Patrick Radden Keefe ('The New Yorker'): "La verdad aceptada es la propaganda de hombres blancos como yo"
El reputado periodista de 'The New Yorker' reflexiona en Barcelona sobre un periodismo en crisis que mucho tiene que ver con la decadencia que vive Estados Unidos.
Esperanza Escribano
Barcelona--Actualizado a
Lo primero que hace Patrick Radden Keefe cuando entra en la sala es pedir disculpas por llegar tarde y sudando. Se ha metido tanto en las páginas del libro que está escribiendo que se le ha ido la hora. El periodista de The New Yorker, que se dedica a desnudar a las élites del poder, es el primer residente de un programa del Centro de
Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) y la Universitat Oberta de Catalunya y está aprovechando al máximo su tiempo en la Ciudad Condal.
En un encuentro con periodistas, guionistas y académicos, entre los que se encontraba Público, ha dicho cosas como que "el epitafio de Joe Biden empezará con su incapacidad para retirarse a tiempo después de un debate desastroso" o que "todo va a empeorar considerablemente antes de mejorar en Estados Unidos".
El periodismo está en crisis, pero hay luz al final del túnel..
El periodismo es una práctica moderna que, a grandes rasgos, ha estado al servicio de la hegemonía que ostentaba el poder económico para poner en marcha los periódicos y sus rotativas. Con esa premisa, Cristina Garde, profesora de la UOC, le preguntaba a Radden Keefe si se sentía un mosquito delante de un elefante. "Me gusta la idea del
contrapoder", afirma. Pero también es cierto que ese poder se ha resquebrajado y ahora parece que no hay una sola versión de la verdad.
"Como hombre blanco americano que trabaja en una revista con un legado histórico tengo que admitir que la verdad aceptada era también la propaganda de hombres blancos como yo. En ese sentido, es una victoria que se cuestionen las noticias y se pregunte por los intereses que tienen los medios que las dan", reflexiona.
A Radden Keefe no le duelen las prendas en admitir que los medios, pero también los periodistas que trabajamos en ellos, tienen que revisar lo que hacen y admitir su parte de la responsabilidad. Pone de ejemplo el típico perfil sobre el CEO de una gran empresa que publica un gran medio: muchas veces, el periodista que hace la entrevista ha tenido que esperar meses para que se la concedan y ha tenido que reunirse varias veces con su equipo para que le conozcan y al final, esa entrevista es "un producto".
"Es una victoria que se cuestionen las noticias y se pregunte por los intereses que tienen los medios que las dan"
Internet y las redes sociales son parte del problema, sí, entre otras cosas porque las empresas que trabajan en ellas ya saben que lo que genera más clicks "es el odio, el miedo y la inseguridad". Pero Radden Keefe invita a mirar hacia dentro y buscar en lo que cada uno aporta. "Mi periodismo es escéptico incluso conmigo mismo", razona. En esa revisión también entra la conciencia del propio lujo.
Con una media sonrisa dibuja la imagen de un hombre corriendo sobre un puente que va cayéndose explosión tras explosión: "Puedo explicar con qué recursos trabajo —desde un abogado al que puede llamar en cualquier momento hasta un editor que nunca le ha dicho que no a una historia sobre un poderoso—, pero es inútil porque pocos periodistas pueden trabajar a día de hoy como lo hago yo".
A veces pasa un año trabajando en una sola historia y aunque es consciente de que hay cada vez menos medios con la capacidad de The New Yorker para invertir en el carísimo periodismo de investigación, anima a seguir intentándolo. "Lo bueno de internet es que todo el mundo puede publicar y a veces, pueden dedicarse unas horas
a la semana a ello, aunque se tarde, sigue mereciendo la pena investigar y si lo que haces está bien hecho, tendrá repercusión", medita.
"Lo bueno de internet es que todo el mundo puede publicar y a veces, pueden dedicarse unas horas a la semana a ello"
Además, juega a su favor que el tiempo está demostrando que el gran volumen de noticias y la velocidad a la que se publican, no es un negocio rentable. "Hay un periodismo vago que publica algo y te dice que lo leas, pero no se preocupa en buscar la técnica narrativa que te enganche y haga que quieras leer esa historia" cuenta. Y lo hace con la pasión de un escritor que va buscando en cada frase cómo colocar cada palabra para que el lector esté siguiéndole hasta el final.
...en Estados Unidos, en cambio, la luz parece alejarse
Después de las 24 condenas graves a Donald Trump, Radden Keefe no tiene problemas en dirigirse al expresidente como un "delincuente" que añade con sus mentiras "un obstáculo más al trabajo de los periodistas". Aunque cree que acabarán por encontrar la manera en que esa falta de verdad no salga tan barata —las encuestas dicen que, a pesar de los bulos, Trump encabeza las encuestas electorales—, "en Estados Unidos las cosas van a empeorar considerablemente antes de
mejorar".
Sucede porque las mentiras de Trump están amortizadas, se dan por hechas. "Los medios que dedican horas y mucho espacio a señalarlas viven en el mundo en el que quieren vivir, pero no en el que viven", afirma, "desgraciadamente la noticia es que el delincuente diga la verdad". Critica que muchos periódicos y televisiones se suben al
carro del espectáculo con cada esperpento trumpista porque el expresidente es puro entretenimiento. Y los datos lo respaldan: durante su presidencia, subieron las suscripciones a los medios, entre ellos también The New Yorker.
"Los medios que dedican horas y mucho espacio a señalarlas viven en el mundo en el que quieren vivir, pero no en el que viven"
Hay paradojas como que contrastar se perciba como algo "progre". Radden Keefe propone salir de ese círculo vicioso y desarrollar una narrativa más factual sobre él, más aséptica, sin detalles. Sin la impulsividad de contar cada uno de sus movimientos con la velocidad con la que el propio Trump tuitea. "Los periodistas se indignan y
cuentan sus mentiras, los lectores las leen y se indignan y después todos pasan a otra cosa", describe, "acaba convirtiéndose en un carnaval".
Aunque él mismo reconoce que mucho de su trabajo no ha tenido ningún impacto, se despide con otra imagen: "Hay que ser, al menos, un mensaje en una botella. Que el futuro sepa que algunos estábamos haciendo algo".
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