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El Robin Hood de Lleida: robaba agua para dársela a los africanos

Un problema que no es nuevo, migrantes explotados y desamparados y un barrio con agudos problemas sociales. Esta es la historia del gueto de los negros y los gitanos en Lleida.

Residente africano del Casco Antiguo de Lleida. FERRAN BARBER.
Residente africano del Casco Antiguo de Lleida. FERRAN BARBER.

Una de las razones principales por las que muchas de las fotos divulgadas estos días de los jornaleros hacinados bajo una marquesina de la calle Cavallers de Lleida se han tomado en la distancia es porque los homeless africanos se han cansado de que se les trate como a monos. Es un hecho -nos explican-; no quieren mostrar sus rostros en los diarios o las televisiones, ni siquiera para denunciar las condiciones lamentables en las que tienen que vivir bajo los soportales de la capital del Segria mientras aguardan a que alguien les contrate. Y no les vale el argumento de que se hace por su bien. La Casa de la Fusta vendría a ser la feria y ellos, los gorilas semienjaulados ante los que desfilan los fotógrafos. Eso explica que muchas de esas imágenes sean robadas u obtenidas al despiste.

Un equipo de televisión trataba de lograr un plano desde la distancia el pasado viernes y de forma inmediata (es lo que viene sucediendo), un temporero sale al paso del fotógrafo para reprocharle con cortesía que no haya solicitado autorización a los allí presentes. Tan solo media hora antes, varias asociaciones vecinales habían organizado un acto público junto a la sede de las oficinas de la Hacienda estatal para protestar, entre otras cosas, por las altas tasas de criminalidad del barrio. Por "barrio" se conoce en Lleida al gueto de los negros y los gitanos. Es la clase de lugar que mucha gente evita o teme, por todos los estigmas que ensucian su reputación.

Hace muchos años que estos jornaleros se concentran en la zona cada primavera, bajo el raso, pero nunca habían hecho acto de presencia tantos periodistas. Se diría, de algún modo, que el problema es nuevo, pero lo único nuevo de verdad es la atención que ha suscitado lo que allí sucede fuera de Catalunya. De ser un asunto casi puramente local ha pasado a acaparar titulares en todo el Estado, a remolque, entre otras cosas, de la cadena de contagio del coronavirus originada en los mataderos de Binéfar (Huesca), del gesto decoroso de un jugador de fútbol que se ofreció a pagar su alojamiento y del asesinato de George Floyd. Durante varias semanas, centenares de ellos durmieron al raso durante la pandemia sin que nadie reparara en la emergencia. La mayoría siguen igual, pero ahora son visibles.

Llegados a este punto, la consigna para los periodistas -la condición sine qua non- es que no se muestren fotos de sus rostros, y la consigna es aceptada antes de charlar con un gitano al que llamaremos Lluis, vecino de ese barrio, y observador nada imparcial de lo que viene sucediendo. Porque, lo que viene sucediendo -dice- no va solo de jornaleros sin un techo, ni comenzó anteayer.

"¿George Floyd? ¿Que si el racismo es nuevo? ¡Ja! Recuerdo hace dos o tres años que el Ayuntamiento les cerraba a los africanos el acceso al agua para que no se asearan en las fuentes de San Lorenzo y Caballeros. Yo volvía cada noche con las llaves como el gato y el ratón y volvía a abrir el paso del agua. Un poco como Robin Hood, ya sabes. Decían que se lavaban la cabeza o que utilizaban el plato para restregar las ropas, ¿pero dónde iban a hacerlo? Imagina que no tienes ni un trabajo ni un lugar donde dormir y además se aseguran de que ni siquiera tengas agua. Así se trata aquí a la gente. Ahora se ha llenado el barrio de periodistas y sí, vale, hasta la policía ha aflojado un poco con lo de las palizas de la furgo, ¿pero durante cuánto tiempo?".

Del bolsillo del futbolista

Buena parte de la culpa de la visibilidad que, por primera vez, han conseguido todos estos africanos guarda relación directa con lo que ha hecho una activista catalana, oriunda de Lleida y de origen senegalés. Nogay Ndiale es profesora de la Generalitat, afiliada a la CGT y miembro de cualquier plataforma donde se defienda a sus paisanos (entre otras, Fruita amb Justícia Social). Ella terció también ante el jugador del Mónaco, Keita Baldé, para que pagase de su bolsillo el alojamiento de los jornaleros. Lo que parecía inicialmente llamado a ser una especie de acto simbólico que apelara a la conciencia de las instituciones se ha convertido, de momento, en una de las pocas medidas efectivas adoptada en pos de estos sintecho. En otras palabras, el destino de todos esos africanos sigue dependiendo esencialmente de la solidaridad y generosidad de un jugador de fútbol que, como dice Ndiale, no posee la fortuna de Messi.

Se estima que Baldé ha pagado ya o está a punto de donar en torno a 15.000 euros para facilitarles la comida

Tal y como están las cosas, parece plausible que se ubiquen a cuarenta de estos jornaleros en el Hotel Ibis y otros cuarenta en el Reina Isabel, siempre y cuando el Ayuntamiento habilite los medios de transporte necesarios para llevarles y traerles desde fuera de la ciudad. Existen asimismo dos edificios donde podrían alojarse a todos si se resuelven ciertos problemas administrativos relativos a licencias y servicios. Si el jugador Keita Baldé tuviera que afrontar de su bolsillo la totalidad de la factura, debería desembolsar 30 euros por persona y día, una auténtica fortuna. Se estima que Baldé ha pagado ya o está a punto de donar en torno a 15.000 euros para facilitarles la comida y pagar los sueldos de al menos dos cocineros durante los dos o tres meses que podría durar la estancia.

Porque lo cierto es que, a pesar de todo el ruido mediático y las decenas de informaciones dedicadas a los migrantes negros, quedan aún 80 jornaleros sin un techo por el Casco Antiguo. "Cien, si incluimos las calles colindantes, y hasta doscientos, en total, si contamos todos los edificios ruinosos y los pisos que han tenido que ocupar", nos precisa Nogay. "A esos hay que sumar los 140 y algo que, de acuerdo al último recuento, duermen en el pabellón de la Fira habilitado por el Ayuntamiento, que es como una de esas carpas donde se aloja a los damnificados por catástrofes".

"La Paeria no ha cubierto nada. Ese es el morro que tienen. Y hay que recordar que el futbolista no cobra ocho millones de euros al año. Así que lo que Keita está intentando es buscar algún edificio o local grande donde se pueda acondicionar de forma rápida y sencilla a todo el mundo sin tener que pagar un precio fijo por persona y día", nos dice Ndiale.

El jueves pasado, el propio alcalde de Lleida, Miquel Pueyo, dirigía varias cartas a la delegada del Estado en Catalunya y al delegado del Govern en Lleida para pedirles que se implicaran en la recuperación del buen nombre del sector agrícola y de la reputación de las comarcas de Lleida, lo que venía a ser un reconocimiento tácito de que esta ha quedado notablemente ensombrecida por todas las acusaciones de racismo que se han vertido durante las últimas semanas. En el texto remitido por Pueyo, consensuado por las tres formaciones que se hallan al frente del equipo municipal de Lleida –ERC, JxCat y Común de Lleida–, se pedía también al Estado que regularizara la situación de esos migrantes para que pudieran trabajar en la recogida de la fruta. Según Pueyo, todos estos migrantes sin papeles han quedado a merced de los servicios sociales del ayuntamiento, en ausencia de otro apoyo logístico o económico por parte del resto de administraciones. El edil reconoció, por otra parte, que habían actuado tarde y de un modo ineficiente.

Como en el Tercer Mundo

Observar a los migrantes bajo los soportales estos pasados días de tormenta evocaba las imágenes de catástrofes humanitarias. Ni el intercambio de mea culpas ni la polvareda mediática ha provocado avances relevantes. Y la prueba es que no tienen un lugar donde ir a defecar. Varios edificios derruidos y solares se han convertido en los "aseos públicos".

No tienen un lugar donde ir a defecar

Hasta hace solo algunos días, no disponían tan siquiera de acceso al agua debido a las restricciones impuestas por la pandemia. El olor a orines en ciertas calles es ya insoportable y lo será más todavía cuando llegue el verano y tengan que vivir al raso, en las calles de una ciudad donde se registran algunas de las temperaturas más altas del Estado. No hay nada tampoco de nuevo en ello. Viene siendo de ese modo desde hace varias décadas.

"Hay mucha gente que se está volviendo a Senegal o Gambia antes incluso de regularizar su situación porque se ha convencido finalmente que esto es mucho peor que lo que dejaron atrás en África. Pero a la mayoría le da vergüenza admitir que no les ha ido bien. Esa es la razón, entiéndalo, por la que nos gusta aparecer en los periódicos", nos cuenta uno de esos temporeros, junto a la casa de la Fusta. Hay algo también en ello de pobreza vergonzante. No les gusta admitir que las cosas en España no van bien por temor a que les vean en su país como un puñado de fracasados.

Quien habla de este modo es un pescador senegalés de una pequeña aldea costera cercana a Thies. Junto a él hay un amigo de su pueblo. Ambos duermen bajo una marquesina de la calle Cavallers. Ninguno de los dos tiene papeles. ¿Por qué aguardan, entonces, en semejantes condiciones? ¿Por qué no regresan a Valencia o a Roquetas de Mar, desde donde viajaron hasta Lleida poco antes de que se declarase la cuarentena? Porque al grueso de esos jornaleros sin papeles y tan glosados por la prensa se les sigue contratando ilegalmente a razón de seis euros por hora, al más puro chicano. Esa es la paradoja y ese es el cinismo que subyace en esta historia. Hace ya muchos años que el gueto del Casco Antiguo y las áreas adyacentes se han convertido en las áreas preferentes de reclutamiento de trabajadores sin papeles, en las épocas de recogida de la fruta. Trabajan por peonadas, en función de los picos que se generan. Hoy me llevo a siete; mañana necesito a tres, como si fueran frijoleros mexicanos dando tumbos por California.

A menudo se recurre al boca a boca, porque es mucho más discreto. Repiten habitualmente los trabajadores que funcionan. Claro está, el procedimiento es más o menos sibilino en función de la vigilancia a la que se encuentran sometidos, pero siempre ha sido una estampa habitual ver circular las furgonetas y llevarse a cinco, seis u once, en función de las necesidades del momento. En vista de la que está cayendo, los puntos de reclutamiento y recogida se han trasladado y maquillado, pero una cosa es obvia: los lugares donde duermen estos jornaleros sin papeles suelen estar mucho más frecuentados por la noche porque muchos de ellos trabajan durante el día.

¿Qué opinan los productores de todo esto? Por un lado, que no hay racismo por su parte y por otro, que no puede responsabilizárseles de la situación de estos temporeros, pese a que son justamente estos trabajadores quienes abastecen los campos de mano de obra y pese a que hace ya varias décadas que esta situación se viene repitiendo, sin que hayan adoptado hasta la fecha medidas efectivas para proveerles de unas condiciones dignas. "Ningún campesino, alcalde o vecino tiene que pedir perdón a nadie porque aquí no hay racismo de ninguna clase", rezaba un manifiesto leído esta semana por el primer edil de Alcarrás, Manel Ezquerra. Según todos sus firmantes, el problema no guarda relación con ellos.

Desde algunas de las plataformas de defensa de los temporeros no se descarta el invitar a medios centroeuropeos de comunicación o a interlocutores de los compradores de la fruta producida en ese área para que sean ellos los que juzguen y monitoricen si, en verdad, los productores tienen o no alguna responsabilidad sobre la situación de esos trabajadores africanos. De esa manera, los compradores de la fruta leridana podrían conocer cuáles son las condiciones de producción. No han inventando nada nuevo para ejercer presión. Medidas semejantes se han experimentado ya en otras zonas del país. Viene a ser una especie de etiqueta de calidad humanitaria de la fruta.

"El convenio agropecuario establece que, a cualquier persona que viaje desde más de 75 kilómetros, se les tiene que facilitar el alojamiento, bien por medio del ayuntamiento, una empresa o una ETT", asegura Ndiale. "Hay diferentes niveles de responsabilidades entre la patronal y municipios como Aitona, Seros, Soses, Alcarrás o Torres de Segre, pero parece que se lavan las manos. Lleida ocupa una posición de centralidad pero no es el único culpable. Además, la Generalitat ofreció en su momento subvenciones para albergues de temporeros pero la mayoría de consistorios se negaron a hacer uso de ellas". ¿El motivo? Una vez más, el socorrido efecto llamada. Nadie quiere que su municipio se convierta en la Meca de los negros.

Africanos incivilizados

A mediados del pasado mes, el diario Segre se hacía eco de una queja colectiva de varios alcaldes de la zona frutícola, a quienes inquietaba y molestaba el comportamiento incívico de algunos de estos jornaleros atascados en su pueblo sin un techo que habían hecho uso de las fuentes públicas de agua. Mientras esos africanos hacían frente a la pandemia en unas condiciones deleznables, a varios de esos ediles les incomodaba que hicieran uso del agua.

"Es muy fácil criticar el racismo cuando los hechos acaecen a 8.000 kilómetros"

Si algo ha cambiado durante las últimas semanas, antes y después del asesinato de George Floyd, es el nivel de movilización de la propia población negra. La manifestación contra el racismo organizada en Lleida el pasado domingo fue, a todos los efectos, histórica. Asistieron, según sus convocantes, no menos de setecientas personas y cuatro quintas partes de ellas eran africanas. Algunos escenificaron el asesinato despiadado de George Floyd en una especie de performance. La idea que alentaban -el mensaje del que eran portadores- era bastante claro: "Es muy fácil criticar el racismo cuando los hechos acaecen a 8.000 kilómetros. Pero lo que se está denunciando en la capital del Segria atañe justamente a aquello que no se ve, todo lo que tenemos en la cara y nos negamos a admitir. Lleida es una ciudad racista".

Ni siquiera se ha visto exenta de acusaciones relacionadas con brutalidad policial alentada por motivos raciales. Por el gueto corrió como la pólvora hace varias semanas que la Prensa se había hecho eco de las acusaciones dirigidas a ciertas unidades de la Urbana a las que se atribuyen actuaciones notoriamente irregulares. Fue justamente este diario el que recogía el testimonio de un africano que decía haber sido golpeado por los agentes, fuera del alcance de las cámaras de vigilancia. Mientras se grababa a la supuesta víctima del abuso en un vídeo que incluye el reportaje, un Mosso de Esquadra entró en el plano y reconoció abiertamente: "Hay casos, hay casos". Se desconoce qué medidas han sido adoptadas para investigar qué hay detrás de estas y otras acusaciones semejantes.

Los hechos mencionados sucedieron algo antes del asesinato de George Floyd; antes también de que la propia Paeria reparara en que, inevitablemente, la cadena de contagio originada en los mataderos de Binéfar terminaría por alcanzar a la población africana del Segria y las comarcas frutícolas de los aledaños. No era ciencia de los cohetes el determinar la urgente necesidad de rastrear esa cadena. Aunque con demora, así se hizo, y a la postre, los alcaldes de Binéfar y de Lleida terminaron intercambiándose acusaciones recíprocas sobre su supuesta falta de diligencia.

De telón de fondo, irrumpieron entonces los jornaleros que, como cada año, comenzaban a concentrarse en la capital del Segria con la esperanza de hallar trabajo en el campo. En realidad, el problema de los temporeros sin un techo era una capa más en el hojaldre del problema del gueto y, en general, de un problema estructural que aqueja a la sociedad entera y a la que algunas activistas comenzaron a llamar claramente por su nombre: "Racismo".

"¡Quédate solo una noche y verás de lo que hablo!", nos dice Lluis el 'Robin Hood', gitano y residente "de toda la vida" del barrio. "Quizá no suceda la primera, pero tarde o pronto verás cómo se dirigen algunos policías a la gente de aquí. No hablamos de toda la policía, ni siquiera de toda la Urbana, sino de alguna unidad en concreto a las que la gente teme más que al diablo. Pregunta por ahí por la gente a la que se han llevado a las faldas del castillo para golpearles. Quédate y verás cómo intimidan a la gente para conseguir información cuando no encuentran nada. Todo el mundo sabe eso. También ha habido denuncias con partes de lesiones, pero ningún juez va a creer jamás aquí a alguien con antecedentes y penas de prisión cumplidas".

Lo más parecido a las revueltas raciales que, salvando las distancias, hay en la ciudad tiene que ver con algunos episodios que se han producido en el barrio a lo largo de los últimos años, y con el resquemor que provoca entre algunos de sus habitantes la presión policial: delincuentes o no; traficantes o no. No es la primera vez que la "gente del barrio" se ensaña con un coche de policía, ni en la que se cuestiona el proceder de algunos agentes. En 2018, un ataque salvaje en un bar de dos agentes de la Urbana de Lleida contra marroquíes fue incluso registrado en vídeo y dio lugar a una denuncia por agresión con instrumento peligroso y por los delitos de torturas y de ataque contra la integridad moral de una persona.

Claro, que no todos los habitantes de ese barrio ven las cosas de ese modo. Hace ahora una semana, varias asambleas de vecinos del Casco Antiguo echaban aún más leña al fuego y se manifestaban en la Plaza de Cervantes con pancartas donde podía leerse, entre otras cosas, "Basta ya de delincuencia y de tráfico de drogas". En opinión de todas estas plataformas convocantes, la centralización de los servicios sociales en ese área -entre ellas, una narcosala- o la falta de rigor policial en la lucha contra las drogas han hecho de ese barrio una zona franca para la marginalidad y la criminalidad. Los organizadores de este acto subrayaron que la oportunidad de su protesta no guardaba relación con la presencia temporal de esos doscientos jornaleros. "En ningún momento están causando más problemas de los que sufrimos durante todo el año", señaló Óscar Lanza. "Estamos hablando de familias problemáticas que estigmatizan a todos el barrio. Hablamos de respeto entre vecinos, y nos da igual el color o sus orígenes". En otras palabras, creen que en el barrio se tolera y aun se alienta lo que nunca se permitiría en otras zonas de la ciudad.

"Llevan razón cuando dicen que el Ayuntamiento ha centralizado los servicios en esa zona", dice Nogay Ndiale. "En ese barrio viven solo pobres, muy pobres e inmigrantes, la clase de gente que no vota o no se queja, de manera que cualquiera clase de servicio que en otras áreas hubiera dado lugar a protestas o que desean ocultar, ha terminado por ubicarse allí, y ello incluye una sala de punción para toxicómanos o el albergue Jericó. Independientemente de eso, el manifiesto de esos vecinos era completamente racista. Lo que en el fondo quieren -añade Ndiale- es que vaya toda la gente pijiguai a sus terracitas y sus bares. Y está claro que los negros perjudican sus negocios de ocio nocturno. Les incomoda pasear y ver a pobres o a cien negros en la calle".

Quien no advierta racismo en la cultura de la sociedad de Lleida es, en opinión de Ndiale, porque prefiere poner una venda ante sus ojos. "Sufrimos el racismo cuando se nos niega el acceso al alojamiento. Es racismo también la persecución policial y la identificación por perfil racial, como lo es el hecho más que notorio de que a los negros se nos impide acceder a una discoteca en grupos de más de tres personas. Llamas a la policía y no saben cómo actuar".

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