ZARAGOZA.- “Estos camaradas que al frente de sus escuelas supieron cumplir con su deber, sabrán cumplir también con el fusil en la mano” en una guerra que supone “una cuestión previa a todas las demás y por lo tanto, también a la enseñanza”. Telmo Mompradé, maestro de Canfranc (Huesca) hasta julio de 1936 y afiliado de FETE-UGT (Federación de Trabajadores de la Enseñanza), llamaba con estas palabras a sus compañeros a unirse a la milicia que poco después sería conocida como el batallón de maestros o el batallón de la pluma, y que combatiría en el Pirineo y la Bolsa de Bielsa.
“La historia de este batallón es un episodio muy desconocido, incluso entre los historiadores”, explica el zaragozano Herminio Lafoz, profesor de Historia retirado y una de las personas que mejor lo ha documentado, que especifica la referencia popular a la pluma: figuraba en el anagrama fundacional del PSOE, partido hermano del sindicato, y aludía a la formación de sus integrantes.
La creación del batallón fue impulsada por Mompradé –que sería su comandante- y José Sampietro –maestro también en Canfranc-, en las tertulias que mantenían en el antiguo hotel Avenida de Barbastro, la capital de la zona de Huesca fiel a la República, el numeroso grupo de maestros que había logrado huir de la zona sublevada.
Muchos de ellos llegaron a la pequeña ciudad del prepirineo tras participar en otras milicias –los dos promotores se unieron a una de ellas tras escapar a Francia en los primeros días de la guerra y regresar a España-, algo para lo que no tuvieron opción los 74 enseñantes -30 de ellos afiliados al sindicato- asesinados por los rebeldes en Aragón antes de que el batallón se pusiera en marcha.
Cacería fascista de maestros
Lafoz, que ha documentado la represión franquista sobre los docentes aragoneses, cifra en 102 las víctimas mortales de este colectivo –de ellos, 64 entre julio y octubre de 1936- en las tres provincias aragonesas, mientras que la depuración se cebó con otros 198, muchos de los cuales fueron apartados de la enseñanza. “Algunos fueron asesinados al salir de la zona republicana en la que estaban sus escuelas; en ocasiones, al ir a ver a su familia a zona sublevada”, explica Lafoz.
La brutalidad de la represión con los maestros animó a los reunidos en Barbastro a crear la milicia cuando, en octubre de 1936, la nueva ejecutiva de la UGT de Huesca acuerda poner en marcha el reclutamiento de sus afiliados. “Fue siempre un sindicato muy combativo, capaz de recoger en su seno tanto sensibilidades republicanas (militantes sobre todo de IR), socialistas y comunistas”, señala Lafoz en referencia a FETE.
Los maestros de la zona republicana de Huesca, muchos de los cuales habían reabierto las escuelas tras el sangriento verano, secundaron el llamamiento: en noviembre se habían alistado 82, cifra que incluía varios profesores de instituto y otros trabajadores de la enseñanza, además de alguna maestra.
Hasta su salida hacia Boltaña el 14 de diciembre, compaginaban una media de entre cuatro y cinco horas diarias de instrucción con tareas relacionadas con su profesión. “Por la noche, los maestros acudían a la escuela de adultos para dar una charla científica que los alumnos pedían con un día de anticipación”, anota Lafoz.
La creación del batallón no fue la única aportación a la comunidad de FETE, que impulsó otro de génesis similar en Madrid y que participó en la puesta en marcha a nivel estatal de las Milicias de la Cultura para instruir a las tropas leales, en la zona republicana aragonesa, cuyos integrantes desarrollaron programas de alfabetización y de ayuda a niños, especialmente en el caso de los refugiados. Esa actividad se intensificó cuando, a comienzos de 1937, Manuel Latorre asume la cartera de Cultura del Consejo de Aragón.
La Bolsa de Bielsa y el regreso al frente del Ebro
La milicia ugetista salió de Barbastro como centuria para, poco después, con la militarización de las fuerzas leales, integrarse en la 130 Brigada Mixta del Ejército Republicano –luego adscrita la 43 División- junto con otros tres batallones populares con los que hasta entonces formaba la Agrupación Pirenaica: el Alto Aragón y el Cinco Villas, formados respectivamente por republicanos que lograron escapar de las zonas sublevadas del Pirineo y de la comarca zaragozana en los primeros días de la guerra, y el de Izquierda Republicana, con militantes de ese partido.
La puesta en marcha del batallón de la pluma de FETE, cuya gente en la retaguardia organizaba suscripciones y colectas para apoyarlo, generó curiosas muestras de solidaridad, como la recogida de fondos desde las escuelas de Huesca o el hecho de que, ante la llegada de una partida de lana a manos de la milicia, 35 talleres de confección escolares de la provincia se ofrecieran para tejer prendas de abrigo: había más mano de obra que materia prima.
El batallón, que perdió a varios de sus jefes, entre ellos Mompradé, en la toma de Biescas, en septiembre de 1937, se retiró hacia Francia con la 43 División en la Bolsa de Bielsa. La práctica totalidad de sus integrantes, como ocurrió con el grueso de la división, regresó luego a España por Girona para participar en la batalla del Ebro y, tras sufrir numerosas bajas en la sierra de Cavalls, participar en la retirada definitiva de las fuerzas republicanas por el Pirineo.
La milicia ilustrada sufrió dos tipos de infiltración. Su cuadro de mando acabó copado por miembros del PCE, un proceso que se explica por haber sido FETE-UGT el sindicato al que se afiliaban los maestros de Izquierda Republicana y pasar la militancia de este partido prácticamente en bloque al Partido Comunista tras –durante, más bien- la disolución manu militari del Consejo de Aragón en el verano de 1937.
Las tres guerras de Ángel Fuertes
Lafoz aporta, por otro lado, indicios de infiltración por los sublevados. El ataque de estos tras el que los maestros tuvieron que retirarse de Santa Orosia, una posición clave para atacar Jaca y controlar su paso ferroviario transpirenaico, se produjo en una de las escasas ocasiones en las que Mompradé se ausentó, por motivos de intendencia, del frente.
No fue un episodio aislado. “En el mando de la división había al menos dos infiltrados”, apunta. Uno de ellos huyó a zona sublevada poco después de que un comisario político salvara de fusilamiento a los cinco miembros del Cinco Villas que se habían negado a cumplir una misión prácticamente suicida ordenada por aquél.
Tras la retirada final, los integrantes del batallón se repartieron por varios países. México fue el destino principal. Otros permanecieron en Francia, como Ángel Fuertes, natural de Agüero y maestro en Liesa hasta el verano de 1936, que moriría doce años después en un tiroteo con la Guardia Civil en Morella (Castellón) con tres de sus hombres.
Era su tercera guerra: tras haber participado en la milicia oscense de FETE-UGT y luchado contra los nazis en la resistencia francesa con la AGE (Agrupación de Guerrilleros Españoles), se convirtió en comandante de la AGLA –Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón- del maquis al morir fusilado un año antes Vicente Galarza.
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