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Pepe Rubianes ya tiene calle en Barcelona. Lo pedían sus “viudas” –gente de mal vivir como el padre Manel, como Joan Lluís Bozzo, como Joan Manel Serrat–; lo pedían muchos vecinos de la Barceloneta, un barrio que quiso y en el que le quisieron; y lo reclamaba él mismo, que de tanto en tanto redactaba esquelas desde el más allá pidiendo un rincón en la ciudad, a ser posible cerca del mar. Y por fin ocurrió. Y fue una fiesta. La calle Pepe Rubianes llegó en plena primavera republicana, un precioso día de sol, con poesía, música, y un cariño desbordante.
Y llegó con polémica. Como no podía ser de otro modo, tratándose de Pepe. Y es que su nombre venía a desplazar al de Pascual Cervera y Topete, almirante de la armada española de finales del siglo XIX. A diferencia de Rubianes, hijo modesto de Vilagarcia de Arousa, el almirante Cervera tiene hoy más de 700 descendientes en todo el mundo. Todos agrupados en una asociación que, legítimamente, ha protestado por el cambio de nombre de la arteria.
Algunos bisnietos de Cervera han presentado una nutrida lista de virtudes de su antepasado. Que fue un militar culto, que fue un hombre “progresista”, nombrado ministro por Sagasta, que fue un “héroe” de la Guerra de Cuba, reconocido incluso por Fidel Castro (sic). También han lamentado que el Ayuntamiento ignorara estas virtudes y que en cambio hiciera suyos “los insultantes valores enquistados en la persona que va a sustituirle”.
La protesta, como la de cualquier vecino, es atendible. Pero exige un cierto contraste histórico. En realidad, son tres los hitos que marcan de manera decisiva la biografía de Cervera: haber participado en la represión del movimiento cantonalista gaditano, durante la I República, haber combatido a los republicanos anticolonialistas filipinos y cubanos, y haber desempeñado un dudoso papel como estratega en la batalla contra los Estados Unidos que acabó con el hundimiento de su escuadra.
Desde una perspectiva municipalista, la primera de estas actuaciones resulta especialmente dolorosa. El cantonalismo gaditano fue un movimiento republicano, federal, y muy municipalista. De hecho, estuvo encabezado por el entonces alcalde, Fermín Salvochea, insigne representante del republicanismo libertario andaluz. Salvochea –cuyo retrato preside el despacho del alcalde actual, José María González “Kichi”– fue el líder indiscutible del Cantón de Cádiz, y le tocó defender a sus conciudadanos de los bombardeos protagonizados, entre otros, por los marinos de Cervera, a quienes se acusaba de “tiranizar al pueblo, concluir con las libertades patrias y obtener ascensos y condecoraciones a costa de nuestra sangre”.
La calle Pepe Rubianes venía a desplazar la de Pascual Cervera
Estos reconocimientos, precisamente, llegarían luego, sobre todo por el papel del almirante en la lucha contra la causa anticolonialista filipina y cubana. En Cuba, la escuadra de la que formaba parte fue destrozada. Y aunque es cierto que sus fuerzas eran notablemente inferiores a las estadounidenses, se ha dicho que “fue incapaz de idear una estrategia militar coherente y estructurada”. En realidad, el almirante fue recibido como un “caballero” por los norteamericanos, pero no así en España, donde se le abrió un proceso por su fracaso (todo indica, dicho sea de paso, que el supuesto halago dirigido por Fidel Castro a Cervera fue más bien un calculado intercambio diplomático: durante la visita de un buque español a Cuba, Castro calificó al enemigo de los insurrectos republicanos de “héroe” y, a cambio, el educado capitán de la nave homenajeó al general independentista mambí, Antonio Maceo, y a los cubanos muertos en la lucha contra la metrópoli).
Pero más allá de todas estas consideraciones: ¿qué motivó que Cervera tuviera una calle en la Barceloneta? ¿Fueron simplemente su pasado militar cualidades como militar? Me declaro escéptico, y explico mis razones. El almirante consiguió su calle en la Barceloneta en 1942. No fue por casualidad ni fue una medida neutral. En realidad, él mismo tuvo que desplazar a otros del callejero, como el periodista y escritor republicano Alfredo Calderón, para hacerse un sitio. Y lo hizo con el visto bueno del entonces alcalde, el falangista e íntimo amigo de Francisco Franco, Miquel Mateu y Pla.
Ada Colau dijo que a Rubianes le hubiera gustado que se quitara el nombre de su calle a un "facha"
Pero ¿qué llevó al alcalde de camisa azul a comulgar con el nombre de Cervera? Arriesguemos una respuesta. El almirante Cervera murió en su Cádiz natal en 1909. Pero su nombre y gloria sobrevivieron en un crucero ligero autorizado en 1915 y botado en 1925. Las primeras incursiones del Crucero Cervera tampoco fueron pacíficas. En 1934, participó en el aplastamiento de los trabajadores que habían protagonizado la revolución asturiana. Luego, se dedicó a bombardear poblaciones costeras republicanas, como Gijón o Santander. Y más tarde, en 1937, participó, junto a los ejércitos italiano y alemán, en el que se considera el mayor crimen de guerra del franquismo: “La Desbandá”, un brutal ataque en Málaga contra refugiados llegados de toda Andalucía.
¿Y a qué viene todo esto? Pues que en la Barcelona de 1942, Almirante Cervera era algo más que el nombre de un militar de tiempos de la restauración. Era también el nombre de un buque que había servido para escarmentar a las tropas republicanas y a la población civil de muchas ciudades costeras de toda España. La Barceloneta también había sido bombardeada (uno de esos ataques, de hecho, destruyó la pionera Escola del Mar, destinada a niños con salud precaria a los que se recomendaba una educación al aire libre, junto al mar). No sorprendería, pues, que al falangista alcalde Mateu le hubiera parecido todo un mensaje aleccionador encumbrar a Cervera en aquel barrio de pescadores y gente humilde, previamente arrasado por el fascismo.
Cuando la alcaldesa Ada Colau dijo que a Rubianes le hubiera gustado que se quitara el nombre de su calle a un “facha”, no pretendía hacer un uso técnico o histórico de la expresión. Lo hacía, como ella misma había aclarado minutos antes, apelando a un tono coloquial, Rubianesco. Un registro en el que “facha” denota sencillamente a alguien poco presentable, retrógrado, reaccionario.
¿Fue Cervera y Topete un “facha” en este sentido figurado, Rubianesco? Es discutible. Pero desde luego no fue un dechado de virtudes democráticas o pacifistas. Y su encumbramiento al callejero de la Barceloneta fue una decisión deliberadamente adoptada por otros que sí eran, técnicamente, unos “fachas”. Bienvenido sea, pues, Pepe Rubianes. Que si algo necesita la Barcelona del hoy es un callejero dinámico, con menos señores de la guerra y más artistas como él: irreverentes, libres, y amantes de la vida, unos “valores incrustados” que sin duda habría que cultivar con más frecuencia.
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