*Codirector del Centro para la Investigación Económica y Política en Washington DC y presidente de Just Foreign Policy
La campaña electoral para las elecciones presidenciales de Venezuela del próximo 6 de diciembre tan solo dura tres semanas, aunque en los Estados Unidos ya empezó hace seis meses, con las filtraciones anónimas infundadas de las autoridades estadounidenses. Estos alegatos sostenían que las autoridades de Venezuela dirigían el narcotráfico.
Dos sobrinos de la primera dama de Venezuela, Cilia Flores, fueron arrestados y llevados (sin extraditar) a los EEUU después de haber sido atraídos por agentes de la DEA a Haití. Recientemente, un político de la oposición fue asesinado por un disparo. El secretario general de la OEA (Organización de los Estados Americanos), Luis Almagro, acudió a Washington para resolver el asesinato del político. Un día después, las pruebas apuntaban a que la víctima era, probablemente, miembro de una banda y que había sido asesinado por otra banda contraria.
Para comprender la estrategia del gobierno norteamericano y de sus aliados —incluidos, Almagro y el ya presidente electo de Argentina—, deberíamos ver lo que ocurrió en las elecciones presidenciales venezolanas de hace dos años.
En 2013, el presidente Maduro superó a Capriles por un 1.5% de los votos, por lo que no existía duda alguna sobre este resultado. Dadas las amplias salvaguardas establecidas en el proceso de votación —una auditoría inmediata con testigos de una muestra elegidos al azar en el 54 % de las mesas de votación—, el antiguo presidente estadounidense y experto en elecciones, Jimmy Carter, calificó el sistema electoral de Venezuela como "el mejor del mundo".
Pero la oposición venezolana, y no es la primera vez, no aceptó los resultados y alegó que se había cometido un fraude, manifestándose en las calles de forma violenta. Dadas las circunstancias, el Gobierno de EEUU, casi sin otros aliados, respaldó a la oposición y rechazó los resultados.
Los gobiernos latinoamericanos intervinieron y presionaron públicamente a Washington
El escenario ya estaba listo para un conflicto, aunque los gobiernos latinoamericanos intervinieron y presionaron públicamente a Washington para que se uniera al resto del mundo y aceptara dichos resultados.
Teniendo en cuenta todo esto, se pueden dar cuenta de lo que está sucediendo e incluso se podría predecir lo que pasará tras las elecciones. A día de hoy, los medios internacionales y de los EEUU informan en la mayoría de las encuestas realizadas de que la oposición de Venezuela ganaría al Gobierno de Maduro por un margen considerable. Pero estas encuestas no reflejan quién accederá a la Presidencia ni por cuánto lo hará —el margen de victoria es muy importante porque, por ejemplo, una mayoría de dos tercios le otorgaría mucho más poder a la legislatura—.
El Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) tiene varios millones de afiliados y ha demostrado durante años la capacidad de movilización de sus votantes. La oposición, en cambio, no tiene una organización o campaña que se pueda comparar al PSUV para unas elecciones presidenciales.
En segundo lugar, los estados poco poblados —en su mayoría rurales—, tienen una mayor representación por votante que los más poblados. En EEUU, por ejemplo, las 568 000 personas que viven en Wyoming pueden obtener el mismo número de senadores que 37 millones de californianos. Así pues, si tenemos en cuenta que en Venezuela solo existe una cámara legislativa, este desproporcionado poder de los estados más pequeños no es tan grande como en el sistema de EEUU. Aun así, en Venezuela tiende a inclinarse a favor de los chavistas.
La oposición tomará las calles
Gane o pierda, es muy poco probable que la oposición obtenga tan buenos resultados como los que indican las encuestas nacionales. Por lo que, la oposición reclamará un supuesto fraude.
Si sirven de guía los últimos 14 años de tremendos esfuerzos extrajudiciales —con el apoyo de Washington—, para derrocar el gobierno, el rechazo de los resultados de las elecciones podría tomar un cariz violento. Recientemente, Miguel Henrique Otero, director de El Nacional —el principal periódico de la oposición venezolana—, ha declarado que la oposición tomará las calles si no le gusta los resultados.
El Congreso de los EEUU, la administración de Obama, las ONGs aliadas y también Almagro, han demandado que se permita que la OEA realice el seguimiento de las elecciones de Venezuela. Aunque, después de lo que ha hecho en repetidamente en Haití — con la anulación de los resultados de las elecciones presidenciales de 2011 sin un recuento ni una prueba estadística—, está claro que los seguimientos de esta organización no pueden considerarse neutrales.
Presión política
La actual campaña de Washington está centrada en los medios latinoamericanos y del hemisferio sur para poder incrementar la presión política sobre aquellos gobiernos que en 2013 avergonzaron públicamente a país al aceptar los resultados de las elecciones democráticas.
Durante esta semana ha habido actos de campaña internacionales, se han escrito editoriales en periódicos de tirada internacional, audiencias en el senado...que continuarán tras los comicios. No obstante, es bastante perjudicial que todos estos actores extranjeros hagan campaña en las elecciones de otro país, ya que al intentar deslegitimizar (sin evidencia de un posible fraude) los resultados de las elecciones, están promoviendo la inestabilidad y, posiblemente, la violencia.
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