Este artículo se publicó hace 9 años.
La opulenta Canadá también se busca las venas
Habitual en las listas de las mejores ciudades del mundo, Vancouver tenía, hasta hace poco, la tasa más alta de infecciones de VIH de los países del norte. El barrio de East Hastings es la zona con más drogodependientes.Tres proyectos intentan cambiar las estadísticas a pesar del freno impuesto por el Gobierno canadiense.
VANCOUVER.- Son todo lo que la sociedad canadiense no quiere ver: pobreza, mugre, drogas, exclusión y harapos. Todo lo relativo al imaginario junkie cobra vida en East Hastings, un tramo de Hastings Street, en el corazón de Vancouver, en Canadá. Calle histórica, odiada y temida, nicho de todo lo que nadie quiere ser, de lo que nadie quiere oír, lo indigno, lo último.
Autobuses turísticos hacen su ruta por esta calle, infestada de jeringuillas. Algunos turistas hacen fotos a los drogodependientes, algunos enfermos mentales, que inundan las aceras. La miseria se convierte en circo, una vez más.
Habitual en las listas de las mejores ciudades del mundo, por sus infraestructuras, clima, zonas verdes, vida cultural, conciencia cooperativa y demás indicativos, Vancouver no escapa de su propia hipocresía. Sin embargo, en el agujero negro que supone para muchos East Hastings, la esperanza ilumina el rostro de los que algún día lo perdieron todo.
Sheree McKay tiene unos cuarenta años. Trabaja cabizbaja y evitando distracciones. Bata blanca y gorro de malla, disemina cuidadosamente granos de cacao. Sus manos, ennegrecidas por el producto, no se detienen, pacientes, ágiles. “Empecé a trabajar aquí hace 11 meses, no tenía experiencia de nada… Durante tres años viví en la calle, era drogodependiente. Ahora trabajo 12 horas a la semana, estoy ocupada y gano dinero”, dice sin dejar de menudear los granos de cacao. Shelly vive en el Hotel Rainier, pero está pensando en mudarse para empezar una nueva vida lejos de Hastings Street. “Quiero volver a la escuela, me gusta trabajar aquí pero creo que ha llegado el momento…”.
Tras los muros de East Van Roasters, una chocolatería en el corazón de Hastings, se esconden más historias como las de Shelly, todas diferentes, todas parecidas. Esta iniciativa vio la luz el año pasado. Un proyecto: un programa de reinserción de mujeres drogodependientes; y una misiva: producir el mejor chocolate de todo Vancouver.
Una chocolatería en el corazón del barrio desarrolla un programa de reinserción de mujeres drogodependientes
Trabajan con granos de café y cacao procedentes de la agricultura ecológica y el comercio justo. “Intentamos dar flexibilidad a las chicas, no olvidamos que son mujeres con muchos años de adicción que se están recuperando”, asegura Shelley Bolton, manager de East Van Roasters.
El proyecto va ligado al nombre de toda una institución en la zona, el Hotel Rainier, un edificio de tres plantas que acoge a mujeres de la calle y les proporciona programas de desintoxicación y de reinserción.
Nicole Wheelhouse, una de las responsables del proyecto, explica el funcionamiento del programa: “Nos centramos en los objetivos de las mujeres y en la reconstrucción de la confianza en sí mismas. Todo aquí funciona democráticamente: el repartimiento de tareas, la programación de los talleres, los horarios… No se obliga a nadie a nada, solo hay una reunión a la que todas las mujeres deben asistir, la de los lunes”. Wheelhouse confiesa que el edificio no está limpio de drogas. “Sabemos que hay mujeres que aún consumen, pero preferimos que lo hagan aquí. No somos policías, así que no se castiga el consumo, sino que se trabaja paso a paso desde diferentes ámbitos”.
El proyecto acoge a prostitutas, mujeres embarazadas sin ingresos, mujeres abusadas, drogodependientes, sintecho o mujeres con enfermedades mentales. “Normalmente se levantan a las 09.00, aunque no es obligatorio. Durante el día pueden hacer yoga, manualidades, reciclaje, talleres de gestión de los sentimientos, escritura creativa etc. Son actividades que les permiten desarrollar sus habilidades, mejorar su salud y relacionarse con otras mujeres que han pasado por lo mismo que ellas”.
Una recuperación ejemplar es la de Paula Armstrong que, tras una década de adicciones ha conseguido volver a empezar. “Ahora juego al fútbol, gracias al deporte me he recuperado físicamente, ¡y también he vuelto a tocar el piano!", dice sonriente. Armstrong asegura que el Hotel Rainier le ha salvado la vida: “De no ser por todo esto —señala los altos techos del edificio— ya estaría muerta”.
Tanto East Van Roasters como el Hotel Rainier operan bajo el paraguas de la Portland Hotel Society, una asociación sin ánimo de lucro que desde 1993 trabaja con la comunidad de East Hastings para proporcionar alojamiento, acceso a servicios socio-sanitarios o reinserción laboral, entre otros. Uno de sus grandes logros ha sido la creación del Insite, el primer centro de inyección supervisada de Norte América.
Hasta hace 15 años, Vancouver era la ciudad con la tasa de infección de VIH más elevada de los países del norte (con un 40% de drogodependientes viviendo con el virus). El proyecto tomó vida en 2003 y actualmente se ha convertido en un ejemplo seguido por otras iniciativas similares alrededor del mundo. Aproximadamente 800 personas, todas ellas drogodependientes, visitan el Insite cada día.
El centro, equipado con 12 cabinas esterilizadas, abre a las diez de la mañana y cierra a las cuatro. A pesar de que el gobierno del conservador Harper está intentando, por todos los medios, cerrar el centro, los buenos resultados del proyecto y el apoyo de la sociedad civil se lo están poniendo difícil. Tampoco la Corte Suprema está del lado de la política: en septiembre de 2011, hubo un fallo a favor de mantener el Insite abierto, en contra de los deseos de la cúpula política canadiense.
Uno de los grandes logros de la Portland Hotel Society ha sido la creación del Insite, el primer centro de inyección supervisada para drogadictos
A las ocho ya hay una larga fila de personas esperando. Antes de abrir sus puertas a los drogodependientes, el Insite organiza visitas guiadas en sus instalaciones para otras organizaciones, grupos universitarios, equipos de investigación, periodistas y todo aquél que tenga interés en el proyecto. El problema de la droga se aborda desde muchos ámbitos distintos: en la planta baja están las cabinas de inyección, en el segundo piso las salas de desintoxicación y en el tercero, las oficinas de reinserción.
“Los usuarios del Insite suelen emplear entre 5 y 10 minutos para inyectarse la droga, por eso acogemos a tantas personas a lo largo del día”, dice uno de los responsables. El centro opera bajo una excepción en las leyes federales, así que la policía no puede entrar en el edificio. El Insite está abierto a todo el que lo desee y el anonimato está garantizado. Dentro, enfermero/as, trabajadores/as sociales y psicólogos/as trabajan para mejorar las condiciones de salud de una comunidad que, fuera de esas paredes, vive marginada.
Huele a alcohol, a lejía, a limpio; mucha luz y grandes espejos, sillas cómodas y tocadores. “Es importante tener luz para que los adictos/as se puedan encontrar las venas. Si no lo consiguen, nuestros enfermeros/as les ayudan”, asegura una de las trabajadoras.
Los espejos juegan un papel fundamental: es importante que los usuarios tomen conciencia de lo que la droga les está haciendo. En muchas ocasiones, estas personas no tienen acceso a espejos, por lo que pierden la noción de los estragos que la droga causa en su aspecto físico. Al entrar al Insite y verse reflejados, muchos se dan cuenta de la dimensión del problema, lo cual puede conducir a un cambio de conducta y un interés en la rehabilitación. Además, también son útiles para el personal que trabaja en el centro, ya que pueden monitorear la reacción de le las drogas inyectadas.
Tres son los objetivos del Insite: en primer lugar, ofrecer un espacio para los dependientes y evitar que consuman en la calle, en segundo lugar, proporcionarles material esterilizado (cucharillas, jeringuillas) y facilitarles el consumo (por ejemplo, les dan vitamina C para disolver el crack y la cocaína y así evitan los hongos que puede causar el uso de vinagre o la limonada) y en último lugar, ofrecer atención médica en caso de sobredosis.
Las cifras hablan por sí solas: el Insite ha conseguido reducir la tasa de muerte por sobredosis considerablemente durante los últimos años. El doctor Barrios, director asistente del Centro de Excelencia en VIH/sida de British Columbia y vinculado con los Servicios de Salud Comunitaria de Vancouver y la Vancouver Coastal Health lo tiene claro: “No sólo se han reducido el número de sobredosis, sino que también han disminuido las infecciones asociadas a las inyecciones intravenosas, abscesos y endocarditis y se ha contribuido a la reducción de las nuevas infecciones de Hepatitis C y del VIH”.
Desde el punto de vista científico, el Insite ha probado ser una intervención efectiva para el individuo, los sistemas de salud y la comunidad ya que “han disminuido las visitas a emergencias y la hospitalización y se ha contribuido a la disminución del desorden público y la basura relacionada con las inyecciones”, asegura Barrios, quien critica la postura política del gobierno canadiense: “El mayor riesgo son algunas tendencias políticas, que aún perciben estos programas como un mecanismo para perpetuar las drogas ilegales. En realidad, estas iniciativas se enfocan a ayudar al individuo a mantenerse saludable hasta que están listos para desistir del uso de las drogas”.
El Centro de Excelencia en VIH/sida de British Columbia está a la vanguardia de la innovación en la lucha contra el VIH/sida y su participación ha sido clave para la evaluación científica del Insite. Los datos y testimonios presentados por esta entidad fueron clave en la defensa del Insite en la Corte Suprema cuando el gobierno federal trató de eliminar el permiso especial del centro para operar.
Tanto East Van Rosters como el Hotel Rainier o el Centro de Inyección Supervisada Insite son iniciativas que están permitiendo a los drogodependientes de Vancouver tener alternativas, vivir mejor, con o sin sus adicciones. Allí se les trata como personas y se les proporciona una dignidad que muchos piensan que no les pertenece, devolviéndoles ese pedacito de vida que en algún momento perdieron.
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