Este artículo se publicó hace 9 años.
Víctor Díaz-Cardiel, el corazón de las fiestas del PC
Preso durante nueve años, exdirigente comunista y responsable de las fiestas del PC, Díaz-Cardiel recuerda: "Era un revolucionario profesional".
Es otro de los que aguarda una reparación, pero no desde España sino desde Argentina. Preso durante nueve años, el exdirigente comunista, responsable de las fiestas del PC, no tiene demasiada esperanza. “¿Cómo va a extraditar la Justicia española a Martín Villa o al suegro de Gallardón?”. Es la pregunta retórica de Víctor Díaz-Cardiel.
“La toma de conciencia no fue difícil” afirma sin que se le pregunte nada cuando arranca nuestra conversación en un balcón del barrio madrileño de Ciudad Lineal del que cuelga una bandera republicana que todavía no ha podido decolorar el sol. En seguida se entiende por qué.
“Mi abuelo era el dirigente socialista del pueblo –el pueblo es Fuensalida, Toledo. Cuando estalló la guerra yo tenía un año y mi padre, obrero agrícola, se vino a Madrid a luchar con el Ejército Popular. Enseguida lo engancharon y fue a la cárcel. Le dictaron dos penas de muerte porque decían que había matado a la mitad del pueblo. Ya ves tú qué barbaridad.
Por eso, te decía, tomar conciencia no fue un problema para mí”.
Con su padre en la cárcel, era Ángeles, su madre, la que sostenía a la familia sirviendo en la casa de unos señores. De aquella infancia en el entonces todavía pueblo de Carabanchel recuerda las idas y venidas de gente que aparecía en casa con maletines cargados de propaganda. Y cómo se educó en el Rastro de Madrid comprando a escondidas los libros de Blasco Ibáñez. Con 15 años, Víctor Díaz-Cardiel se convirtió en un joven -¡y peleón!- metalúrgico de la Euskalduna.
“Era una empresa de desterrados del País Vasco, más de un centenar que se vinieron para Villaverde. El ambiente era tremendo. Un grado de explotación del cien por cien. Yo recuerdo la fábrica como un campo de concentración”. Y si la toma de conciencia no había sido difícil para Víctor. En la Euskalduna se transformó en rebeldía e insumisión.
En la fábrica ya funcionaba una célula clandestina del PC en la que militaba Díaz-Cardiel gracias a Julián Grimau al que conoció en tras un viaje a París. Con la huelga de la Euskalduna de mayo del 62, que terminó con el cierre de la fábrica y una veintena de despidos, la policía comenzó a considerar como cabecilla de la organización a Víctor, que tuvo que pasar a la clandestinidad.
Tres años escondido hasta un 4 de abril de 1965 –tiene nítida la fecha- cuando lo detienen y lo llevan a la Dirección General de Seguridad. “Fue un paso fluido por la DGS, de los que te machacan, aunque los palos y las humillaciones ya empezaron antes, cuando se presentaron en nuestra casa de la Elipa los de la brigada Político-Social”.
“Echaron la puerta abajo porque nos negamos a abrir. Cuando entraron, mi hijo Víctor de ocho meses estaba en una cuna. Los miserables rajaron la cuna del niño porque pensaban que tenía propaganda allí. Me tiraron todo patas arriba. Bajé la escalera entre palos y llamándome de todo. Ellos dicen que fueron 72, pero pasé más de 80 horas en la DGS”. Casi cuatro días en los siniestros sótanos de la Puerta del Sol donde los palos en la cabeza dejaron temporalmente ciego a Víctor.
De la DGS, con una condena de 13 años por asociación ilícita y propaganda ilegal, Víctor pasó la cárcel de Carabanchel. Y de Carabanchel al Penal de Soria. Y de Soria a Segovia. Siete años que no le mermaron la indocilidad. A penas unos meses después de que lo soltaran, y tras trabajar con María Luisa Suarez, Manuela Carmena o Juan José del Águila en el despacho laboralista de la calle de la Cruz, Díaz Cardiel volvió a caer.
“Era un revolucionario profesional” –se ríe y recuerda de su segundo encarcelamiento las broncas que tuvo con los presos de ETA a raíz del atentado contra Carrero Blanco. “Se preparaba la manifestación del 1001 y les decíamos: ‘¿es que era lo más revolucionario haber matado a Carrero?’. Para nosotros era el 1001 que significaba desplazar al sindicato vertical y romper uno de los pilares de la dictadura”.
Cuando estaba en Carabanchel, la conferencia del Partido Comunista de España celebrada en París nombró a Díaz-Cardiel responsable del partido en Madrid. Todavía sufriría un par de detenciones más; la última en la víspera de la muerte de Franco en la llamada ‘Operación Lucero’ para evitar actos de rebeldía tras la inminente marcha del dictador. Fue procesado por la ley antiterrorista. De aquello evoca Víctor las palabras del juez: “¡Pero si usted dentro de poco va a ser diputado!”. Y concurrió a las primeras elecciones de la democracia en la lista por Madrid que compartió con la hoy alcaldesa de la capital. Meses antes, tras la legalización, a Díaz Cardiel se le encargó la tarea de organizar las sonadas fiestas del PC; la primera celebrada en la localidad de Torrelodones.
“Caía una tunda de agua como años después en aquel concierto de los Rolling en el Calderón. La carretera de la Coruña se colapsó desde la gasolinera del hipódromo por la cantidad de gente que quería participar. Santiago Carrillo y yo tuvimos que viajar en helicóptero para llegar y recuerdo cómo dijo un Guardia Civil: ‘La que han armado estos comunistas”.
Víctor la estuvo armando hasta el año 2000, tras pasar por la fundación de Izquierda Unida en el 86, por su Consejo Político y la Presidencia de la formación. Y la sigue liando hoy, a punto de cumplir 80 años, desde la Plataforma contra la Impunidad del franquismo. También es uno de los firmantes de la querella por las palizas, las vejaciones y los años de encierro que investiga la jueza argentina María Servini.
Sabe que aquí no va a haber reparación, pero tampoco tiene demasiadas esperanzas de que llegue desde el otro lado del charco: “¿Cómo va a extraditar la Justicia española a Martín Villa o al suegro de Alberto Ruíz Gallardón?”, se lamenta. “El gran problema este país –concluye- es el olvido”.
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