Este artículo se publicó hace 9 años.
Los españoles que defendieron la URSS
El famoso contorno de la muralla del Kremlin apenas se vislumbraba en la densa oscuridad de noviembre de 1941, que parecía absorber hasta el paso de los soldados españoles. La cuarta compañía marchaba por la Plaza Roja.
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Muchos de ellos habían soñado con verla al menos desde hace tres años, también noviembre de 1936 cuando conocieron a los primeros soviéticos, vieron los chatos y los moscas, como llamaban en España los cazas I-15 e I-16, los tanques T-26 y BT-5.
Algunos ya habían estado aquí hace dos años, nada más llegar a la URSS. Entonces, inundada por multitudes, risa, color y alegría, la Plaza Roja les pareció mucho más pequeña de lo que imaginaban por las fotos y sus imágenes de cine. Ahora, cubierta por la nieve y la oscuridad, sumida en el silencio, se hacía inmensa. Parecía increíble que a contados kilómetros estuvieran las columnas acorazadas alemanas. Igual que hace cinco años en España, las avanzadas fascistas estaban a contados kilómetros del corazón de Rusia y la presencia de la unidad española en la Plaza Roja era prueba de la confianza que gozaban en la URSS los "españoles de Stalin".
Unos 700 españoles se alistaron voluntarios y combatieron contra los nazis en la URSS
Mientras Moscú se preparaba para los combates callejeros, las barricadas cortaban sus calles, obreros e ingenieros, profesores y estudiantes se alistaban en masa a las milicias urbanas, los españoles ocupaban posiciones casi al pie de las murallas del Kremlin. No fue fácil conseguirlo. Las leyes soviéticas prohibían el alistamiento de extranjeros en el Ejército Rojo, por lo que la mayoría de los españoles combatieron en unidades especiales destinadas a actuar en la retaguardia alemana, como la Brigada de Misiones Especiales OSMON cuya cuarta compañía estaba formada por los españoles.
Entre ellos estaba mi abuelo. Años después, yo le pedía contarme “sobre la guerra” y él empezaba: “cuando estábamos en las ‘akopas’”, españolizando la palabra rusa "okop" (trinchera). Cuesta imaginar lo que sentían aquellos españoles, que apenas chapurreaban unas cuantas palabras y a los que incluso años después era difícil entender en ruso, cuando se tiraban en paracaídas en la retaguardia enemiga.
Allí, casi igual de peligrosos como los alemanes eran para ellos los habitantes locales, que los tomaban por rumanos o italianos disfrazados de partisanos.
De casi 3.000 emigrantes españoles, en su abrumadora mayoría “niños de la guerra” evacuados durante la Guerra Civil en España, prácticamente todos los hombres adultos y o pocas mujeres, en total unas 700 personas, se alistaron voluntarios y combatieron contra los nazis en la URSS, Polonia, Checoslovaquia, Rumanía y Hungría, Austria y Alemania.
La consigna de “¡No pasarán!”, que proclamada la "Pasionaria", sonaba en las trincheras soviéticas junto a Moscú
Más de 200 perdieron la vida. La cifra sigue siendo inexacta, oscila entre los 207 y los 283 muertos en acciones de guerra, de los cuales unos 75 eran “niños de la guerra”.
Pocos eran aquellos españoles que llevaban la estrella roja, pero sus hazañas se alzan petrificadas en los monumentos erigidos sobre sus tumbas en las estepas de Rusia, los bosques de Bielorrusia, las laderas del Cáucaso y Crimea y las orillas del Volga convertidas en leyendas. Más de 600 españoles fueron condecorados con diferentes medallas: "Por la defensa de Moscú", "Por la defensa de Leningrado", "Por la liberación de Varsovia", "Por la liberación de Praga", "Por la toma de Berlín"; más de 70 fueron condecorados con las órdenes: "Bandera Roja", "Estrella Roja" y "Gran Guerra Patria"; tres fueron destacados con las máximas condecoraciones de la URSS: dos con la Orden de Lenin y uno con la Estrella "Héroe de la Unión Soviética".
En la antigua Stalingrado, a escasos metros del Volga que los alemanes no llegaron a alcanzar, está la tumba del capitán Rubén Ruiz Ibarruri, héroe de la Unión Soviética. Dos combates le cubrieron de gloria. Cerca de Borísov, al frente de un pelotón de ametralladoras, el teniente Ruiz contuvo el avance de fuerzas alemanas muy superiores hasta perder la última ametralladora y luego sólo con granadas y pistolas lanzó un contraataque que desorientó a los nazis e hizo posible la llegada de refuerzos.
Meses después, en Stalingrado, tomó el mando de un batallón y poco antes de morir consiguió detener el avance de una división acorazada alemana. La consigna de “¡No pasarán!”, proclamada en Madrid por su madre, Dolores Ibárruri, la "Pasionaria", sonaba en las trincheras soviéticas junto a Moscú, Stalingrado, Kursk, en cada ofensiva nazi.
También en tierra retomaron la batalla contra el fascismo los pilotos republicanos exiliados en la URSS, pero en 1942 uno de ellos, Juan Bravo, se encontró por casualidad en Moscú con el general Alexándr Osipenko, jefe de la defensa antiaérea soviética que le conocía desde la Guerra Civil Española. Fue así como más de 70 españoles lograron combatir en los cielos de la URSS. Por el número de aviones derribados los nombres de varios quedaron grabados en la lista de los hombres destacados de la Segunda Guerra Mundial. Prueba de ello es el hecho de que en la escuadrilla de cinco cazas que escoltó el avión de Stalin a la conferencia cumbre de los aliados en Teherán, tres eran pilotados por españoles, y la encabezaba el para entonces coronel Juan Bravo.
El aporte español a la Gran Guerra Patria ha contribuido a auténticas leyendas. Una, recogida por el diario Novorossiyski Rabochi, cuenta que fue un comando español el que trajo de la retaguardia alemana un cuaderno lleno de cálculos matemáticos y fórmulas físicas, que sirvió al gran físico soviético Abraham Yoffe para convencer a Stalin de la urgencia de iniciar el desarrollo de la bomba atómica.
Otra sostiene la existencia de un plan para eliminar a Hitler que debía cumplir un comando de combatientes españoles, disfrazados de oficiales de la División Azul. Aunque aquel plan no llegó a cumplirse, la leyenda sigue viva y resurge cada vez que alguien se acuerda de las operaciones especiales y los planes de eliminar al Führer.
España es el único país que tiene el honor de contar con un monumento propio en el Parque de la Victoria de Moscú, prueba del respeto y gratitud que sienten en Rusia por aquel puñado de antifascistas españoles que hombro a hombro con sus camaradas soviéticos combatieron por la libertad. Muy cerca, una enorme bayoneta se alza sobre Moscú desde la histórica colina Poklónnaya, junto a ella, yace un dragón con la cruz gamada yace destrozado a los pies de San Jorge y a sus pies 1.418 fuentes de agua que la iluminación parece convertir en sangre recuerda los 1.418 días que duró aquella gran contienda.
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