Este artículo se publicó hace 9 años.
Eugenio del Río, la primera disidencia de ETA
Uno de los fundadores del Movimiento Comunista, hijo la primera escisión de ETA, es hoy un intelectual de izquierdas que anima a que este país se ponga de acuerdo en lo que hay que cambiar, en lugar de poner antes grandes titulares a nuestro futuro.
-Actualizado a
MADRID.- “En 1968, la ETA auténtica tiene un montón de personas liberadas, a veces perseguidas, que comienzan a viajar en parejas y, en algunos casos, armadas. Un 7 de junio, cerca de Tolosa, una pareja de motoristas intercepta a Txabi Etxebarrieta e Iñaki Sarasketa. Extebarrieta saca su arma y mata a un Guardia Civil. Consigue huir, pero en Bentaundi lo interceptan de nuevo y lo matan. Sarasketa es capturado a la mañana. Ahí empieza la lucha armada de ETA. No es por una decisión racional que haga un cálculo de ventajas e inconvenientes. Cuando se pone en circulación a personas perseguidas y armadas, está garantizado que en algún momento va a haber un choque, pero no es una decisión deliberada”.
Es un episodio clave en la historia de este país. También en la trayectoria del fundador del Movimiento Comunista (MC) que se explica con la serenidad propia de quien mide cerca de dos metros. La violencia obligó a Eugenio del Río a exiliarse en Francia, desde donde extendió su MC por toda España y buena parte de Europa. Dos años antes, junto a Patxi Iturrioz, ya se había convertido en la primera disidencia de ETA tras perder la batalla por hacer de ella una organización plural, no nacionalista y de defensa de la clase obrera.
Porque utopía e ilusión son los impulsos que han movido siempre a este donostiarra, nacido durante la II Guerra Mundial, que iba para director de cine. Dice que tuvo una infancia convencional, aunque no debió de serlo tanto siendo hijo de padres separados en un San Sebastián provinciano, de apariencias estrechas, y de familia venida a menos por culpa del crack del 29.
“Tímido, reconcentrado, un chaval vago” del colegio de los marianistas, cuenta que la conciencia política le surgió a través de flashes que le descubrieron la anormalidad del franquismo en un Donosti que, cada verano, los incorporaba a su normalidad. Recuerda como, siendo un crío, lo desalojaban del puerto al que bajaba con su caña a pescar “pescados infames”, cuando Franco llegaba con su Rolls Royce para embarcar en el Azor. O como, durante esos días, el gobernador civil se quitaba de en medio a los que tenían antecedentes antifranquistas enviándoles preventivamente a la prisión de Martutene.
Grabados a fuego en su memoria, “los golpes con los que unos señores enormes, con unos abrigos enormes de color gris –la policía armada- se empleaban en la calle Okendo contra las caseras que bajaban del monte a vender leche con sus marmitas”. Fue durante la huelga contra la primera central de leche pasterizada y envasada de Guipúzcoa.
“Eran destellos, revelaciones” que se asentaron en la mente de Eugenio gracias a los libros que le pasaba el capellán de San Juan de Dios. Se acuerda de Los grandes cementerios bajo la luna de George Bernanos, sobre los fusilamientos en Mallorca. Y, en especial, de El árbol de Gernika de Georges Steer. “Un buen golpe. Yo no sabía nada de eso. Nadie hablaba de lo que había ocurrido por prevención. A través del libro se instaló en mi una especie de sentido justiciero, de ganas de vengar a los que habían sufrido o estaban sufriendo”.
Con la conciencia renovada y la única militancia de una pandilla de amigos, siendo aún adolescente a Eugenio le dio por editar de forma clandestina los Cuadernos ZuzenBide de denuncia social y política. Pero los cuadernos cayeron en manos de Brigada Político-Social… y Del Rio, en las de un “hosco” Melitón Manzanas que lo envió a Martutene.
De ETA Berri a 'Komunistak'
“Los amigos nos dimos cuenta de que teníamos que ir a algo más serio. Y, en la dialéctica de la izquierda en Guipúzcoa, solo cabía elegir entre el Partido Comunista y ETA, entre la moderación de lo viejo y la radicalidad de lo nuevo”. En el verano de 1965, tras conocer a un joven Patxi Iturrioz, jefe de la Oficina Política, Eugenio del Rio se convirtió en militante de ETA y en el responsable del llamado Zutik, el boletín informativo mensual de la organización.
“Iturrioz era una persona muy crítica con el nacionalismo vasco existente: con la tradición de Sabino Arana y el PNV; estaba mucho más a la izquierda y en una línea más pluralista. Surgió en nosotros la esperanza voluntarista y quimérica de que ETA llegara a ser una organización no nacionalista que diera prioridad a la clase obrera”. Pero la ilusión no tardó en frustrarse cuando en la Navidad de 1966, en una asamblea celebrada en el monte guipuzcoano, la parte nacionalista de la organización aisló –“¡literalmente, nos encerró en un caserío!”- al grupo de Iturrioz y del Rio que se escindió, solo un mes después, en ETA Berri, la Nueva ETA.
Después llegaría el incidente de Extebarrieta y el asesinato en venganza de Manzanas. Y, con 1968, uno de los años más trepidantes para un Eugenio veinteañero que tocaba el contrabajo y que ya había decidido dedicar su vida a la clandestinidad bajo el paraguas de una nueva denominación: Komunistak, el Movimiento Comunista Vasco. “Teníamos un plan para crear una dirección fuera de España que pudiera aguantar bien la represión franquista”. Pero con sus antecedentes, y el primer atentado premeditado de ETA, a Del Rio no le quedó más remedio que acelerar su exilio a Francia.
Desde allí, y siempre con la actividad sindical como leitmotiv, Komunistak organizó las Escuelas Sociales, “que se convirtieron en viveros para mucha gente joven”; creó diferentes publicaciones; se extendió a Alemania, Bélgica, Suiza… y en España “fuimos enganchando a otras organizaciones con inquietudes similares en Madrid, Galicia, Aragón, Valencia… de manera que en 1974 ya se había creado la red que dio lugar al MC”. Una organización maoísta que sobreviviría, con Del Río como secretario general, hasta el fracaso de la unificación con la Liga Comunista Revolucionaria.
Aquello ocurrió en 1993, cuando Eugenio dejó la política… a medias. Hoy pasa las mañanas escribiendo en su casa madrileña de la glorieta de Bilbao –está a punto de publicar Introducción al Pensamiento Crítico, su decimosegundo ensayo. Y las tardes, muy cerquita de la Plaza Mayor, en el local en el que tiene su sede la Federación de Acción en Red, heredera de aquel revolucionario MC.
“Es una red de asociaciones proderechos humanos sin ánimo de lucro”, explica orgulloso y poniendo exclamaciones a alguna de sus últimas iniciativas como las destinadas al apoyo a los hijos de inmigrados o ‘la red de actividades por los buenos tratos’ contra la violencia de género.
Y sigue evangelizando. Desde la web pensamientocrítico.org, que recoge las firmas de Luis García Montero o Pablo Iglesias entre otros, y en la que, mensualmente, se convierte en portavoz de una corriente de pensamiento “sin ideología oficial”, pero con objetivo claro: la defensa de valores como la igualdad o la justicia social, contra la xenofobia y el racismo. Su opinión sobre el futuro de este país: “que ya va siendo hora de que nos pongamos de acuerdo en lo que hay que cambiar, en lugar de poner antes grandes titulares a nuestro futuro”.
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