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Sedimentos, diques y crisis climática: el Delta del Ebro afronta un futuro incierto

El Delta es uno de esos espacios únicos que, quizá, modifiquen dramáticamente su aspecto en los próximos años. La influencia humana, la crisis climática y su propia naturaleza dibujan un entorno que puede que ya no tenga marcha atrás.

humedales de Illa de Mar y l’Embut
Imagen de archivo de los humedales de Illa de Mar y l’Embut, en el Delta del Ebro, declarados reserva natural de fauna salvaje. Oliver Hernández

Los paisajes son traicioneros.

Los paisajes, digo. Tú los ves ahí, la naturaleza inmensa, majestuosa, crees que inmutable. Estuvieron siempre, seguirán hasta donde quieran. Nada más tranquilizador, piensas, equivocándote.

Porque los paisajes, las estampas, los bosques o ríos, van cambiando a lo largo de la historia. A veces por aluvión, por tormentas, por querencia de la mar o argayos. A veces, sí, por lo que hacemos nosotros.

Como ocurre en el Delta.

El Delta es el Delta del Ebro. Más de trescientos veinte kilómetros cuadrados donde conviven las aguas dulces y las salobres, tierra y mares, lagunas, flamencos y anguilas. Espacio irreal con hábitats disímiles, con plantaciones inmensas de arroz, con dunas, juncos y carrizos. Viven, allí, cincuenta mil personas que disfrutan del espacio cultivable, de la caza, de las vetustas salinas, del potencial turístico. Un triángulo casi perfecto que se mete veinte kilómetros en las olas, arrancando raíces al Mediterráneo.

Uno que, sí, va perdiendo vigor día tras día.

Porque hoy el Delta se muere. Como todos los demás humedales, como pasa en Doñana, en el Empordá, en cuantas desembocaduras crean piélagos y lamas. Ocurre en todo el planeta, donde desaparecen a un ritmo tres veces superior al apocalipsis de bosques. Es un desastre desde el punto de vista ecológico, un desastre también para los humanos, porque estos espacios almacenan hasta cincuenta veces más dióxido de carbono que las selvas tropicales, nos cuenta Gabi Martínez.

Gabi Martínez se fue un año al Delta. A una casita en el Delta, casi aislamiento absoluto. Frente a él, un lago Walden con olitas al que los romanos pusieron Mare Nostrum. Allí tomó notas, hizo entrevistas, copió gestos, escribió sones. Todo ello queda reflejado en Delta (Seix Barral, 2023), que es una de esas non-fiction sobre tierra y paisanajes que tanto agradan a los anglosajones (y a cualquiera que huela escaramujos y petricor). También resulta, claro, un libro de belleza asalvajada, sangrienta a ratos, delicada otros, un libro con aroma a elegía, historia que fue y cesa. Causas, razones y futuros.

Duele leer tan bonito sobre lo tan triste.

Tú ibas pedaleando y... pam.

Hace tiempo, por el Delta. Estábamos andando en bici, recorriendo planicies y curvas en escuadra, respirando aroma que huele a sal y dunas, disfrutando un sol que acaricia. Tranquilos, casi sin automóviles, dejando que cada metro enlace con el anterior.

Y, entonces... pam.

Espera, espera... ¿me ha reventado la cámara? Detenerte, sacar el pie, miras... no, todo correcto. ¿Y ese ruido? Pam, otra vez. Tranqui, me dicen, es que espantan las aves. Por el arroz. Se hizo siempre, aquí. O siempre desde que hay arroz, desde que al Delta le dicen Delta. Batidas nocturnas, sobre todo, noches flamencas para espantar flamencos. Sin darle a ninguno, por aquello de la biodiversidad. Cohetes y petardos, ojeras al día siguiente. Como madrugadas festivas, solo que chupando humedad, horas veladas y tardes de arrastrar los pies.

Es por el arroz, principio y fin de este sitio. Cuentan, incluso, que si le dicen Delta desde que hay arroz en abundancia, que antes era fango, laguna, ciénaga. Limo en palabritas y memorias. Hasta Costa de la Muerte, le llamaron, porque uno piensa naufragios solo en mogrus y bajíos, pero también los bancos de arena estancan naves. Por eso construyeron allí un faro, un faro con hierro de Birmingham, un faro que prendió por 1860. Un faro que sirve, hoy, para medir cambios en la línea costera.

Luego, por el XIX, comenzaron a plantar arroces, y el Delta pilló denominación (incluso de origen), fama y guapura. Jaume Vidal, artista de la zona, contó los espejos de arroz que tienen. Son 12.306, señala Gabi Martínez, así que el Delta refulge como un Mondrian bícromo (azul cielo, gris nubarrón) a todos los que quieran mirarlo desde arriba.

El Delta, en realidad, espera. Espera que se lo lleve una ola, un tormentón sin asubio ni futuro. La mar lamiendo espejos de aire y soles, quedándose a vivir por entre juncos y cañizas. Para siempre. Cambien representaciones cartográficas, avisen a los meteorólogos con su planimetría de poner huevos fritos. Piensan, ustedes, que el Mediterráneo es amable, civilizado, casi balsa. Olvidan que hubo aquí un ciclón, el Gloria, por 2020. Vientos superando los ciento cuarenta kilómetros por hora. Quizá no parezca apocalíptico, pero es que (casi) todo el camino viene ya andado.

"Un delta es un equilibro entre la aportación de agua dulce y sedimentos y la modulación de estos sedimentos por la mar. Cuando deja de bajar agua por el río, a causa de los embalses, nos encontramos con un delta más marino que fluvial, rompiendo el equilibrio. Durante muchos meses del año el mar penetra hasta cien kilómetros arriba de la desembocadura del río. A esto se suma el cambio climático... hay sequías importantes, pero los regadíos no se han limitado, así que se incrementa el factor invasivo del agua marina. La figura de parque natural permite combinar los valores naturales de un espacio con las actividades humanas... Aquí, en el Delta del Ebro, hablamos de agricultura y caza, que venían desarrollándose desde antes", me dice Elisenda Forés.

Habla como miembro de Ecologistas en Acción, y también como doctora en Biología. Su tesis versaba, precisamente, sobre aspectos vinculados al Delta del Ebro, así que conoce perfectamente el sitio. "Pero lo que yo concluía ahí ya se ha superado", cuenta, entre risas. "El Delta era un espacio con actividades humanas un poco descontroladas... Para incrementar la producción de arroz se vertían pesticidas, insecticidas. Hoy está más regulado, es menos agresivo, aunque algunos pensamos que continúa siéndolo demasiado".

Quiero saber qué opinan las administraciones. Sobre el Delta, sobre su evolución, su futuro. Llamo al Ayuntamiento de La Ràpita, uno de los seis municipios donde radica el parque natural (los otros son Amposta, Deltebre, l'Ampolla, Camarles y Sant Jaume d'Enveja), y desde allí me remiten a la Taula de Consens pel Delta. La Taula agrupa a los ayuntamientos y a las dos Comunitats de Regants (Comunitat de Regants-Sindicat Agrícola de l'Ebre y Comunitat General de Regants del Canal de la Dreta de l'Ebre), además de haberse adherido más de una treintena de organizaciones.

Toni Domingo es técnico agrícola en la cooperativa Arrosaires Delta de l'Ebre, miembro de la Taula. "Esto no es más que una mesa de diálogo donde se trabajan los asuntos de la zona de protección del Delta, pero siempre con el consenso unánime de todas las partes. Esa es la gracia... Si vas al Ministerio o al Gobierno autonómico, llevas propuestas consensuadas por todo el territorio".

Le pregunto cómo se lleva a cabo el cultivo arrocero hoy en el Delta, qué modificaciones hay respecto al pasado. "Estamos en constante evolución, porque no es solo el cambio climático, sino que hay otras amenazas, como las especies invasoras... Mira, con el caracol manzana tuvimos que cambiar mucho el cultivo, sembrando arroz durante unos meses como si fuera un cereal e inundándolo más tarde, así evitas que el caracol devore la planta. Y ahora el problema es la subida del nivel del mar, porque asciende el nivel freático de las sales e imposibilita este tipo de cultivo. Actualmente también impulsamos el sistema de drenajes".

Oye, y esos cambios... ¿cómo son? En lo geográfico, en el Delta. Los que se ven, los que salen en fotos y asustan a vecinos. Toni sigue. "Las playas que antes tenían cien metros ahora no existen o son de quince metros... se retrocede a pasos agigantados". Pregunto sobre la previsión. "Menos de veinte o treinta años... cosas que pensabas ver en diez años o más este año mismo... Hicimos en 2023 unos malecones pensando en cómo subiría el nivel mar en una década, y esa subida ocurrió hace dos meses. Está avanzando a velocidades que no se podían imaginar".

Entonces... ¿cuál es la solución? ¿Resituamos sedimentos u optamos por la intervención drástica, con diques a la holandesa? Algunos dicen que ya no hay tiempo para sedimentar, que van años tarde, que esa batalla se perdió. Cuentan que solo se puede atajar el problema (si es que es un problema) con hormigones y diques. Poner al Delta del Ebro cara de neerlandés, seguir la táctica de los pólders, aunque no se quieran pólders, sino otra cosa bien distinta.

"Es como si tienes un enfermo terminal y quieres poner un parche... tienes que ir con medicamentos duros", dice Toni. "El tema de los sedimentos no se debe olvidar, pero, a día de hoy, ni hay agua para hacerlos bajar ni sedimentos suficientes, y además es muy lento. Creo que la solución a corto plazo es hacer movimientos de arenas, diferentes combinaciones en distintas zonas del Delta. Creo que con eso tendríamos algo de margen, algo de vida. Coger aliento con los sedimentos es imposible, bajo mi punto de vista".

Elisenda matiza. "No podemos poner muros toda la vida, al final va a parecer la Gran Muralla. Tiene que llegar el sedimento, tiene que llegar el agua. La única solución del Delta es renaturalizarse al máximo, y, aun así, el cambio climático afectará y modificará, porque los deltas son dinámicos".

Pero, ¿cómo se podría hacer esto? Continúa. "Es problemático, porque no consiste en abrir la compuerta del embalse y ya... El sedimento no está allí, sino en la cola del embalse, donde el agua empieza a bajar de velocidad. A veces se ha optado por bajar el sedimento por canales mezclado por agua, una especie de lodo. Incluso algunos hablan de bajarlo con camiones. Parece difícil, pero ahora hay ideas para llevar agua del Ebro a Barcelona con barcos, así que no hay nada imposible".

Esto de los camiones ha sido recientemente descartado por la Confederación Hidrográfica del Ebro, que no ve posible tal acción. Son demasiado finos, los sedimentos. Son, sí, demasiado frágiles. Intentan recuperar de otras maneras, movilizar lo que quedó varado, redibujar riberucas que antes fueron y ahora ya no son, por embales y hormigones.

Desde la Confederación Hidrográfica del Ebro apuntan que en el bienio 2023-2024 se lleva a cabo una prueba piloto sobre cuál es la metodología correcta para movilizar sedimentos, en este caso en el embalse de Ribarroja. Allí buscan establecer la eficacia de la draga, diferenciar entre sedimentos gruesos y finos, aprovechar la propia fuerza del río para su traslado... El volumen total superará los doce mil metros cúbicos movilizados. Todo esto lo encuadran, cuentan, dentro de la llamada Estrategia para la gestión integral de sedimentos de la demarcación hidrográfica del Ebro.

Ahora el Delta espera. A que la crisis climática lo devore, a que una galerna (un turbón furioso, un turbón de los que hay cada lustro) cambie para siempre su imagen. Sigue respirando, aunque cambió. Sigue respirando, evoluciona, muta. Ser vivo hecho de seres vivos. Tememos por el Delta porque no son pocos los que viven de/en el Delta. Quizá deje de asaetear azules en mapa, quizá se convierta en caparazón de galápago, o se derrame como posos del café. Con más sedimentos, con más légamos. Estemos usted y yo, faltemos usted y yo...

Es lo que tienen los paisajes... que se moldean a cada momento.

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