MADRID
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Luisa Capetillo tuvo que enfrentarse a la Justicia por empeñarse en usar pantalones. Fue la primera mujer que lo hizo en Puerto Rico. Corría el año 1915 cuando, durante una estancia en Cuba, el juez García Sola le preguntó:
- ¿Usted qué tiene que alegar a lo dicho por el señor vigilante?
- Pues, sencillamente, que iba por la calle de Neptuno vestida con saco y pantalón, y sin dar lugar a escándalo de ninguna clase, cuando me sorprendió el requerimiento de este pudoroso vigilante. Yo siempre uso pantalones, señor juez [y alzándose un poco el vestido mostró unos pantalones abombachados, de color blanco, que le llegaban casi hasta el tobillo], y en la noche de autos, en vez de llevarlos por dentro, los llevaba a semejanza de los hombres —y en uso de un perfecto y libérrimo derecho—, por fuera.
Luisa había sido detenida por escándalo público, “pues iba llamando con su excéntrico capricho la atención de los transeúntes”, como señaló la prensa cubana. El Mundo titulaba Vestida de hombre una nota de sucesos y El Heraldo de Cuba también trataba El caso de la mujer con traje masculino en la corte correccional.
- ¿Conque usted siempre usa pantalones? —prosiguió el juez.
- Sí, señor; siempre ya en una forma o en otra. Con la misma indumentaria con que iba vestida en la noche del sábado me he paseado en Puerto Rico, México y los Estados Unidos y nunca fui molestada. El pantalón es el traje más higiénico y más cómodo...
- Más cómodo sería ir sin ropa.
- Pero no más higiénico.
- Bueno, está usted absuelta.
La conversación está recogida en el libro Por andar vestida de hombre, del historiador Julio César González Pagés, quien señala que el juez terminó pidiendo que la sacasen de la sala cuando le exigió que reprendiese al vigilante “por haberla detenido y molestado en su sentir inopinadamente”. Ella estaba convencida de que no había provocado tal escándalo ni ofendía a nadie por calzarse unos pantalones, aunque en realidad vestía un traje chaqueta, combinado con una camisa y un sombrero de ala.
Luisa, descontenta con la crónica de El Heraldo, se plantó en la redacción del diario y exigió una rectificación: “Mi espíritu inquieto nunca pendiente de las ocurrencias del mañana, sino de la lucha del presente, para el mejoramiento del futuro, nunca predice lo que hacer. No sé si se me ocurra o me sea necesario vestirme de hombre otra vez. Pero si por alguna circunstancia se me antojara vestir una indumentaria, cuyo uso nadie tiene derecho a monopolizar, me la pondré y tan campante”.
Capetillo se había comprado el “trajecito de hombre” porque, según ella, estaba “en más concordancia con mis ideas avanzadas que una saya de percal planchá”, a lo que el teniente que la sometió a un interrogatorio la despachó con un “so marimacho”. El rotativo, no satisfecho con el trato hiriente, añadía con sorna: “El juez mandó al secretario Ferrádanes a que tropezara con la acusada para ver si llevaba oculta algunas de las bombas de dinamita que la han hecho tan popular entre nosotros”. Meses antes, el presidente cubano, Mario García Menocal, había ordenado su deportación porque la consideraba “peligrosa” tras apoyar a los huelguistas de la caña. Una persecución que ya había sufrido en su propia isla, de la que se exilió por un tiempo.
Luisa Capetillo (Arecibo, 1879) no sólo era anarquista, sino también escritora, sindicalista y mujer. Llevaba un año residiendo en Cuba, aunque había nacido en la entonces colonia española de Puerto Rico. En su casa se leía, lo que sería bien aprovechado por la joven, cuya madre era una institutriz francesa que también trabajaba de empleada doméstica y su padre, un heredero desclasado español que curraba como obrero de la construcción. Él le enseñó tanto a leer como las cuatro reglas, antes de enviarla a la escuela de María Sierra de Soler. Luego, los libros sobre el socialismo libertario marcarían a la activista portorriqueña, quien trabajó en la industria de la aguja a domicilio —o sea, para talleres textiles— y ejerció como lectora en fábricas de tabaco, donde predominaban las mujeres.
Allí leía en voz alta el periódico El Artesano, fundado en 1874 tras la aparición de los gremios y asociaciones, el único acceso a la cultura que tenían los desfavorecidos. El 77% de la población era analfabeta, si bien en el sector tabacalero el porcentaje descendía hasta el 40%. En todo caso, la educación era un privilegio, por lo que los empleados procuraban abrir los oídos durante el despalillado, que consistía en quitarle las venas gruesas a la hoja del tabaco antes de torcerlo.
Al tiempo que ella los instruía, algunos de ellos le inoculaban las ideas anarquistas y socialistas. Y, de paso que les leía el semanario satírico madrileño El Motín y las publicaciones cubanas Porvenir del Trabajo o Unión Obrera, aprovechaba para testar sus Ensayos libertarios, donde proponía una sociedad igualitaria. "La temática de Los Miserables no podía ser más palpable [...]. Así como Víctor Hugo denuncia la injusticia social [...], Luisa propone que se haga más justicia para que todos puedan trabajar, instruirse y vivir en armonía", escribe Araceli Tinajero en el libro El lector de tabaquería.
De la Federación de Torcedores saltó a la Federación Libre de Trabajadores, desde la que luchó por las mejoras de las condiciones laborales, tanto en su país como en Cuba y Estados Unidos. Gota a gota, fue destilando su pensamiento en cuatro libros, donde conjuga el obrerismo con el feminismo, así como en artículos de prensa. “El actual sistema social, con todos sus errores, es sostenido por la ignorancia y esclavitud de las mujeres”, escribió esta anarquista autodidacta, quien también teorizó sobre el amor libre. Paradójicamente, había sido objeto de críticas por su relación sin consagrar con un cacique de su pueblo, con el que tuvo dos hijos y a quien terminaría dejando. Concebiría un tercero con un comerciante, sin perder la soltería.
"El amor debe ser absolutamente libre tanto para la mujer como lo es para el hombre; y más allá, añado: el amor nunca podría existir sinceramente excepto bajo la condición de ser libre. Sin la libertad plena, el amor es convertido en prostitución", creía Luisa, una adelantada a su tiempo cuyos padres nunca llegaron a casarse, reflejo del ambiente liberal en el que se crio. Más allá de su defensa del anarquismo y del feminismo, era vegetariana y defendía la escuela racionalista. “Ella opina que la mujer debe ser instruida, pero no solamente en los quehaceres domésticos y el arte de saber confeccionar con perfección una prenda de vestir, sino también en las ciencias, la aritmética, la geografía y la literatura universal”, escribe la periodista Norma Valle, autora de Luisa Capetillo, historia de una mujer proscrita.
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La anarquista portorriqueña tampoco entiende que se les niegue la educación ("La ignorancia es la causa de los mayores crímenes e injusticias”) y, al tiempo, se les encomiende la responsabilidad de criar a sus hijos. “Debe emanciparse y educarse para ser una buena madre. ¿Cómo puede una mujer analfabeta y esclavizada formar los hombres del futuro?”, se pregunta Valle, metida en la piel de Capetillo. Ellas también debían formarse para no depender del hombre: "La mujer tiene derecho a separarse del marido infiel y para esto debe saber trabajar, si es que desea conservar su libertad", sostenía la anarquista.
Pese a su lucha por la emancipación femenina, Capetillo fue silenciada en su país, una forma de callar la historia de las trabajadoras de la isla que sacaron adelante las industrias tabaquera y textil. Con el paso de los años, algunos autores reivindicaron su figura: Ángel Quintero la califica como “un personaje legendario en nuestra historia obrera”; Carmen Rivera de Alvarado cree que esta “mujer extraordinaria [...] no está en las antologías portorriqueñas más por sus ideas que por su falta de talento literario”; Josefina Rivera de Álvarez cree que su prosa fue alentada “por el noble idealismo que la impulsó a la acción”; y Eliseo Combas, pese a estar en sus antípodas ideológicas, reconoce que “tenía los pantalones en su sitio”.
“Su filosofía se basó en la libertad y la justicia para la forjación de derechos civiles y humanos, por lo cual se resistió a políticas económicas degradantes y a dogmas y legalidades”, afirma Michelle Gotay en Pasión de Justicia, Pasión de Transgredir. “Aunque no fue la única mujer en hacerlo, rompió con el binomio de roles al apoderarse de todos los signos considerados masculinos: razón filosófica, escritura, trabajo, economía, política, activismo; incluso la clase social, porque predicaba la fraternidad universal”. La abanderada del movimiento libertario ya había dejado claro su ideario político: "Socialista soy porque aspiro a que todos los adelantos, descubrimientos e invenciones establecidos pertenezcan a todos. Que se establezca su socialización sin privilegios; algunos lo entienden con el Estado en la marcha, yo lo entiendo sin el Gobierno".
Capetillo —quien, además de artículos y libros, escribió relatos y obras de teatro— organizó huelgas, fue un icono del sufragismo, desafió los convencionalismos sociales, luchó por la liberación femenina y sus ideas causaron conmoción en la sociedad de su época. Un siglo después, extraña que sus ensayos sigan contrariando a algunos, pese a que los pantalones ya no simbolicen la subversión sexual. “La mujer debe de cambiar de situación cueste lo que cueste”, pensaba. "Lo que no se realiza en el momento es utopía". Y, para lograrlo, había que luchar por ello a toda costa. “El que no sufre no avanza”. Sus reflexiones no han perdido la vigencia , como puede comprobarse en los siguientes textos:
Sobre la conducta sexual
“¿Por qué calificar de prostitutas y viciosas a mujeres que están a más alto nivel moral que los hombres?
Veo reinas, emperatrices, mujeres inteligentes que piden reivindicación. Se ha exagerado de un modo abusivo su conducta y procedimiento. [...] Los historiadores no han tenido otro motivo para exagerar la conducta de las mujeres de otras épocas que la preponderancia de los hombres y el ser ellos los legisladores, historiadores y cultivadores de todas las artes, ciencias, literatura”
(Influencias de las ideas modernas, 1916)
Sobre la igualdad de género
“La mujer no pretende ser superior al hombre; al menos esa no es la intención ni el fin de sus aspiraciones. Ella superará al hombre por su conducta y el cumplimiento de su deber”
(Influencias de las ideas modernas, 1916)
Sobre el amor libre
“El amor libre no puede ser fuente de inmoralidad puesto que es una ley natural; el deseo sexual tampoco puede ser inmoral toda vez que es un deseo natural de nuestra vida física. Si la necesidad sexual fuera inmoral, en este caso no hay más que anatemizar de inmoral el hambre, el sueño y todos los fenómenos fisiológicos que rigen el cuerpo humano"
(Mi opinión sobre los derechos, responsabilidades y deberes de la mujer, 1911)
Aunque sentía pasión por la literatura, entendió que lo primero era la lucha por la igualdad, y no se prodigó tanto en la ficción. De hecho, no sólo fue lectora en su país, sino también en Florida y en Nueva York, donde compaginaba su labor en las tabaquerías con una casa de huéspedes que regentaba en la calle 22, cerca de la Octava Avenida. En la metrópoli estadounidense ya había colaborado con los periódicos Fuerza Consciente, Cultura Obrera y Brazo y Cerebro, cuyos artículos sobre la emancipación de la mujer también fueron escuchados por los trabajadores.
Finalmente, regresó a su país, donde falleció de tuberculosis en Río Piedras. El mismo año de su muerte, en 1922, la República Dominicana le dedicaba el Día Internacional de la Clase Trabajadora. Allí, José Casado la calificó como “la más viril combatiente mujer que compartió con nosotros los azares de la lucha por el bienestar y se identificó con los dolores de este pueblo miserable encadenado”, como recoge el libro Historia de una Mujer Proscrita. Su ideario sigue vivo entre los compañeros y compañeras que han heredado su causa, mientras que la calle recuerda su vestimenta a contracorriente cada vez que entona esta copla popular: "Doña Luisa Capetillo, con razón o sin razón, ha armado tremendo lío con su falda pantalón".
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