Este artículo se publicó hace 8 años.
Cómo sobrevivir en España vendiendo chatarra a nueve céntimos el kilo
Diana puede sacar hasta quince euros al día, pero a veces no le da para comer. "Quiero un trabajo en Barcelona, no que me den macarrones en un banco de alimentos". El sociólogo Carlos Delclós cree que la sociedad criminaliza su trabajo porque la ve como una ilegal
Corina Tulbure
-Actualizado a
BARCELONA.- “Nunca me meto en el contenedor del todo, huele muy mal. Pero hay gente que se mete media hora, rebuscando en la basura”. Diana va a recoger chatarra con las uñas pintadas. Le gustaría arreglarse más, como hacía hace diez años, antes de la muerte de su madre. Desde entonces, su día a día se ha convertido en una lucha constante: perder el trabajo, la casa, un marido con el que pelea a menudo. “Sí, sí, me gusta tomarme un café y un cigarrillo antes de salir a buscar chatarra, si puedo. El tabaco es mi mejor amigo”. Pero es un amigo caro. Puede trabajar un día entero y no reunir el dinero para un paquete de tabaco, ni para una comida. “En un día generoso puedo ganar entre nueve y quince euros. Un día normal, tres o cuatro euros. Salgo por la mañana, después de llevar a la niña al colegio, y regreso por la noche. Una vez encontré hierro. Gané más de quince euros. Pero empujar un carro con cien kilos no es fácil”. Se suele pagar nueve céntimos por el kilo de hierro. “Me mata el estrés, la niña no puede irse sin comer a la escuela. Cada día pienso en eso”.
Diana: “Nunca me meto en el contenedor del todo, porque huele muy mal. Pero hay gente que permanece ahí media hora, rebuscando en la basura. En un día generoso puedo ganar entre nueve y quince euros; en uno normal, tres o cuatro”
En su mente ha dibujado un mapa de los basureros: la riqueza y generosidad de la basura va también por barrios. Los días que no hace frío camina kilómetros. “Si no encuentro nada, vendo servilletas”. El horizonte de Diana va de cinco en cinco euros. Se pasa el día haciendo números: dos euros el desayuno de las niñas, dos euros un pollo para una semana, otros dos un paquete de café. Cada céntimo se vuelve del tamaño de un millón. En un día sin suerte, puede buscar en las calles diez horas y sacar solo tres euros.
Su vivienda se encuentra en una calle del barrio de Sants, una casa abandonada a medias. Dibujos de navidad empapelan las paredes. El paraíso está en una diminuta habitación, tipo trastero, con una televisión. Tras el cole, las niñas se pasan la tarde con los ojos pegados a la pantalla. Ante las penurias que hay en casa, la alegría entra solo por la pantalla de televisión. Cualquier día de la semana, aunque se mueva de basurero en basurero, no sabe si al regresar a casa “engañarán al hambre”, como dice. Y las desgracias no llegan solas. A su hermana “se le ha complicado la salud”. Tiene diabetes y dolores de cabeza que hacen que se pase horas en urgencias. “Muchas veces salgo solo con calmantes, me los tomo unos días. He tomado dos calmantes y he visto todas las telenovelas. Pero el dolor regresa”, explica Simona, la hermana de Diana.
Pero no solo la falta de dinero acucia a Daniela. Si no camina en busca de la chatarra, va de institución en institución, sin mucho resultado, según cuenta. Ha conseguido empadronar y sacar la tarjeta sanitaria de las niñas gracias a la ayuda de una mediadora. Pero durante semanas estuvo visitando asociaciones e instituciones donde las solicitudes nunca acababan: “¡Un papel más! Lo entrego y me mandan a por otro certificado. No terminaba nunca. Así son los servicios sociales”. Su marido no está de acuerdo con las condiciones de la tutela de la pequeña y quemó su pasaporte, de forma que su hija se había quedado sin documentación. Más trámites. El desasosiego crece con las visitas a las instituciones, las tasas, las discusiones de pareja... Y, a veces, la salud de Diana protesta: “Si voy al médico y no salgo a empujar el carro, nadie come. Desde hace meses no duermo por la noche sin la ayuda de las pastillas”.
“¡Un papel más! Lo entrego y me mandan a por otro certificado. No terminas nunca”, se queja Diana. “Y si voy al médico y no salgo a empujar el carro, nadie come. Ahora ya no soy capaz de dormir sin pastillas”
Las niñas van a la escuela y están encantadas. “Se pasan el día en el cole, en casa dibujan o miran la televisión. Ahora viene la pesadilla: las Navidades. No sé qué haré”. Explica que lo suyo es encontrar un trabajo, no ir a los bancos de alimentos. “Si yo no voy a trabajar, la niña no tiene nada, ni siquiera un euro para el desayuno. Quiero un trabajo, no un paquete de macarrones. Voy a hacer la chatarra o a vender servilletas. Si no, estoy muerta”.
Diana no quiere tener problemas con los servicios de protección del menor y vive atemorizada por su precaria situación económica. En la familia ya hubo un caso en el que, nada más nacer, separaron al bebé de la madre en el hospital. “Dijeron que no podían cuidarlo. Era mentira”. Fueron meses de mucho sufrimiento para la familia, y ahora el niño está con sus padres, en Rumanía.
En su país, Diana estudió formación profesional y encadenó varios trabajos: en una fábrica de zapatos y en una granja agrícola. Tras la muerte de su madre emigró a España: “En aquel momento, se acabó la buena vida.” Cayó en una depresión, se separó del marido y partió hacia España, con los ojos puestos en el futuro de las niñas. Aquí empezó la chatarra, los paseos entre los servicios sociales, el temor a las instituciones, el frío y el miedo a la falta de dinero.
Aunque trabaje más de diez horas al día, en cualquier momento se puede quedar en la calle, y ni siquiera se le pasa por la cabeza planear un viaje a Rumanía, porque no sabe si podrá ahorrar los céntimos que gana. “Pero estoy contenta porque tengo dónde reposar mi cabeza por la noche. Hay gente que duerme en el parque después de un día de chatarra. A veces, les digo a las chicas que vengan a mi casa a ducharse”, explica.
"¿Criminalizados? Compara la ligereza con la que se trata el fraude de Messi o Pujol con la bilis vertida sobre los vendedores ambulantes", dice el sociólogo Carlos Delclós
Diana y otras chicas se dedican a la chatarra. Lo que se ha denominado trabajo informal, para ellas se llama supervivencia. A veces con suerte, a veces sin un céntimo. El sociólogo Carlos Delclós explica a Público que es imposible saber qué porcentaje de personas se incluyen dentro del trabajo informal en Barcelona.
Si bien existe una criminalización de los trabajadores más visibles (como los chatarreros, los vendedores ambulantes o los vendedores de cerveza), el campo de este tipo de trabajos no reconocidos es mucho más amplio. “Es extremadamente difícil medir el trabajo informal. De hecho, la definición es muy controvertida. El dato que más se utiliza para abordar la cuestión, en términos cuantitativos y en los países ricos, es el tamaño de la economía informal, expresada como un porcentaje del PIB. En España es especialmente grande comparada con el resto de Europa. Según el Ministerio de Hacienda, entre 2008 y 2012 subió del 17,8% del PIB al 24,6%”.
No obstante, la criminalización que padecen personas como Diana, aunque sea europea, se debe al hecho de que se percibe su presencia y su actividad como algo delictivo. “Sí, creo que se criminaliza más el trabajo que realizan las personas cuya existencia y presencia en el territorio europeo es concebida por una sociedad profundamente alienada como algo ilegal. Solo hay que comparar la ligereza con la que se trata el fraude de Messi o de Pujol con la bilis que se vierte sobre los trabajadores de la venta ambulante en Barcelona (ya sean manteros, lateros, chatarreros o quién sea). Airbnb, Über y todo lo que se denomina economía colaborativa es pura informalidad rentabilizada por una empresa que no tiene que pagar la seguridad social ni nada porque no es un empleador sino una plataforma. Y estos no son tratados como una mafia, sino como una innovación a la que el marco legal se debe adaptar”, explica Carlos Delclós.
Sin otra elección, aunque pida trabajo en muchas asociaciones, a Diana le queda la chatarra, donde ahora hay mucha competencia, según explica. “Cuando el mercado laboral formal te deja con un 25% de desempleo, un paro estructural que va aumentando y unos curros cada vez más precarios, la gente recurre cada vez más al mercado laboral informal o a actividades muy arriesgadas. En algún momento, tendremos que darnos cuenta de que nadie es más especial que los vendedores ambulantes o los chatarreros”, concluye el sociólogo.
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