Este artículo se publicó hace 9 años.
La diplomacia económica de Margallo mendiga contratos entre 'lo peor de lo peor' de los tiranos del planeta
Casi no hay un sólo dictador de la lista de sociópatas elaborada por Freedom House al que el ministro de Exteriores y la monarquía no hayan cortejado. Se diría que la agenda internacional de España fue inspirada por Lucifer, Darth Vader y la dirección de Talgo.
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MADRID.- Con proverbial pomposidad se hacía eco la, digamos, prensa uzbeka de la visita realizada a Samarkanda (Uzbekistán) a finales de abril del pasado año por el ministro español de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, sacando a colación una vez más la cansina referencia al mítico viaje de Ruy González de Clavijo a la corte del Gran Tamerlán.
La embajada de Clavijo a la Gran Bukaria -todo era 'grande' en la Uzbekistán del siglo XV- fue enviada en mayo de 1403 por el rey castellano Enrique III con la esperanza de construir una alianza contra los turcos. La intención del monarca era unirse a los timúridas y crear una pinza militar para aplastar a sus enemigos otomanos. Ya de paso, se sacudía el miedo a que las hordas del mongol acabaran devastando Europa occidental, un temor tan extendido como fundado en aquella época convulsa.
A diferencia de Clavijo, García-Margallo regresó a Madrid con una pequeña pero lucrativa lista de oportunidades de negocio -más aviones militares, más centrales de ciclo combinado, más trenes- que atribuyó, para variar, a su diplomacia económica, receta estrella del gabinete que preside para sacar a España de la recesión. Lo que el ministro español no mencionó cuando se ufanaba de sus logros fue que el huérfano soviético con quien se entrevistó durante el viaje, Islam Karimov, es la cabeza visible de un régimen incluido con todos los honores por Freedom House entre, literalmente, 'lo peor de lo peor' de la cofradía internacional de los tiranos. A todos los efectos, los observatorios de derechos humanos consideran al presidente uzbeko Karimov un rabioso perro despiadado perfectamente equiparable a Kim Jong-un, el satánico babyface norcoreano.
Su gobierno ha sido acusado de torturar, intimidar y asesinar a disidentes políticos, sistemáticamente condenados por terrorismo islámico. Seis mil quinientos opositores han acabado encarcelados y alguno, eventualmente, cocinado vivo. Entre 10.000 y 100.000 mujeres habían sido esterilizadas hasta abril de 2012. Y eso, por no hablar de los niños forzados a trabajar como esclavos en los campos de algodón, principal fuente de divisas de este nepótico estado mafioso construido a la medida del megalomaníaco Karimov, de su familia, de sus redes clientelares y de su hija Karimova -cantante, diva, filántropa, polígrafa humanista y, en su día, supuesta amante y socia del benefactor de Unicef, Joan Laporta.
El pasado 29 de marzo de este año, el presidente uzbeko fue, pese a todo, y como siempre, reelegido en una mascarada de elecciones que logró ganar de nuevo sin problemas. Al menos, no tuvo que pedir perdón como el presidente de Kazajistán. "Lamento no haber intervenido, pero hubiera resultado poco democrático terciar para hacer mi victoria más modesta", dijo el zar kazajo Nursultan Narzabayev en abril de este año, tras alzarse con el 97,7 por ciento de los votos en las elecciones presidenciales de su país.
A diferencia de él, Karimov se conformó con 90 de cada cien sufragios emitidos. Suficiente, en todo caso, para lavar la cara de la satrapía que gobierna con la complaciente aquiescencia de Occidente. "Nuestro país está listo para fortalecer el diálogo político y la cooperación con Uzbekistán", había dicho García-Margallo un año antes durante su visita a Samarkanda.
A nadie, sin embargo, parecieron escandalizarse demasiado ni la laudatoria verborrea del ministro ni las amistades peligrosas de una diplomacia española afanosamente concentrada en mendigar oportunidades de negocio en las timbas más sórdidas de poder autoritario del planeta. Al fin y al cabo, ahí estaban para dar fe del éxito de éstas y otras gestiones diplomáticas precedentes los 38 millones de euros del ala que la compañía ferroviaria uzbeka pagó por los dos Talgo 250 que, desde 2011, operan entre Tashkent y Samarkanda o los 600 millones más de 'euracos' que Mariano Rajoy se trajo para España en 2013 de su viaje a Astana (Kazajistán).
"Hay que agradecer semejante acercamiento a los buenos oficios de Juan Carlos I y a su amistad con Nursultan Nazarbayev"
Cierto es que no fue García-Margallo quien comenzó a flirtear con la pequeña pléyade de dictadores postsoviéticos que se enseñorearon de Asia central tras el desmembramiento de la URSS. El ministro socialista Miguel Ángel Moratinos emprendió hace ahora ocho años una visita por Uzbekistán y Kazajistán que ya sentó las bases de las futuras relaciones españolas con los déspotas autoritarios más degenerados de la estepa. "Hay que agradecer semejante acercamiento a los buenos oficios de Juan Carlos I y a su amistad con Nursultan Nazarbayev", decían los comentaristas monarquicos de la época, dando tácitamente por hecho que el principal trabajo del rey era cortejar a todos los sociópatas de la Internacional de los villanos.
Eso incluía, además de Karimov, al propio Narzabayev -otro autócrata despiadado-, al presidente bieloruso, Alexandr Lukashenko, y a sus inicuos amigos wahabitas de la península arábiga, corifeos todos ellos de las elites ultracorruptas del planeta. Se diría que la agenda internacional de Juan Carlos, Moratinos y Margallo fue inspirada por Lucifer, Darth Vader y la dirección corporativa de la compañía Talgo.
Cuatro años después de esa primera visita de Moratinos a Asia Central, en junio de 2011, el presidente bielorruso sacaba también a colación una supuesta llamada amistosa de Juan Carlos I para quitarle hierro al aislamiento al que la Unión Europea lo tenía sometido en represalia por la brutalidad con la que reprimió las protestas que siguieron a las elecciones de diciembre. "Todavía me queda un amiguete que me ajunta", parecía insinuar Alexander Lukashenko, mientras aireaba a bocajarro el contenido de la charla.
Lo cierto es que el presidente bielorruso mintió como un bellaco y olvidó mencionar que la supuesta 'conversación amistosa' del 'coleguita de Madrid' formaba parte de una ronda de veinte llamadas a diferentes jefes de Estado que el rey efectúo para apoyar la candidatura de Moratinos a la dirección de la FAO. Al parecer, Lukashenko dio por hecho que el embuste colaría, conocedor, quizá, del escaso celo democrático con el que el monarca español elige a sus amigos. Por otro lado, Luckashenko no tenía nada que perder, dado que ya en 2011, fuera de su país, el presidente bielorruso tenía prohibida la entrada hasta en los bingos de los club de jubilados.
Además, ¿Qué tendría de particular que la diplomacia económica de Margallo vendiera talgos y centrales de ciclo combinado a Kazajistán y los uzbecos si no hay una sola democracia de Occidente que no le eche los tejos a toda esta cleptocracia asiática? "En el palacio de Karimov todos los días son viernes", aseguraba alegremente la Prensa norteamericana.
Se estaban refiriendo al privilegiado trato que ha venido recibiendo simultánea o alternativamente de Moscú y de Washington, gracias a la estratégica situación de su país, a la frontera que comparte con Afganistán, a su condición de socio privilegiado en la errática y vagamente comprensible lucha norteamericana "contra el terror" (¿Puede haber algo más espeluznante que el propio Karimov?); y gracias, finalmente, a las ingeniosas artimañas con las que el matarife uzbeko ha aprendido a encomendarse a Dios y al diablo con idéntica displicencia.
La perversidad intrínseca de la agenda exterior norteamericana ha proporcionado igualmente espléndidas coartadas a los gobiernos españoles (y europeos) para salir de pesca a la península arábiga, uno de los entornos geopolíticos más prolíficos en esos autócratas abyectos que Freedom House incluye en su listado de parias entre parias, el cutrerío más casposo y sanguinario de las leoneras marginales de poder.
No era el momento tampoco de recordar que qataríes y saudíes apenas se diferencian de Daesh en el color de la bandera.
Moratinos lo hizo y Margallo, también, haciendo suya, de ese modo, la misma política exterior, bipolar y esquizoide, que ha llevado a los norteamericanos a combatir el terrorismo planetario mientras galantean sin complejos con las petromonarquías wahabíes que sustentan ideológicamente a Daesh y Al Qaeda. Y a cambio, claro está, de los favores españoles, los reyes de Oriente premiaron a su idolatrada Al Andalus con más obras públicas y más talgos, auténtico monocultivo industrial del comercio exterior y la diplomacia económica ibérica.
Una vez más, la monarquía española ha desempeñado un papel fundamental cultivando la amistad de verdaderos asesinos como los jeques qataríes o saudíes. "Todo el mundo lo hace. Y además, nos hemos impuesto a Sarkozy y a los franceses", celebraba la Prensa patria, tras saberse de la adjudicación de la línea saudí de alta velocidad y varias obras faraónicas dotadas con presupuestos astronómicos. No era momento ese, en medio de la crisis, para empañar el triunfo de las corporaciones españolas, y menos todavía, para sacar a colación los trapos sucios de los Saud. No era el momento tampoco de recordar que qataríes y saudíes apenas se diferencian de Daesh (Estado Islámico o ISIS) en el color de la bandera.
Escribía hace un año el periodista británico Ed West que la supuesta hostilidad de Riad hacia Daesh podría ser descrita en términos freudianos como "narcisismo de las pequeñas diferencias". Ningún súbdito saudí advertiría grandes cambios si tuviera que adaptarse a la versión más truculenta de la sociedad distópica creada por los yihadistas. En los cinco primeros meses de este año, y coincidiendo con la subida al poder del rey Salman tras la muerte de Abdalá, cien personas han sido decapitadas en Arabia, un récord sin precedentes en la historia reciente del reino que sitúa a su gobierno, mano a mano, a la altura de Daesh.
Estado Islámico castiga la blasfemia y la homosexualidad con la pena de muerte. Arabia Saudí, también. Daesh hunde sus raíces en Al Qaeda. Arabia Saudí tiene conexiones con Al Qaeda. Los yihadistas de Daesh son los hijos naturales del wahabismo. Los saudíes condenan las atrocidades de Daesh, pero les han proporcionado las herramientas ideológicas precisas para arropar sus macabros delirios religiosos: no hay una ideología de inspiración más saudí que el wahabismo, una violenta, cerril, rigorista interpretación del Islam que propugna una supuesta vuelta a los orígenes.
Felipe VI dirigía un mensaje al rey Salman con el más síncero pésame por la muerte del nonagenario rey Abdalá
A finales de enero, Felipe VI dirigía un mensaje al rey Salman donde le trasladaba el más síncero pesar del pueblo español por la "tristísima noticia" de la muerte del nonagenario rey Abdalá. En otras palabras, el nuevo monarca se permitía trasladar el cariño de los españoles a un sociópata homicida con miles de muertos, presos políticos y torturados sobre su conciencia. Y todo, claro está, en el nombre del dinero, idéntico argumento utilizado por el club de fútbol Barcelona para aceptar el patrocinio de otro de las mayores exportadores netos de barbarie del planeta.
"Lo que es bueno para la FIFA y para las empresas españolas lo es también para el Barça", adujeron los responsables de esa sociedad al aceptar el mecenazgo qatarí. La bipolar inmoralidad de las relaciones internacionales alcanzó su paroxismo en el mismo momento en que la federación internacional de fútbol otorgó la sede del mundial de 2022 a un país donde todavía no ha sido abolido un sistema laboral -el llamado 'kafala'- que ata al empleado a su patrón bajo un régimen feudal de semiesclavitud y permite maltratar a los trabajadores con total impunidad. Una mano lava la otra.
Qatar atesora también el triste honor de ser la petromonarquía que más dinero ha dedicado a extender el wahabismo mediante la financiación de mezquitas. El propio Gobierno del PP aceptó tácitamente durante la pasada legislatura que las monarquías del Golfo pagaran al profesorado religioso musulmán de nuestros centros educativos, otra decisión absolutamente penetrada de sicosis esquizoide. O si se quiere de otro modo, una paradoja irresoluble, cuando se considera la energía que el ministro de Defensa, Pedro Morenés, y García-Margallo han puesto en apadrinar una cruzada en el Sahel. Sí, en efecto, aunque poco conocido, también Rajoy quiere su guerra santa, pilar fallido de la política exterior española durante la presenta legislatura. Otra cosa es que le hagan menos caso que a la Cenicienta.
Ni Defensa ni Interior han conseguido hasta la fecha convencer a la OTAN y al grueso de sus aliados europeos de que el 'Maligno' vive en Níger bajo la forma de almorávide, pirata, inmigrante o traficante. Claro que no será porque no lo hayan intentado. El equipo de Rajoy no ha cesado de insinuar durante los últimos años su voluntad de acompañar a los franceses en nuevas aventuras militares centroafricanas, bien sea como "consejeros" de los subsaharianos ('proxenetismo' a gran escala, en la jerga de los iniciados) o bien, llegado el caso, mediante tropas temporalmente desplazadas a los escenarios donde tengan lugar conflictos específicos.
Desde finales de 2013, doscientos soldados españoles se encuentran desplegados en Dakar y en las proximidades de Bamako realizando funciones de apoyo a las tropas francesas de Mali y la República Centroafricana. Estos son justamente los destacamentos que Rajoy visitó en mayo de este año. Por número de efectivos, el contingente español es el segundo mayor desplegado en el área, tras el de nuestros vecinos galos, lo que da una idea del papel que este Gobierno pretende desempeñar en el Sahel. Madrid no sólo entiende que Europa debe intervenir en esa zona. Además da por hecho que España tiene que liderar, a la sombra de Francia, cualquier operación.
¿Qué se la he perdido a España en el Sahel y por qué nuestro Gobierno insiste en situar en Níger la nueva sucursal del mal y sus villanos islamistas? ¿Necesita acaso España a su Moriarty -su némesis de andar por casa- para sacar a pasear sus soldaditos? Pedro Morenés describió esa zona en el Senado como “uno de los reservorios de violencia e inestabilidad internacional que deben ser atendidos”.
Esto es, y por seguir con sus metáforas, Madrid cree que en el centro de África permanece latente el germen de muchas de las futuras epidemias (de violencia islamista) que amenazan a Europa y, más especialmente, a nuestro país. Lo verdaderamente insólito de la política de este gobierno es que se refiera insidiosamente a la inmigración ilegal como un eczema, uno de los mayores riesgos “de infección” que España debe conjurar de forma preventiva.
En algunos farragosos documentos oficiales, esta "amenaza" se sitúa al mismo nivel jerárquico que el tráfico de drogas, la piratería marítima o el terrorismo islámico. A todos los efectos, los planes del Gobierno son la versión casposa de la controvertida doctrina Bush de guerra preventiva contra el terror, una filosofía acorde, sin lugar a dudas, con la ideología del Gobierno, pero escasamente compatible con el apoyo decidido que España brinda a las distopías wahabíes de los 'amigos del Golfo'.
Por lo demás, las razones aducidas por Rajoy y Morenés son idénticas también a las utilizadas en su día por François Hollande para justificar la intervención militar de su país en Mali. El presidente francés aseguró que Europa no podía permitirse el lujo de que los rebeldes yihadistas tomaran el control de amplias zonas del país. Hollande no mencionó de forma explícita los ataques perpetrados en 2013 por islamistas contra varias explotaciones de uranio y gas gestionadas por empresas galas.
Entre líneas se leía que la intervención francesa en Mali tenía por principal finalidad salvaguardar los intereses energéticos de nuestros vecinos. Níger es el tercer proveedor de uranio de nuestro país y el primero de Francia, que a su vez depende de ese mineral para producir la mayor parte de su energía eléctrica. Una de las sociedades que explota los yacimientos nigerinos está participada al 10 por ciento por la española Empresa Nacional del Uranio. "No hay una guerra evitable; tan sólo puede ser pospuesta en beneficio de los otros", que diría Maquiavelo.
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