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Leonor Paqué, víctima de abusos: “Estoy de acuerdo con el Defensor del Pueblo, tienen que pagar el Estado y la Iglesia”

Esta escritora y periodista ha grabado el documental 'Hermana Leonor: 20.000 kilómetros de confesión', en el que se entrevista con doce personas que sufrieron abusos de sacerdotes siendo niños, igual que ella.

Leonor Paqué, escritora y periodista, víctima de los abusos sexuales de un sacerdote. Jaime García-Morato / Público

Ana María Pascual

Escuchar a la periodista y escritora Leonor Paqué (Bilbao, 1963) es como asistir a una lección de vida sobre el dolor y la vulnerabilidad de la infancia masacrada por un hombre vestido con sotana al que todo el mundo llamaba, con veneración, padre. Un sacerdote que entraba por la noche en la habitación de las niñas, en el Sanatorio de Santa Marina, en Bilbao, y abusaba sexualmente de aquellas criaturas enfermas.

Pero Leonor Paqué también enseña su sonrisa plena, su contagiosa chispa de esperanza, en medio del sufrimiento que permanece en todos aquellos que fueron víctimas de la pederastia de la Iglesia.

Leonor contó en su libro En sus tibias manos esos abusos y los malos tratos de las monjas que regentaban el sanatorio. Ahora, coincidiendo con la publicación del informe del Defensor del Pueblo sobre la pederastia en la Iglesia, ahonda en este drama aún impune, con el documental Hermana Leonor: 20.000 kilómetros de confesión, en el que se entrevista con doce personas, cada una en una punta del Estado español, que fueron agredidas sexualmente por sacerdotes.

¿Es más fácil entrevistar a víctimas de la pederastia eclesial cuando la periodista es también víctima?

Fácil no es para ninguno. Lo que sí nos sentíamos era como parte de una tribu, éramos hermanos, por eso se llama Hermana Leonor el documental, porque gente que no conocías de nada en cinco minutos irradiaban algo, un amor a tu persona simplemente por haber padecido lo mismo. Tú sentías inmediatamente una corriente química que nos une. Fácil, no, pero nos ha hecho encontrarnos. Eso te hace sentir parte de algo, cuando hemos estado tanto tiempo solos y solas.

En Hermana Leonor: 20.000 kilómetros de confesión, ¿qué podemos ver?

Yo soy periodista y también escritora y en mi imaginación no se me habría ocurrido las cosas que yo he tenido que escuchar de estos compañeros y compañeras, que les han hecho verdaderas aberraciones. Entonces podemos ver a gente, a grandes hombres como castillos que te dicen: “Mi padre se ríe porque no puedo dormir con la luz apagada”. O mujeres que te dicen: “Duermo con un bate de béisbol al lado de mi cama, porque como me pasaba por la noche, yo veía una luz en el pasillo, se abría la puerta...”, y entonces duerme con un bate de béisbol. Estamos viendo a adultos que una parte de ellos está prendida y siguen siendo niños, estamos viendo cómo lo cuentan, cómo se lo cuentan a su hermana en este caso.

Me lo cuentan a mí, que no dudo de que lo que me están contando es verdad, cosa que les pasa a menudo, que dudan de ellos, les insultan por las redes, por las calles. Una de las personas que salen en el documental me dijo “Gracias por haber venido a pasar el día conmigo”, porque está muy sola.

https://youtu.be/0BAB-XE6crw?si=2IUKQTu5mmaulDdD

Leonor, ¿es importante ponerle nombre al agresor, en su caso, un sacerdote?

Me gusta decirlo porque me ha costado mucho conseguir su nombre. Fíjate qué ironía: yo escribí una novela que se publicó en el 2015 que se llama En sus tibias manos, porque las manos de las monjas y las del cura eran tibias, a diferencia de las de nuestras madres, que eran lavanderas; y también porque la respuesta social es aún muy tibia. En la novela le puse un nombre ficticio al agresor, el padre Martín. No sabía su nombre real. Lo tremendo es que cuando he conseguido que abran los archivos es el mismo nombre que efectivamente mi cerebro había registrado. Se llama Martín Valle García.

¿Qué ha podido averiguar sobre él?

Desde principios de los años 60 estuvo en el sanatorio prácticamente hasta su muerte. A pesar de que nosotras, las niñas, alertamos a los adultos de lo que estaba pasando, estuvo 25 años en aquel lugar. Seríamos 12 niñas, multipliquemos esas niñas por esos años, un solo agresor...

¿Ha mantenido contacto con esas niñas que estuvieron con usted en el sanatorio?

No solo no he mantenido el contacto, es que yo lo borré todo hasta que no he sido muy mayor; de hecho una amiga me propuso llevarme al lugar de los hechos y yo le dije que no, nunca me había acercado al tema, lo había apartado completamente. Cuando surge todo el tema de la pederastia en la Iglesia, me impactó que alguien en Instagram, una mujer, me dice: “Yo también estuve allí, a mí también me pasó”. Eso fue un antes y un después. Siempre estamos anhelando personas valientes que digan que a mí también, a mí también, para sentirnos arropadas.

Sobre Martín Valle García me preguntan si odio al personaje. En realidad, más que a él, que es una sola persona, yo lo que me pregunto es que qué hacían todos los demás, los adultos, ahí había mojas superiores. Nosotros pertenecíamos a la sanidad. Éramos niños enfermos, era responsabilidad de los médicos; era todo un entramado, es como que nadie quería mirar por la ventana y ahí estábamos nosotros. Yo entré con un hermano de tres años; a mi hermano le fundieron; de esto no puedo hablar.

Era un sanatorio para niños con tuberculosis, para familias con pocos recursos.

Sí, éramos niños con problemas de pulmón que no podíamos subir tres escaleras sin ahogarte. Estábamos demacrados. Cómo podíamos ser objeto de deseo... En el País Vasco emigró muchísima gente a la siderurgia y se vivía en chabolas. Las condiciones sanitarias eran penosas, llovía todo el rato, había humedad, había tuberculosis. Entonces, claro, si eras el hijo de un obrero y tenías tuberculosis, había un lugar público que se llamaba Santa Marina, con un edificio grande para adultos y otro que pusieron después para niños; y allí entrabas porque el médico le aconsejaba a tu madre. Esto es una enfermedad que no duele, pero necesita reposo absoluto. La tuberculosis te va consumiendo el pulmón. Tu madre se la jugaba. Esto lo hablé con mi madre de mayor.

“Cuéntame”, me decía mi madre, mientras le ponía los rulos, y ella lloraba, ¿eh? Seguía llorando la mujer porque no había podido protegernos.

El informe del Defensor del Pueblo arroja datos espeluznantes. Apunta a 440.000 víctimas españolas de la pederastia eclesial.

A nosotros nos sitúa en el primer puesto y no es de extrañar porque los que hemos vivido la historia sabemos que aquí un cura decidía en tu familia, incluso si tenías trabajo, si no tenías trabajo; eran los amos. Cómo no va a haber esta pederastia en nuestra iglesia, si eran los amos de la sociedad, de la educación, de nuestras almas, de nuestras celebraciones, de todo.

¿Pero se esperaban estas cifras?

El sentido común nos decía que si en Francia hay 300 y pico mil y España tiene esta historia, va a haber más. Pero el hecho de verlo en titulares... Nosotros no creíamos que a lo largo de nuestra vida íbamos a ver esto. Cómo íbamos a imaginar, si no le importamos a nadie; cómo íbamos a pensar que iban a invertir dinero público en esto. Es una alegría. Esto es ya una conquista. No sé lo que ocurrirá a partir de ahora.

Mira, ha dicho el jefe de la Iglesia, Omella, con un tono muy jocoso y burlón: “Ustedes además de letras sabrán matemáticas. Jajaja. No es posible que estas estas cifras se extrapolen, bla, bla, bla”. Yo le digo: “No hable usted en ese tono, señor, que todos mis compañeros están diciendo que en mi habitación pasó; éramos tantos una noche; me pasaba a mí; y luego mirábamos por dónde iba la linterna para saber a qué otro le había tocado”.

A Omella le digo: “Ustedes saben que son muchísimos más. No nos insulte de esa manera. Ustedes son responsables; tienen un patrimonio maravilloso y tienen un concordato con nuestro Gobierno”.

En qué me cambia a mí realmente la vida saber que hay miles como yo. Yo lo que necesito es un psicólogo, mis compañeros necesitan un psicólogo de confianza, al que puedas hablar, donde puedas sacar a esa niña, darle el cariño.

¿Las víctimas necesitáis tratamiento psicológico adecuado?

No te lo puedes permitir económicamente y además no hay profesionales formados en este tipo de violencia y de agresiones. Cuando la Iglesia te dice que nos ponen psicólogos a nuestra disposición... Señores, ¿ustedes creen que yo voy a confiar en que el psicólogo que ustedes designen? ¿Qué va a hacer con lo que yo le cuente? Ni siquiera tenía yo la confianza con el Defensor del Pueblo... Claro, ellos te dicen que es confidencial, que lo van a guardar. Pero yo le decía al Defensor: “Cómo sé que ustedes van a poder proteger eso dentro de cinco años o dentro de 10?” Lo que necesitamos es un apoyo psicológico.

Sobre el fondo de indemnizaciones para las víctimas de la pederastia eclesial, ¿qué opina de la polémica: debe pagar el Estado o la Iglesia o ambos?

Nos hacen parecer víctimas muy feas cuando decimos que sí queremos que la Iglesia pague económicamente. Yo he venido en mi coche y si golpeo a alguien en un paso de peatones y le hago daño en un brazo, yo soy responsable. Tengo una responsabilidad y tengo un seguro para responder de eso. ¿Por qué la Iglesia no es responsable ante lo civil?

Dicho esto, yo creo que la sociedad civil también fue responsable y estoy de acuerdo con el Defensor del Pueblo en que el fondo tiene que ser compartido, porque el sanatorio en el que yo estaba pertenecía a la sociedad civil, era un lugar de salud, igual que ocurrió en muchas escuelas. Entonces creo que el Estado también es responsable y que ese fondo tiene que ser compartido.

¿Las víctimas necesitáis que la Iglesia os pida perdón?

A mí no me tienen que pedir perdón, porque tú valoras que te pidan perdón cuando el otro es alguien valioso para ti o le respetas. En este caso, la Iglesia no tiene mi respeto ni mi consideración, me da igual que pida o que no pida perdón porque no es determinante en mi vida. Lo que sí es determinante es que abra los archivos porque una vez que he sabido quién es ese señor, el agresor, quiero saber quién le puso allí, quién no le quitó nunca, por qué estuvo allí; y eso está en sus archivos, no está en ningún otro lado, entonces queremos que nos informen. Queremos saber, es una necesidad de todas las víctimas en cualquier ámbito. Necesitamos un protocolo para que la sociedad civil pueda mirar estas cosas.

En su caso, ¿cómo pudo enterarse del nombre de su agresor?

Nos recibió el obispo de Bilbao, nos recibió en un día terrible de temporal. Tengo que partir una lanza a su favor, no se puede generalizar, porque fue muy amable, nos trató con respeto y educación. A raíz de hablar con él, fue cuando me llegó alguna información sobre el agresor.

Ha contado antes que las niñas del sanatorio alertásteis de los abusos del cura, ¿por qué no le apartaron?

Nosotras lo hablábamos, estábamos muchas horas de reposo en la habitación. Decidimos que íbamos a defendernos del padre Martín. Una noche nos pusimos toda la ropa dentro de la camita, la sábana, la colcha. Así, las 12 crías en la cama decidimos que íbamos a esperarle para que cuando llegara. Estábamos completamente tapadas y remetida la ropa para que él no pudiera llegar donde siempre llegaba.

Había dos cuidadoras laicas y una de ellas apareció. Entonces nos ve así a las crías en la cama, quietas, con toda la ropa ahí pegada y claro nos preguntó. “Es que viene el padre”, le contamos. Y no nos dijo palabra, se fue.

Se fue, no sé a dónde, pero debió decir que nosotras nos protegíamos del padre. Yo no recuerdo al padre Martín ya más por ahí. Pero tuve la penosa ocasión de encontrármelo después, en 1973. Él estuvo allí hasta morirse prácticamente, en 1985, y, aunque cerraron el sanatorio de los niños, se quedó en el de los adultos hasta el final. Nadie le abrió un procedimiento ni le apartó del lugar.

En su libro relata el mal comportamiento que solían tener las monjas con los niños y niñas, y es algo que se repite en numerosos testimonios de personas que durante la dictadura estuvieron bajo su influencia.

Es que las monjas eran muy malas. Yo no sé por qué esas personas estaban tan amargadas, no sentían amor por las criaturas que estábamos allí. Mira, te voy a contar una anécdota. Recuerdo perfectamente la única muestra de cariño de aquella madre superiora, que si te veía con la cabeza destapada de la sábana te pegaba un palo. Era una señora cruel.
Recuerdo la única vez que fue amable conmigo. Estaba lloviendo y yo estaba sola en mi camita porque ese día estaba muy mal, con fiebre. Había truenos y relámpagos. Y llegó la madre superiora y me puso el embozo de la sábana bien y me preguntó si tenía miedo. Eso fue lo más cariñoso que me dijo.

¿Qué consecuencias ha tenido en su vida aquella experiencia traumática?

Yo tenía ocho años cuando este cura abusó de mí y de las otras niñas. Yo digo que nos curaron una mancha en el pulmón, es cierto, pero ¿qué nos dejaron? No eres consciente hasta mucho después. Nos dejaron una vulnerabilidad. Era como si nos hubieran dicho: “Podemos hacer con vosotros lo que queramos y no va a pasar nada”. Yo creo que, por eso, viniendo de dónde venía, de padres tan humildes, pensé que tenía que formarme, que la formación es el parapeto de defensa contra los que te quieren machacar.


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