Este artículo se publicó hace 8 años.
Del plasma al "ese señor del que me habla": así gestiona Rajoy sus crisis
El presidente en funciones acostumbra a huir de la prensa cada vez que su partido se ve implicado en un caso de corrupción. Con Barberá, zanjó el tema así: "Ya no es militante"
-Actualizado a
MADRID.- Bárcenas, Camps, Rato, Mato, Matas, Soria y ahora...Rita Barberá. Todos son nombres salpicados por la corrupción y otros escándalos y ligados al Partido Popular. Y todos han sido ignorados, de una u otra manera, por el líder de su partido (y del Gobierno) en cuanto cayeron bajo las zarpas judiciales. Todos son "esos señores de los que usted me habla".
Mariano Rajoy ha pasado los últimos años -tanto en el Gobierno como antes, en la oposición- aprendiendo a ponerse de perfil, mirar hacia otro lado y evadir a la prensa para mantener su imagen intacta.
Expulsarlos del partido ("ya no es militante") o del Gobierno ("ya no es ministro") o, simplemente, dejar de citarles han sigo algunas de las tácticas habituales del PP y del resto del Ejecutivo para no engordar las polémicas.
Últimamente el presidente en funciones ha optado por hacer oídos sordos a las preguntas de los periodistas e, incluso, ha recuperado uno de sus clásicos: el plasma. Público repasa algunas estrategias comunicativas de Rajoy frente a este tipo de crisis:
El caso de Rita Barberá fue escandaloso desde el minuto en que casi todos los concejales de Valencia fueron llamados a declarar en el juzgado por el presunto "pitufeo" que habría permitido blanquear hasta 50.000 euros. El cerco se cerraba en torno a la exalcaldesa, pero su aforamiento en el Senado -donde además se quedó en la Diputación Permanente- impedía imputarla a ella también hasta que el Tribunal Supremo se pronunciase al respecto.
Fue esta semana cuando el Alto Tribunal abrió una causa contra la todavía senadora por un presunto delito de blanqueo de capitales. La investigación se produce dentro del caso Imelsa que, a su vez, es una pieza de la Operación Taula en el que se investiga la financiación irregular del PP. El partido exigió la baja de Barberá y ésta aceptó entregar su carné de militante en el PP pero no su puesto en el Senado.
En los días siguientes, todos los dirigentes conservadores, a excepción de María Dolores de Cospedal, pidieron "dignidad" a la exalcaldesa y su abandono de la Cámara Alta. Todos excepto el Gobierno que, en palabras de Soraya Sáenz de Santamaría, dio por zanjado el caso con uno de sus mantras más repetidos: "El Gobierno no tiene ninguna posición sobre personas que están siendo investigadas". "Ya no es militante del PP", añadió la vicepresidenta para dejar claro que Barberá ya no es su responsabilidad.
Apenas unas horas después, fue el propio Rajoy quien tiró de ese mismo argumentario para 'deshacerse' de su amiga: "Ya no es militante del PP; no tengo ninguna autoridad sobre ella", sentenció para dar carpetazo a la cuestión desde Bratislava.
Apenas unos segundos después de la investidura fallida de Rajoy, el Gobierno anunció la otra gran polémica de las últimas semanas: el nombramiento del extitular de Industria para ocupar un alto cargo en el Banco Mundial.
No era la primera vez que José Manuel Soria se enfrentaba al escarnio público. A pesar de que no está imputado, las dudosas explicaciones que ofreció tras verse salpicado por los papeles de Panamá le obligaron a dimitir como ministro. El Gobierno -de nuevo fue Sáenz de Santamaría quien tuvo que dar la cara- cerró oficialmente la historia con la excusa de que se trataba de una "decisión personal". Rajoy, aunque enfadado, guardó silencio.
Una estrategia similar utilizó meses después, con el nuevo 'caso Soria'. Sólo cuando se vio obligado a comparecer en rueda de prensa en la cumbre del G20 en China, Rajoy defendió que se trataba de "un funcionario" que se había presentado a "un concurso" para ser nombrado candidato al Banco Mundial, no sin antes ningunear a los periodistas al advertirles de que no le hicieran la misma pregunta una y otra vez.
Cuando quedó demostrado que esa explicación no era cierta, el presidente en funciones reculó, obligó a Soria a renunciar y dejó la gestión de la crisis en manos del Ministerio de Economía, departamento del que depende directamente el citado nombramiento. Fue Luis De Guindos quien tuvo que comparecer en el Congreso para defender la decisión del Gobierno. Rajoy, mientras, guardó silencio. En el Consejo de Ministros, de nuevo, la misma estrategia de siempre: "Soria no fue nombrado". Muerto el perro, se acabó la rabia.
La estrategia de comunicación del PP y del propio Rajoy en torno a los papeles de Bárcenas ha dado varios giros a lo largo de los últimos años. Tras el escándalo de la caja B del partido, el mensaje del presidente a su extesorero ("Luis, sé fuerte") y la explicación de la "indemnización en diferido" de María Dolores de Cospedal, todos optaron por el silencio absoluto.
La responsabilidad de ofrecer explicaciones cambió de manos -de Cospedal a Santamaría- bajo la tutela de Rajoy mientras él mismo zanjaba las cuestiones al respecto con una simple frase: "Ese señor del que usted me habla ya no está en el PP". El "señor del que usted me habla" volvió a ser, al menos, el "señor Bárcenas" en el pleno del Congreso al que el presidente se vio obligado a acudir para explicar la presunta financiación irregular del partido.
Tirando de rodillo, Rajoy compareció en la Cámara baja un 1 de agosto -período vacacional para los diputados y media España- con la esperanza de tener la mínima difusión posible. Allí sólo ofreció una explicación: "Me engañó".
Fue precisamente a raíz del escándalo de Bárcenas cuando Rajoy puso de moda las comparecencias ante la prensa sin admitir preguntas.
El primer plasma fue en febrero de 2013, donde el presidente del Gobierno y del PP convocó un Comité Extraordinario en el que negó haber recibido dinero negro y rechazó dimitir por aquel escándalo. Dos meses después, repitió la operación. De nada le importó la protesta de la prensa y de otros sectores que lamentaron su forma de entender la democracia.
Esa táctica había desaparecido a finales de 2015 cuando, ante la inminente convocatoria electoral, Rajoy cambió el plasma por los bares. No fue, en cambio, al debate a cuatro de los comicios del 20 de diciembre. Un error que enmendó en la segunda vuelta a las urnas: antes del 16 de junio sí se enfrentó a Sánchez, Rivera e Iglesias. De nuevo, la corrupción le dejó sin palabras.
Ahora, en cambio, ha recuperado el plasma pese a estar en plena campaña del 25-S. Fue en un mitin en Mos (Pontevedra), donde tras recibir insultos de "corrupto", optó por esa opción para no tener que responder sobre la dimisión de Barberá. Este mismo sábado, en Bilbao, repitió la operación.
Esconderse es otra de las opciones elegidas habitualmente por Rajoy para no enfrentarse a las polémicas. La primera vez que lo hizo no fue para escapar de escándalos de corrupción, sino de los peligros de un rescate que parecía inminente. Era 2012 y el casi recién elegido presidente del Gobierno huyó por la puerta de atrás del Senado para no ofrecer explicaciones.
Cuatro años después, el todavía jefe del Ejecutivo -aunque en funciones- ha modernizado esa estrategia. Ya no se escapa a la carrera; simplemente, no responde. Así lo hizo tras el último caso Soria y el más reciente de Barberá. Una vez más, silencio absoluto.
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