarse: “¿Quién va a por él?”. Sega apenas sabía nadar, pero eso era lo de menos.
Cuando desgrana su vida, van saliendo oficios y aficiones que desdoblan a este camarero triatleta. El orden no es baladí: no es un deportista que trabaja en la hostelería, sino un tabernero que hace cuatro años se montó en una bici, luego echó a correr y un día casi se ahoga. Hoy disputa competiciones internacionales de triatlón, lo que él llama su hobbie. Una afición de superhombres.
Sega Mbengue Diop (Santiou Dara, 1987) tuvo una infancia como las de antes: la calle es mía. “Estabas todo el día jugando al fútbol y nadie se preocupaba por ti. Gozabas de una libertad absoluta. En cambio, ahora los niños están sobreprotegidos y enganchados a la Play. Pero la culpa no es de ellos, sino del mundo en que vivimos. Cuando un grupo de amigos adultos se reúne, también los ves enfrascados en el móvil, aunque ya sean mayorcitos”.
Él sólo saca el teléfono para mostrar una foto en la que muerde una medalla. Luego un vídeo en el que rapea. Más tarde enviará imágenes en las que se le ve nadando o jugando al fútbol. No manda ninguna estampa familiar, ni tampoco de cuando era niño y correteaba por la plaza del pueblo, donde su padre trabajaba como taxista.
En aquel tiempo, quien se movía no salía en la foto: eran nueve hermanos, cuatro chicas y cinco chicos. Uno de ellos ahorró seiscientos euros y llegó en patera a Tenerife. De allí fue trasladado a Zaragoza, adonde llegaría Sega poco después. Aprovechó un intercambio escolar en Logroño, para el que había sido seleccionado gracias a su buen castellano, y decidió no volver. “Me escapé y me fui con él”. Tenía catorce años. Ya ha cumplido treinta.
“No estaba dispuesto a que mi hermano me pagara todo y empecé a trabajar con los papeles de un camerunés que me alquilaba su documentación por doscientos euros al mes”, asegura. Curró de obrero y de limpiador, aunque el dinero lo ingresaba su colega, por lo que no cotizaba a la Seguridad Social ni tenía cartilla sanitaria. Su hermano, en aquel momento, tampoco tenía papeles. Ambos fueron descubiertos y pusieron pies en polvorosa.
Sega probó suerte en A Coruña, donde vivía un amigo. “Le iba bastante bien vendiendo discos y durante unos meses hice lo mismo, porque tenía que buscarme la vida”. Cuando su hermano se instaló en Santander y encontró un trabajo como camarero, siguió su estela. El empresario Carlos Zamora también lo empleó a él, quien comenzó desde abajo y terminó siendo el encargado de Celso y Manolo, uno de los restaurante que su grupo hostelero posee en Madrid.
Durante este tiempo, fue dejando huella allí por donde pasaba: clavó los tacos de sus botas en los campos de El Gancho (Zaragoza), el Maravillas (A Coruña) y el Internacional (Santander). “Fui uno de los fundadores de este club cántabro formado por jugadores de varias nacionalidades. Subimos a primera regional y casi ascendemos a regional preferente”, presume este exlateral, pues al llegar a Madrid cambió el fútbol por el ciclismo.
Comenzó con la bicicleta prestada de un amigo. Cuando se la robaron, compró una de segunda mano y al poco surgió la posibilidad de entrenar con el club Ciclismo en Cadena tras conocer a su presidente en la Casa de Campo. “La primera vez que salí con ellos, no pude seguir su rueda, di la vuelta y me fui sin decir adiós”. No le quedó otra que espabilar para no quedarse descolgado. “Ahora no me dejan atrás ni en las subidas”.
Entonces pensó que podía combinar las dos ruedas con el atletismo, pues estaba acostumbrado a correr por la banda. Así dio con la escuela de triatlón Tritón del Pardo y con la entrenadora Verónica Pardal: “Ella es la descubridora de Sega Triatleta”. Insiste en que se lo debe todo. Entre otros logros, integrar la selección de Senegal, cuyos responsables se fijaron en él cuando empezó a competir en pruebas como la QH (Sabiñánigo), La Mussara (Reus) o La Perico (Segovia).
“La Federación me propuso competir en la Copa de África de Triatlón Sprint, pero se lo pinté muy mal y alegué que en natación era un paquete”, afirma Sega, quien después sería convencido por su presidente para que aceptase. Le entregó un billete de avión y lo emplazó a representar a su país en Dakhla cuando apenas llevaba nadando unos meses. “Aunque no pude entrenar, porque me llegó la bicicleta tarde, fue maravilloso. Mis paisanos fueron muy majos y disfruté de la experiencia al máximo”.
El gallego Uxío Abuín ganó la prueba, mientras que él fue el undécimo africano en llegar a la meta tras nadar 750 metros, pedalear veinte kilómetros y correr otros cinco. En la clasificación continental, su equipo quedó segundo, por delante de Níger y por detrás de Marruecos, la selección anfitriona. La próxima cita será en Rabat dentro de dos meses. Aunque ocupa casi todo su tiempo libre en prepararse como iron man, se lo toma con calma. “No quiero que deje de ser un hobbie, que es lo que siempre ha sido para mí”.
Lo primero es lo primero: hoy se estrena en el restaurante Cuatro de Ocho. “Estaba muy contento como encargado de Celso y Manolo, pero necesitaba compaginar el trabajo con el triatlón”. Aunque es feliz en Madrid, habla bien de todas las ciudades por las que ha pasado. “De hecho, algún día volveré a Cantabria, porque me considero santanderino”. Allí se curtió en la escena hiphopera tras comenzar a rimar en Zaragoza, aunque no presume de ello, pues el dato se le escapa mientras habla de su facilidad para integrarse en España.
¿También rapero? “Soy un culo inquieto y siempre tengo que estar haciendo algo”, sonríe. Al igual que le sucedió con el fútbol, cuando llegó a Madrid también aparcó el micrófono, al menos temporalmente, explica mientras muestra el vídeo de una actuación. “Soy muy reivindicativo: hablo de la democracia en África, critico las guerras, denuncio la violencia de género… No me dedico a insultar a otros, porque entiendo la música como protesta”, concluye Lil Sega, nombre artístico de este portavoz de los sin voz. “Soy el que habla por los que no pueden hablar”.
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