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MADRID.- El panorama político territorial español conocido hasta ahora ha quedado tremendamente cambiado tras el resultado electoral de este domingo, pero no ha saltado hecho añicos. El veredicto de las urnas, con una participación ligeramente inferior a la de 2011, ha ofrecido unos resultados totalmente imprevisibles hace justo ahora un año, en vísperas de las elecciones al Parlamento Europeo.
El vuelco electoral ha sido espectacular en lugares puntuales como Madrid y Barcelona, donde pueden gobernar movimientos políticos considerados antisistema hace tan solo unos pocos meses: Ahora Madrid y Barcelona en Comú, ambas con protagonismo de Podemos movimientos sociales alternativos. Ha sido la traducción electoral del movimiento 15-M nacido en la madrileña Puerta del Sol en la primavera de 2011.
Pero la evidencia más generalizada del vuelco electoral de este 24-M es la pérdida de poder del PP a lo largo y ancho de toda la piel de toro. Tan evidente ha sido el batacazo que en la sede nacional del PP, en la madrileña calle de Génova, no se ha instalado el tradicional balcón tan querido por lo jerarcas del PP en las noches electorales triunfales. La de esta noche no lo ha sido.
El azul homogéneo en ayuntamientos y comunidades autónomas en todo el territorio del Estado ha quedado diluido, muy diluido. Tanto que, pese a ganar por media cabeza en la misma línea de llegada del recuento global de los comicios municipales, sus apoyos electorales se traducirán en una pérdida de poder muy importante: un batacazo en toda regla. Casi 2,5 millones de votos menos que hace cuatro años. En concreto, 2.443.804 con el 99,47% del voto escrutado.
El bipartidismo resiste, pero muy debilitado. Más debilitado que nunca
El bipartidismo resiste, pero muy debilitado. Más debilitado que nunca. En las urnas municipales el PP y el PSOE apenas han superado el 50% de los votos; algo inaudito en anteriores comicios. Y mientras el PP pierde poder el PSOE recupera plazas, pero con necesidad de ayuda de terceros y siempre con la obligación de alcanzar pactos tripartitos y siempre complejos; en ocasiones como mero comparsa.
Pero sin duda estos comicios confirman la irrupción de Podemos y sus marcas municipales en coalición con movimientos sociales por toda España. La impronta ha sido de tal calibre que esta formación, que renunció en su día a utilizar el nombre del partido en candidaturas municipales por temor a intrusismos fuera de control, puede colocar como alcaldesas de Madrid y de Barcelona a sus candidatas Manuela Carmena y Ada Colau, respectivamente. También en Zaragoza y Cádiz, entre otras ciudades.
Otra formación, Compromís, hasta este momento con un peso minoritario incluso en su ámbito, la Comunitat Valenciana, puede colocar a su candidato, Joan Ribó, en el sillón que ha ocupado durante 25 años la popular Rita Barberá. Además, estas formaciones progresistas pueden situar a los candidatos socialistas en las alcaldías de ciudades como Sevilla y Córdoba o feudos tradicionales del PP como Alicante o Valladolid, entre otros. Sin embargo, el PSOE no ha sido la segunda fuerza política en ciudades como Madrid, Barcelona, Valencia y Zaragoza, un dato no menor de cara al futuro de esta formación política
El otro fenómeno electoral de la jornada o constituye Ciudadanos, un partido que hasta ahora no había salido de su reducto, Catalunya, donde lleva dos legislaturas como una formación muy menor. Sin embargo, en esta ocasión, con más de un millón de votos en apenas 1.000 candidaturas – hay 8.122 ayuntamientos – ha pasado de emergente a formación consolidada en el panorama político. Es más, en no pocos lugares sus regidores se convierten en un elemento clave para aguantar en el poder a un PP debilitado; o no.
Si el revolcón en el terreno municipal ha sido grande,
en el marco de las comunidades autónomas ha sido descomunal
La jornada electoral trae otras consecuencias. La primera de ellas es la laminación de UPyD, que desaparece de todas las instituciones, tanto ayuntamientos como en las comunidades autónomas donde tenía una representación. Ha pasado en poco más de cuatro años, sobre todo en el mismo ejercicio, de “emergente” a irrelevante. Otra consecuencia, dolorosa en el ámbito de la izquierda, son los pobres resultados de Izquierda Unida que queda muy marginada allí donde ha logrado representación, que son unos pocos ayuntamientos medianos.
Pero si el revolcón en el terreno municipal ha sido grande en el marco de las comunidades autónomas ha sido descomunal. El PP ha perdido todas las mayorías absolutas en las 10 comunidades donde ha estado gobernando, en la mayoría desde 1995. Eso se traducirá, salvo sorpresas de última hora, la pérdida de al menos ocho gobiernos autonómicos.
Si la pérdida de poder municipal afecta a las terminales nerviosas de un partido como el PP, lo cual repercute en su propia estructura orgánica, en el caso de la salida de los gobiernos autonómicos afecta al músculo político de los conservadores y a su capacidad de manejar fuertes presupuestos públicos. Por ejemplo, la Comunitat Valenciana dispone de un presupuesto de casi 16.000 millones de euros para este año.
El desafío a partir de ahora es la formación de gobiernos progresistas con la participación de varias formaciones políticas, dos, tres e incluso cuatro. Una dinámica que, salvo excepciones, no tiene tradición ni ha sido habitual a la hora de afrontar el gobierno de ayuntamientos y de comunidades autónomas.
Los ayuntamientos tienen fecha fija para constituirse: el 13 de junio. Las comunidades autónomas, regidas por prácticas parlamentarias más complejas, tienen plazos más laxos. Pero a mediados de julio, como máximo, se plasmará en los diarios oficiales la nueva realidad política territorial española. Una situación que no tiene precedentes. Y en el horizonte no muy lejano las elecciones generales. Un escenario apasionante.
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