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Jacinda Ardern, António Costa y Sanna Marin, cuando la presión de la derecha puso fin a otros liderazgos progresistas

Las exprimeras ministras de Nueva Zelanda y Finlandia sufrieron un fuerte desgaste por ejercer el poder a su manera, mientras que el exdirigente portugués dimitió por una acusación que meses después ha quedado desmontada. 

La exprimera ministra de Finlandia, Sanna Marin.
La exprimera ministra de Finlandia, Sanna Marin. Markku Ulander / Lehtikuva / Dpa / Europa Press

"Ya no tengo suficiente energía para desarrollar el cargo como es debido", dijo la laborista Jacinda Ardern, cuando decidió dejar, a los cinco años de llegar al puesto, el cargo de primera ministra de Nueva Zelanda.

Los bailes de la exprimera ministra finlandesa, la socialdemócrata Sanna Marin, quien, con 34 años –Ardern lo había hecho con 37–, se había convertido en 2019 en la líder más joven del mundo, fueron censurados por las fuerzas de las derechas en su país que a la postre lograron lo que buscaban: el poder.

Fueron dos casos de mujeres al mando, que lo ejercieron a su manera. Y, por ello, por hacerlo de manera natural, con estética y maneras modernas y libres, sufrieron presiones machistas de niveles "sin precedentes". Sobre todo, en tiempos de clickbait, de redes sociales envenenadas y de ciclos de información perennes, 24 horas, los siete días a la semana. Marin fue sexualizada, acosada e incluso llegó a someterse a un test de drogas, que dio negativo.

La dignidad de Costa

Antonio Costa, exprimer ministro de Portugal, también socialdemócrata dimitió después de una acusación de la Fiscalía, el registro de los despachos gubernamentales y la detención de su jefe de gabinete por un abstruso asunto de presunta corrupción en negocios relacionados con la energía.

Cuando lo dejó, de un modo fulminante, Costa afirmó dos cosas. Por un lado: "Estoy tranquilo con el juicio de mi conciencia, no ya respecto a actos ilícitos, sino incluso censurables". Y por otro: "La dignidad del cargo es incompatible con la apertura de una investigación. Mi obligación es también preservar la dignidad de las instituciones democráticas".

Todo el caso, meses después, ha sido prácticamente desmontado e incluso un tribunal ha deslizado que la Fiscalía había actuado con ineptitud. Los hechos averiguados "no son, por sí solos, integradores de ningún tipo de delito", escribieron los magistrados del Tribunal de Apelación de Lisboa. El daño ya estaba hecho.

Además del propio ejercicio del poder, que consume, la presión de las fuerzas de la derecha, la extrema y la no tan extrema, y de los poderes fácticos, acabaron con estos tres liderazgos

En el caso de Portugal, las elecciones que convocó a toda prisa, aún bajo la conmoción, el presidente de la República, desembocaron en un Gobierno de la derecha y provocaron la subida de Chega, un partido ultra que superó el millón de votos.

La humanidad de Ardern y Marin

En Nueva Zelanda, a Ardern le había tocado gestionar la pandemia, un ataque terrorista contra dos mezquitas, que la primera ministra afrontó con medidas como la prohibición de las armas militares y semiautomáticas y la erupción de un volcán. Por el camino ganó dos elecciones, una de ellas, en 2020, con una histórica mayoría absoluta (poco habituales en el país) y había sufrido un serio desgaste en el momento en que optó por dejar el cargo, en enero de 2023.

Al hacerlo reivindico otra manera de hacer política –"soy humana, los políticos somos humanos. Lo damos todo, todo el tiempo que podemos. Y entonces llega la hora. Para mí, ha llegado la hora"–.  Tras su marcha, en las elecciones siguientes, el partido National, de derechas obtuvo el 38,95% de los votos y el Laborista apenas el 26,9%. La derecha puso así fin a seis años de la izquierda en el poder.

Sanna Marin dirigía una coalición de cinco partidos, todos ellos dirigidos por mujeres, afrontó con entereza la pandemia y abanderó un giro histórico en el país, que hace frontera con Rusia: abandonó su neutralidad y solicitó, a pesar de las amenazas de Vladímir Putin, su adhesión a la OTAN.

Empero, las fuerzas conservadoras le hicieron la vida imposible después, sobre todo, de que se difundiera un vídeo en el que se lo pasaba estupendamente bailando en una fiesta.

Ella reivindicó su derecho a la alegría. "Soy humana", dijo, como Ardern. Y añadió: "En medio de estos tiempos oscuros yo también extraño a veces la alegría, la diversión y la luz". Pero los ataques no cejaron. Partes de su vida privada quedaron expuestas y la presión subió enteros.

Ella peleó, se presentó a las elecciones, celebradas hace un año, en abril de 2023, pero su partido, el socialdemócrata, que vivía en gran medida de su popularidad en numerosas capas sociales de Finlandia, solo pudo ser tercero.

Obtuvo un escaso 19,21% de los votos y 43 escaños, por detrás del partido de la derecha (Coalición Nacional), que obtuvo un 20,8% y 48 diputados, y de la ultraderecha (Partido de los Finlandeses), que se llevó el 20,1% y 46 parlamentarios. Hoy en en el país gobiernan estos partidos.

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