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Una década de Vox: de escisión del ala dura del PP a discípulo de Orbán

Vox se registró como partido el 17 de diciembre de 2013. Diez años separan al partido con el que soñaba Vidal Quadras del que mira al neofascismo europeo.

El presidente de Vox, Santiago Abascal, ofrece una rueda de prensa tras la reunión del Comité de Acción Política de Vox, en la sede Nacional de Vox, a 13 de noviembre de 2023. Jesús Hellín/Europa Press
El presidente de Vox, Santiago Abascal, ofrece una rueda de prensa tras la reunión del Comité de Acción Política de Vox, en la sede Nacional de Vox, a 13 de noviembre de 2023. Jesús Hellín/Europa Press.

Han pasado casi 11 años desde que en enero de 2013 la contabilidad en B del Partido Popular saltó a los medios de comunicación y en adelante costó desligar las siglas del PP de la palabra corrupción. Mientras Luis Bárcenas entraba en prisión solo seis meses después, en junio de ese mismo año, el Gobierno de Mariano Rajoy aprobaba subidas de impuestos y el paro había alcanzado el máximo histórico de 6,2 millones de desempleados. En noviembre, cuando solo rozaba el ecuador de su primer mandato, el de Rajoy ya se había convertido en el Ejecutivo que más subidas de impuestos había realizado en la historia fiscal de España. Y entre tanto, a más de 500 kilómetros de Madrid, Artur Mas y Oriol Junqueras discutían cuál debería ser la pregunta en el referéndum de autodeterminación para Catalunya.

Fue un anus horribilis para el PP y cuando iba llegando a su fin, los fantasmas de un partido que bebió de la Alianza Popular de Manuel Fraga, exministro franquista, tomaron forma: el 17 de diciembre de 2013 Vox se registró como partido político en el Ministerio del Interior.

Una década de Vox.
Grandes hitos en la historia de Vox desde su fundación hasta la actualidad. Público.

Ha pasado una década. Diez años de los que la mitad han sido una travesía en el desierto; en los que primero soñaron con desbancar al PP y después con gobernar con ellos —esto último lo han conseguido—; en los que se han demostrado como un partido autócrata a la interna; y en los que se han adentrado en la red de la extrema derecha internacional. Una década separa al Vox de Vidal Quadras del que mira a Viktor Orbán.

Vidal-Quadras: la primera vida de Vox

Guillermo Fernández (Madrid, 1985) vio el surgimiento de Vox desde Francia, donde estudiaba a la ultraderechista Marine Le Pen. Sus contactos en la extrema derecha francesa le acercaron a 'los primeros de Vox' y repasa para Público esta década

"Hay un primerísimo Vox que dura desde su fundación en 2013 hasta el otoño de 2014 con la salida de Vidal-Quadras", explica Fernández —convertido en una de las voces más autorizadas en el debate público español para analizar el auge ultraderechista—. Lo cierto es que Alejo Vidal-Quadras duró poco en Vox. Reconocido como uno de sus fundadores, el expresidente del PP en Catalunya, exsenador y exeuroparlamentario popular, dejó su partido en enero de 2014 "por falta de democracia" y fichó por la extrema derecha convirtiéndose en presidente de Vox.

"Ahí quieren ser un PP auténtico frente al PP blandito de Mariano Rajoy, al que llamaban 'albacea testamentario de Zapatero'. Se rebelan contra las subidas de impuestos de Montoro y contra el hecho de que estando en el Gobierno el PP no se atreviera a derogar por completo la ley del aborto y la del matrimonio homosexual. Es un partido hispanocéntrico que surge más bien de una escisión del PP en el sentido pleno del término y que no mira más allá de los Pirineos. Cuando se presentan a las elecciones europeas se presentan como un partido serio. Claramente de derechas, pero serio", subraya Fernández.

Con la oposición iraní inyectando dinero, como desvelaría El País cinco años después, todo estaba pensado y calculado para que las Europeas de mayo de 2014 fueran un trampolín como lo fueron para Podemos, registrado como partido exactamente un mes después. Pero menos de 2.000 votos retorcieron el devenir político de Vox. "Si Vidal-Quadras hubiese conseguido escaño en el Parlamento Europeo la historia de Vox hubiese sido muy distinta. Pero no sucede y ahí vienen los problemas internos y el enfrentamiento entre el sector más joven, el de Abascal, y el más mayor, el de Vidal-Quadras", cuenta Fernández, que seguía entonces en Francia tras los pasos de Le Pen.

Abascal no ha soltado el control desde entonces. Con él, Kiko Méndez Monasterio, el hombre que nunca ha ocupado un cargo orgánico en Vox, pero que siempre ha susurrado la última palabra a Abascal. Todo pasa por Kiko. Esa es de las pocas cosas que siguen intactas en el partido ultra.

Travesía en el desierto y bautismo internacional

Permanecieron unidos durante la travesía en el desierto de Vox hasta las elecciones andaluzas de 2018. Tras el batacazo de quedarse fuera en las europeas, 2015, 2016 y 2017 no fueron buenos años para los de Abascal. Fernández explica así esa época: "Era un contexto de invisibilidad para ellos. Una vez aparecen Podemos y Ciudadanos, y captan toda la atención, se quedan como lo que pudo ser y no fue. En ese momento su lucha era generar titulares y Abascal y Espinosa de los Monteros se ven a sí mismos como tipos rebeldes a los que no les importa salirse de la derecha aznarista. Nadie les hace caso y pelean por él de forma extravagante".

La estrategia funcionó porque alguien se fijó en Vox, aunque entonces pasase desapercibido en España. En enero de 2017 la ultraderecha europea les invitó a su cumbre contra la Unión en Coblenza (Alemania). Estaban envalentonados tras la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y el éxito en Holanda, Francia y Alemania. "Todos esos partidos dicen de algún modo que su franquicia española se llama Vox. Eso es un espaldarazo, a pesar de que en España siguen siendo un Don nadie", subraya Fernández, que define esa cita como "el bautismo internacional" de Vox.

Una década de Vox.
A la izquierda, el primer Vox con Alejo Vidal-Quadras, Santiago Abascal e Iván Espinosa de los Monteros. A la derecha, Abascal con Ignacio Garriga y Juan García-Gallardo, en la primera línea política ahora. Público.

No fue el único momento trascendental para Abascal ese año: el 1 de octubre el Govern de Catalunya impulsó un referéndum de autodeterminación y Rajoy aplicó el artículo 155 de la Constitución, lo que equivalía a intervenir su autonomía. En aquel 'otoño caliente' catalán la órbita de Vox calentó motores.

Explica Guillermo Fernández que DENAES, la fundación presidida por Abascal, estuvo detrás de las banderas de España que aparecieron en los balcones de Catalunya. Se dijo entonces que había sido una "reacción espontánea" al independentismo, igual pero fue una operación estética y política orquestada por los tentáculos de Vox. Mismo modus operandi que en el presente con la ley de amnistía.

Logran mirar de tú a tú al PP

El auge de la extrema derecha estaba arrancando y un año después fue la llave maestra que le permitió al PP sacar al PSOE de la Junta de Andalucía tras 40 años de socialismo. Un punto de inflexión, dice Fernández, porque "no solo consiguen unos extraordinarios resultados electorales sino que consiguen que eso sirva para algo". "Ahí empieza la época del Vox de estos últimos años". Los de Abascal no pelearon por entrar en el gobierno andaluz y dejaron a Juan Manuel Moreno Bonilla gobernar en solitario, una estrategia que iban a enmendar después.

En abril de 2019 entraron al Congreso de los Diputados con 24 escaños y en la repetición electoral de noviembre ganaron un millón de votos y se convirtieron en la tercera fuerza política del país; en 2021 adelantaron a los populares en Catalunya; en 2022 el PP les abrió las puertas de un gobierno por primera vez en Castilla y León; y en el ciclo electoral de 2023 acabaron por meterles en tantas instituciones como hizo falta para gobernar. Fernández identifica así otra etapa en la década de Vox: "Desde la pandemia, hasta la destitución de Pablo Casado, en Vox hay un momento de subidón en el que vox mira de tú a tú al PP. Pero esas aspiraciones se frenan cuando Feijóo empieza a despegar y ya en el último año Vox no se planteaba sorpassar al PP, pero sí gobernar con el PP".

Un futuro incierto

Y el 23 de julio, al filo de cumplir una década, otro batacazo como el de 2014. "Pierden escaños y se quedan sin expectativas de Gobierno, se desata una gran crisis interna con Olona acusándolos de corrupción y, además, se genera una idea de consenso en los medios de derechas de que la culpa de que Feijóo no gobierne es de Vox. Yo hablaba con gente de Vox y me decían que no querían repetición electoral porque iban a perder más todavía y no tenían tan claro que Sánchez fuera a bajar. La realidad es que Vox no deseaba una repetición electoral", narra Fernández.

Frena en seco y añade: "Eso hasta finales de octubre y noviembre, con lo que han llamado 'Noviembre nacional'. Vox ha puesto toda la carne en el asador porque se encontraba en una situación muy apurada y es una evidencia que todo el entorno de Vox ha sido el convocante de Ferraz".

Por eso el politólogo tiene más dudas que certezas sobre el horizonte de Vox. "Para mí es una incógnita. Esto del 'Noviembre nacional' me parece clave y creo que está siendo un hervidero de ideas para Vox, una especie de escuela de cuadros. Hay un magma de ideas y creo que una de las consecuencia que va a tener es desligar a Vox de la corriente más tópicamente neocón (abreviatura de neoconservadurismo), la de Espinosa de los Monteros, e inclinarse hacia un Vox que unánimemente quiere ser Viktor Orbán". O Giorgia Meloni, que ha invitado este fin de semana a Abascal a la fiesta de Navidad de Fratelli d' Italia.

Así, diez años después, en lo orgánico no queda nada de la esencia de ese apéndice del PP que quiso corregir a Rajoy: el partido se ha resquebrajado hasta eliminar la disidencia. Y en lo ideológico, el racismo, la xenofobia y el machismo que estaban detrás de su impugnación de los avances progresistas campaban a sus anchas entonces y lo siguen haciendo ahora. 

Ausencia de democracia interna

Desde el inicio Vox se ha articulado en torno a un liderazgo fuerte de su cúpula: las órdenes salen de Bambú (sede del partido) y se acatan. "Este es uno de los rasgos compartidos al 100% entre las formaciones de la extrema derecha: la verticalidad organizativa, la falta de democracia interna. Todas son antiinmigración, nacionalistas y verticales. Aquí se notan sus herencias postfascistas, beben mucho de la forma de dirigir las cosas de las organizaciones militares, no toleran la disidencia", explica Guillermo Fernández

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