Este artículo se publicó hace 9 años.
La yihad en París, Beirut y el Sinaí
En los últimos días el terrorismo se ha cebado en París, Beirut y el Sinaí. En los tres casos los ataques se los ha atribuido el Estado Islámico. Sus yihadistas operan en todo planeta y deben ser perseguidos, pero Europa debe evitar el castigo al conjunto de la población musulmana.
Eugenio García Gascón
JERUSALÉN – La conmoción que han causado los últimos atentados terroristas no debería impedir ver que quienes más están sufriendo las consecuencias del yihadismo son los propios musulmanes, tanto en Europa como en sus países de origen, principalmente donde funcionan sus redes.
El Estado Islámico se ha atribuido, además de las carnicerías de París, lo ocurrido en Líbano esta semana, donde murieron 44 personas en dos explosiones suicidas en el corazón de la Dahiya, el barrio chií del sur de Beirut; lo ocurrido en hace solo unos días en el Sinaí, donde perecieron más de 200 turistas en el atentado contra un avión ruso; o lo ocurrido recientemente en los bombardeos sobre la ciudad siria de Lataquia.
Todos estos ataques llevan la firma del Estado Islámico, la organización yihadista que trata de consolidarse en Irak y Siria, los dos países que en mayor medida están sufriendo las consecuencias de sus actividades insurgentes y terroristas, donde han muerto centenares de millares de civiles y donde hay millones de refugiados y desplazados.
La doctrina yihadista en boga considera que los musulmanes tienen dos enemigos, uno cercano y otro lejano. El primero lo constituyen los gobiernos de los propios países musulmanes que impiden la aplicación de la sharia, mientras que el segundo son los países occidentales que prestan asistencia militar a los corruptos regímenes del mundo musulmán.
Lo que sucede ahora es que el enemigo lejano ha ido con sus aviones de guerra a la denominada Casa del Islam para participar en el combate contra el islam, como lo demostraría la presencia de los ejércitos occidentales en Irak y Siria, incluido el ejército de Francia.
En esta situación no hay inocentes. Los jóvenes que ayer por la noche asistían al concierto en la conocida sala Bataclan de París para escuchar a un conjunto musical americano, no son inocentes sino responsables de que los aviones franceses estén bombardeando posiciones del Estado Islámico en Siria, puesto que contribuyen con su dinero al presupuesto de Defensa como cualquier otro ciudadano francés.
La doctrina yihadista sostiene que incluso los musulmanes que no forman parte de esta corriente están contribuyendo a la lucha contra el islam e impiden la aplicación de la sharia en el mundo musulmán. Quienes así actúan no son en realidad musulmanes, como ellos pretenden, y por lo tanto deben o pueden ser eliminados en el combate.
A los grupos que defienden esta posición se les denomina “takfiris”, que significa que se atribuyen la potestad de decidir quién es musulmán y quién no lo es, y desde luego en esta última categoría entran todos aquellos que se consideran musulmanes pero en realidad no lo son puesto que no hacen nada para que se aplique la sharia.
Un concepto coránico de suma importancia es el de “fitna”, con el que los musulmanes se refieren a las disensiones internas que experimentó el islam en sus primeros años y que fueron trágicas para la religión de Mahoma una vez que el profeta había desaparecido. Los grupos “yihadistas” no tienen miedo a esas disensiones e incluso las provocan y alimentan creyendo que al final ellos serán quienes venzan puesto que están del lado de Dios.
Entre sus enemigos más acérrimos están los que ellos califican de heterodoxos, entre los cuales el chiismo ocupa un lugar preferente. El odio que muchos suníes sienten hacia los chiíes es incluso superior al que sienten por los occidentales o por los heterodoxos suníes, y este odio se alimenta a menudo desde la infancia, especialmente en los países suníes de Oriente Próximo, con Arabia Saudí a la cabeza.
En Europa los yihadistas apenas constituyen una pequeña fracción del conjunto de los musulmanes. Desde luego, son los más peligrosos y dañinos, pero sería injusto atribuir a todos los musulmanes europeos una actitud que solo poseen unos cuantos. Cuando esto se hace se cae en la injusticia y en la islamofobia, algo que desgraciadamente sucede con frecuencia.
El viernes Vladimir Putin se quejó de algo que no debería ocurrir. El presidente ruso lamentó que Estados Unidos y sus aliados no compartan la información que poseen sobre el terrorismo en Siria, es decir la información sobre grupos terroristas que son enemigos tanto de Estados Unidos como de Rusia en la guerra contra el yihadismo.
Es sabido que las organizaciones yihadistas están bastante vigiladas por los servicios secretos occidentales. Muchos sospechan que esos grupos también están infiltrados por los servicios secretos occidentales, y que a menudo no es posible saber de dónde salen las órdenes para los ataques y atentados.
La queja de Putin puede interpretarse en ese sentido. Los ejemplos abundan. Baste recordar el caso de uno de los grupos terroristas palestinos más terribles, el de Abu Nidal, que jamás cometió ningún ataque contra Israel y en cambio sí que mató a un montón de líderes palestinos. Existe un libro escrito por Patrick Seale, un periodista británico especializado en Oriente Próximo, que analiza justamente el extraño y sospechoso comportamiento del grupo de Abu Nidal.
Esta circunstancia exige que los países occidentales se comporten inequívocamente en la lucha contra el terrorismo y que sus servicios secretos sean todo lo transparente que permitan las circunstancias, algo que lamentablemente no ocurre en nuestros días.
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