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El principio del fin de las boleras tradicionales de Cantabria: convertidas en asfalto, urbanizaciones y terrazas

Antaño las boleras eran lugar de reunión vecinal en todos los pueblos de Cantabria. Hoy cada vez quedan menos, absorbidas por urbanizaciones, terrazas y asfalto. Se va, con ellas, un cachito de cultura y etnografía.

23/02/2023.  Antigua bolera convertida en terraza
Antigua bolera convertida en terraza. Gema Rodrigo

Estaba detrás de la casa, claro. La casa donde nací.

Me lo cuenta mi padre. Charlas de café, que le gusta mucho a mi padre, claro, tomarse café cuando voy a verlo a la huerta. Con leche, sacarina, se come las dos galletucas que ponen ahí, junto a la taza, goloso. Y hablamos. De esto y de aquello, que cómo viene la maíz, de si florece pronto el peral que hay por mitad del monte, ese que da peras chiquitinas pero dulcísimas, del perro, que a veces se escapa a correr un poco y vuelve dos horas más tarde, baba cayendo desde los belfos, ojillos de "no lo volveré a hacer".

Y en una de esas... que estaba detrás de la casa. De la casa donde él nació, esa que luego habitó Lucio, un tío segundo mío, la que se ve desde los castaños. Pues allí hizo mi tío Ángel una bolera. Con sus manos, para jugar en cuadrilla. Tenía las medidas, sí, dice mi padre... solo era un pelín estrechuca, porque el terreno no daba para más. La dibujó con tu abuelo, aplanando ellos mismos la finca, y luego encargaron los bolos en Torrelavega, a un artesano que aun hace estas cosas. Y allí jugaban. Él era bueno, yo alguna vez tiré, pero... A mí lo que me gustaba era pinar. Pinar. No por nada, pero es que te pagaban igual una perra gorda por partida, y entonces eso era mucho dinero. Así que nos engarrábamos los críos, para pinar en los bares.

No, ya no está, esa bolera. Se fue, ya sabes. Estas cosas si no las mantienes y las cuidas... vuelven pronto a ser prao...

El bolo palma es toda una institución en esta tierra. El bolo palma montañés. Hay, en Cantabria, hasta cuatro formas distintas de jugar a los bolos (cinco, dicen algunos, que buscan matices). El más extendido es este. Busquen, busquen vídeos... cosa de precisión y pulso, algo que huele a pueblo, a hierba recién segada (segada a dalle, fiuu, fiuu, el olor del verde, los insectos zumbando alrededor, atardecer ambarino), a reuniones por la mañana, después de misa.

Antes, cada pueblo tenía su bolera. No, antes cada pueblo tenía su bolera, pero es que cada bar tenía también su bolera, su corro, porque era lo que había para entretenernos, y a fe que era entretenimiento bueno, este. Se jugaba arriba los gananciosos, que significa partidas, individuales o por parejas, donde los ganadores siguen hasta que alguien los desaloja. Como en futbolines y billares, para entendernos. Igual alguna apuestuca chica. Esa frasca de blanco, esas rabas (sin limón). Igual alguna apuestuca chica, sí. Pero, sobre todo, espacio para juntarnos, para hablar y que te hablen, para pasar, ser. Los mayores juegan, los niños pinan bolos (pinar bolos es algo que cansa bastante) a cambio de dos o tres monedas.

Un sitio donde reunirse, donde reunirnos. Símbolo de aquellos pueblos con montes comunes, pastos comunes, fuentes que eran de todos, concejadas y sextaferias.

Ahora, hoy, la mayoría de esos corros ya no están.

Pregunto a mi padre, que se ha mostrado como informante válido en todas estas cosas. Oye, y aquí, por el pueblo... ¿cuántas boleras teníais? Él sonríe, sorbe un poco del café, empieza a contar con los deducos. Pues mira, estaba la de Vega, en el bar... la del Cumbrales (que es otro bar y ahora hace de parking), una al otro lado del ayuntamiento, la de los padres de Bartolín, el veterinario, que tenía tienda y bolera, sigue, y la de ahí enfrente, la que aun funciona. Y la de tío Ángel, digo. Y la de tu tío Ángel, sí. Ah, y también la del Sindicato, esa que hay cayendo para Requejada.

23702/2023. Antigua Bolera de Requejada
Antigua Bolera de Requejada. Gema Rodrigo

A la bolera del Sindicato le decían así porque está justo al lado de un edificio enorme donde fundaron la UGT, y ejerció como local durante años. Mi abuelo estaba. En lo de la UGT, digo, aunque en la bolera también. Y mi padre. Por los cincuenta seguían tirando bolas, bien me acuerdo. Yo no, yo iba solo a pinar. Pero seguían, claro. El nombre era otro, que no estaban los ánimos para sindicación no vertical, y aquel edificio pasó a ser almacén de piensos. Pero, en una mezcla de rebeldía y tradición (en los pueblos la tradición cuenta) todos continuaban diciendo, a aquel sitio, "el sindicato".

Hoy lo que antaño fue bolera tiene nueve árboles a un lado y cuatro al otro. Solo que no son árboles, sino troncos tronchados casi a ras de suelo, con astillas húmedas de color marrón oscuro asomando, esa corteza descascarillada que se les pone a las cosas que ya no son. Hay verdín sobre los cantos (verdín como musgo de los belenes, verdín que parece recordar ríos), y trozos de teja rota, y tierra, y hasta una bolsa de patatas fritas a medio romper, como si fuese el decorado de una peli costumbrista. Sobre el cutío brotan penachos de hierba, como mechones despeinados de un niño travieso. Aun se distinguen los puntos de tiro, pero están llenos de herrumbre, casi puedes oírlos toser con aliento de tisis. No hay bolas, no, en la antigua bolera del sindicato.

Solo que hay más. Boleras, digo. En Polanco vimos unas cuantas. Hasta siete, oigan. Pero es que los pueblos de alrededor también gastaban de eso. Sigue mi padre. Que si en Rumoroso hubo una en un bar, que ya no hay bolera ni bar. Que si en Barreda otra, que le decían "del Cofre", por el mesón de al lado. La de Requejada donde "La Esquila", que ponían unos blancos buenísimos. Y otra un poco más adelante, junto al puesto de La Cruz Roja. Y luego quedan Rinconeda y Posadillo. En Posadillo estaba la bolera de Hilario, que tenía un bar y era íntimo amigo de tu abuelo Bartolo, y estaba eso junto al molino de moler maíz, que ahora ni bolera, ni bar, ni molino, y un poco más adelante llegabas donde Inda, la cenachera, que tú le llevabas a Inda el burro en cuestión y ella te trenzaba unos cenachos perfectos, ajustados a tamaño y ardor. Ya no quedan, no, cenacheras como Inda.

Ah, y falta la de Rinconeda, que estaba en el merendero, junto al río. Allí íbamos tu abuelo y yo a pescar anguilas. A sarcia, sí, con la turbia. Metías gusanas en un sedal de dos metros o tres, le ibas dando vueltas como si fuese una rueda de churros, que quedasen círculos de unos quince centímetros, y lo hundías todo con la vara de avellano hasta el fondo del río, hasta el fango. La anguila muerde gusana y, como tiene los dientes curvos, quedan trabadas en la sarcia. Y entonces ya sí, entonces subes el invento, la coges con cuidado (las anguilas resbalan mucho, para quitarles la piel antes de cocinarlas debes impregnarlas con ceniza) y al cubo que van. Yo también recuerdo, alguna vez, ir a pescar anguilas con mi padre, siseo viscoso sobre el plástico, los cuerpos retorcidos que parecían uno. Ya no quedan, tampoco, anguilas.

(Hacen un total de catorce boleras. Para tres mil habitantes que tenía el municipio a mediados del siglo XX. Supongo que nos hacemos cargo del asunto).

Vamos a la bolera de Requejada. La que está junto al puesto de La Cruz Roja, que hoy es un coqueto asubio para descanso de los peregrinos camino Compostela. Del Regato de las Anguilas, le dicen. Ya ven, todo relacionado. Junto a la Nacional 611, un camión que pasa, tres turismos, cinco o seis bicis. Allí está, abandonada. Apenas puede verse, te lo tienen que decir.

En los alrededores... árboles llenos de garcetas blancas, como si fuesen farolillos albos. Sobre lo que antes debió ser el tiro... cuento... uno, dos, tres, cuatro... hasta treinta y seis cogollos de plumeros. Una planta invasora. La metáfora es incluso grotesca. En el lado sur hay siete árboles. Árboles gordísimos, con enredaderas abrazándolos cual escamas de color verde. Se ve por debajo sillería, escalones para acceder al corro. Está cubierta por un musgo húmedo, uno con perlitas transparentes de invierno a septentrión. Un poco más arriba hay estacas, alambre de espinos, una finca cerrada. También cuatro latas de cerveza sin nada dentro. Y caracoles, caracoles sobre los muros, limacos de color naranja, y negro, y marrón. En una esquina de la bolera hay cierta señal de tráfico. Curva peligrosa. Poco más adelante se recomienda no circular a más de cuarenta kilómetros por hora...

La Federación Cántabra de Bolos cifra en torno al centenar las boleras que ya no existen. Las que se fueron, las que hoy son parkings, o terrazas, o prados, o plazas con asfalto y sin historia. Cifra en torno al centenar, digo, pero sabemos que el número es mucho mayor, porque en el listado no aparecen todas las que fueron. No aparecen, no, las de algunos bares, ni las privadas.

Como la que hizo mi tío Ángel.

"Es que ese dato es imposible tenerlo, porque son incontables. Antes la bolera era un equipamiento obligatorio en cada bar, en cada mesón. Si hasta se incluían boleras en los planes de urbanismo de Torrelavega o Santander. Esos barrios de ensanche, los que albergaban a emigrados de la Cantabria rural que iban a trabajar a las fábricas. Pues todos tenían bolera, aparecían en los proyectos, yo lo he visto. Es curiosísimo".

23/02/2023. Bolera de El Sindicato.
Bolera de El Sindicato. Gema Rodrigo

Hablo con Jesús Vega, que en redes firma como El carru leña, y se dedica a difundir asuntos de etnografía, del cómo vivían, de quienes fueron los que antes fuimos. Una afición personal, una vocación de mimo e interés. Pregunto las causas, el porqué de esos abandonos. Él piensa. "Quizá es que se perdió la idea de los bolos como entretenimiento, pasaron de juego a deporte. Hoy las boleras se consideran como los sitios donde juegan las peñas, los buenos. Y no, antes se asociaban al común, a la comunidad". Y continúa. "Desaparecen y se convierten en otras cosas. Mira, en Cantabria yo tengo vistos varios bares que llevan por nombre La Bolera y no tienen bolera ni nada. Ha desaparecido, pero conservaron la denominación. Normalmente lo que existe es una terraza grande, que cubre ese mismo sitio donde estaba el corro. Piensa que los bolos, las boleras, son un problema para los ayuntamientos, porque exigen un cierto gasto, cuidados, obligaciones".

Me dejo llevar. Oye, y esto... ¿es reversible?

Él piensa que sí, que nunca se debe destruir el espacio porque será recuperable en el futuro. "Las administraciones deberían involucrarse en su mantenimiento. A nadie se le ocurre tirar una iglesia porque no se usa, o un lavadero antiguo. Y con las boleras sí ocurre. No digo que estén perfectas, pero sí que se mantengan en un mínimo, como se hace con caminucos o callejas. La idea es que si alguien quiere recuperarla, en el futuro, pueda adecentar el corro en cuatro tardes, con su propio trabajo. Ese mantenimiento público debería ser obligatorio. Pero es que al final todo esto viene asociado al envejecimiento de la población rural, al abandono de los pueblos... es complicado. Aunque hay sitios donde sí se puede hacer y tampoco lo hacen, así que es como la pescadilla que se muerde la cola".

Última pregunta. Seguramente la más importante, seguramente lo trascendente de todo este asunto. Jesús... ¿qué perdemos cuando perdemos una bolera? Él reflexiona. "De todo. Patrimonio cultural. Material e inmaterial, no es solo el espacio, es todo lo que significa, arrancas al pueblo un poco de aquello que es. La bolera no es solo un sitio donde jugar a los bolos, sino un lugar de reunión desde varios puntos de vista".

Y concluye.

"Se pierde historia, se pierde cultura, se pierde identidad".

La bolera de Santa Bárbara está casi enfrente de una fábrica, y casi debajo de una mina. Tampoco va a sorprenderles, que topónimos engañan lo justo. Ahora tiene una pista de futbito, un parque para niños y muchas casucas bajas alrededor. Lo que no hay son bolos. Graznares de corvatos y picarazas, sí. Pero bolos no.

La bolera de Santa Bárbara está cubierta de verde como si tuviese pelos color esmeralda. También hay hojas caídas, hojas enormes que parecen pececillos marrones navegando entre cañizos. A lo lejos asoma el humo de las fábricas, un humo blanco, familiar, un humo que va dibujando volutas de tarde y sirena por entre copas de eucaliptus que huelen como remedios para la gripe.

23/02/2023. Bolera de Santa Bárbara
Bolera de Santa Bárbara. Gema Rodrigo

A unos kilómetros de allí, en Helguera, está la boleruca de Tinto Pérez. Lo que queda de la boleruca de Tinto Pérez. Que era privada, y la fabricó Jacinto Pérez Pelayo, minero, para jugar con sus compañeros de polvo y piedra cuando salían de aquellos túneles donde buscan zinc, blenda, calamitas. Está junto a su casa, y para llegar allí tienes que traspasar una cancela de hierro forjado, color negro. Hay tres perros que ladran al fondo (perros simpatiquísimos que avisan de los raros que buscan boleras viejas), y árboles bien cuidados, con sus copas cortadas a la misma altura, sus ramas recias, sus hojillas por nacer. Es fácil imaginar, aquí, las risas, los vinos, las apuestas, las bravuconadas, el sudor en sienes, la mente que marcha lejos, muy lejos, tanto. No pensar en lo que todos piensan. Aun puedes ver los puntos del tiro, la caja donde se pinan bolos. Resulta bonito, armónico. Es como si encajase perfectamente con el paisaje.

Igual que la antigua torre minera que asoma allí, unos metros al sur...

23/03/2022. Jugando a los bolos en la Bolera Severino Prieto
Jugando a los bolos en la Bolera Severino Prieto. Gema Rodrigo

Siguen quedando, no vayan a pensarse. La página de la Federación Cántabra de Bolos sitúa unas doscientas aun en uso. Y las que no constarán ahí, ya vimos. Voy hasta la más grande de todas, la más legendaria, una auténtica catedral. Severino Prieto, lleva por nombre, y está junto al campo de El Malecón, en Torrelavega. Desde la ventana de mi habitación (de mi habitación de niño) podía verla cada día.

Allí todo es diferente. Bolera cubierta, el cutío en perfecto estado, gradas limpitas, unas vidrieras que dibujan rostros de campeones añejos (y presentes). Es una sensación rara, como cuando ves retablos metidos en el museo... como si hubiesen traído un cachuco de aldea hasta la ciudad de fábricas y coches. Dentro suena el retinglar de madera contra madera (de bola contra bolo, de los bolos entre sí), ese sonido dulce que huele a verano y verde. Hoy no es verano, aun, y hace frío aquí dentro. Aprenden del juego siete niños, hay ocho paisanucos mirando. Y yo. Fuera un mural dibuja la antigua villa... allí aparecen ríos, y montañas, y un sol, y un señor con boina y dos chimeneas de fábricas. Sí, es Torrelavega, sin duda.

Apoyo los antebrazos sobre las rodillas, miro a los chavales agacharse, birlar. Bola de cuatro. Todo esto sigue vivo.

Todo esto debe seguir.

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