MOSCÚ.- No hubo sorpresas y nadie las esperaba. Aleksandr Lukashenko (Kopys, 1954) se impuso en los comicios presidenciales de Bielorrusia. La presidenta de la Comisión Electoral, Lidia Yermoshina, informaba el lunes de los resultados: con una participación oficial del 87%, Lukashenko obtuvo el 83,49% de los votos, sus mejores resultados hasta la fecha; Tatiana Korotkévich, del Partido Socialdemócrata de Bielorrusia, el 4,42%; Serguéi Gaidukévich, del Partido Liberal Democrático (pese a su nombre, una formación de derecha populista), el 3,32%; y Nikolái Ulajóvich, del Partido Patriótico Bielorruso (nacionalismo bielorruso), el 1,67%. Con todo, quien más se acercó a Lukashenko fue “el voto contra todos”, una opción que contemplan las papeletas bielorrusas y que consiguió el 6,7% de los votos.
Si las elecciones en Bielorrusia fueron rutinarias, no lo fueron menos las protestas contra las mismas. Los periodistas occidentales y los observadores de la Organización para la Cooperación y la Seguridad en Europa (OSCE) condenaron el proceso electoral, mientras que los políticos de la oposición recientemente amnistiados llamaron al boicot y denunciaron a los candidatos que se presentaron como hombres de paja a los que el Gobierno permite concurrir a las elecciones con el fin de legitimar los resultados. A diferencia de los últimos comicios, la marcha de protesta de la oposición ─en la que ondeaba junto a la bandera de la UE la tricolor utilizada por la República Popular de Bielorrusia (1918-1919), en la Bielorrusia de la ocupación alemana (1941-1944) y durante la moderna República de Bielorrusia hasta 1995─ transcurrió sin incidentes.
A pesar de haber seguido a grandes rasgos un guión predecible, estas elecciones en Bielorrusia no han sido carentes de interés. El presidente bielorruso amnistió a seis prisioneros políticos antes de su celebración con la esperanza de que la Unión Europea levante las sanciones que pesan contra el país y lastran su economía, una decisión que Bruselas tomará el próximo 31 de octubre y que según fuentes comunitarias al periódico británico The Guardian podría tomarse si no se registran episodios de violencia tras los comicios. “Todo depende de Occidente”, declaró Lukashenko en rueda de prensa poco después de conocerse los resultados de las encuestas a pie de urna.
En este sentido, Bielorrusia se ha ofrecido como mediador del conflicto en Ucrania a la vez que se ha distanciado de la decisión de Rusia de construir una base aérea en su país. "¿Tal vez (los rusos) estén preocupados de que nosotros demos realmente un giro a Occidente?", se preguntaba hace una semana Lukashenko. Algunos analistas observaron en su momento que el presidente bielorruso vio con recelo el desarrollo y desenlace de la crisis en Crimea ante la posibilidad de que una desestabilización en su país pudiese conducir a una eventual intervención rusa. A pesar de todo eso, Bielorrusia sigue siendo “un país hermano” de Rusia, insistió Lukashenko en la rueda de prensa. No se trata desde luego del primer roce entre Bielorrusia y Rusia ─en enero de 2007 libraron una breve “guerra del gas” cuando Minsk se negó a aceptar el cambio en el precio del gas que Gazprom le suministra─, que forman una unión de Estados gracias a la cual sus ciudadanos pueden viajar libremente y establecerse en ambos países. Esta unión es en buena medida la expresión de los numerosos vínculos entre ambos en el terreno militar ─realizan maniobras y ejercicios militares conjuntos con regularidad desde hace años─ y económico.
En este último rubro, Bielorrusia se ha visto afectada y beneficiada a partes iguales por el pulso que su vecino mantiene con la Unión Europea por Ucrania. Afectada porque Rusia ─donde las sanciones económicas y la caída del precio del crudo han hecho mella─ arrastra consigo a la economía bielorrusa, ya de por sí lastrada por las sanciones occidentales, que repercuten en sus infraestructuras y capacidad de inversión. Beneficiada porque el Gobierno de Lukashenko no se sumó al veto a los productos agrícolas y lácteos procedentes de la UE y se ha convertido, así, en un país intermediario donde los productos procedentes de los países sancionados se etiquetan como “producidos en Bielorrusia” para sortear los controles aduaneros y llegar hasta su destino final en Rusia.
Incluso si Bielorrusia se ha ofrecido como lugar de encuentro entre los representantes de la UE, Rusia y Ucrania, Lukashenko fue tajante en su día: “aquí no habrá ningún Maidán”. No cabe descartar que el espectro de una revolución de color y sus resultados hayan condicionado el voto de muchos bielorrusos estas elecciones, llevándolos a votar a favor de Lukashenko. Según Belarus 1, el canal de televisión público, unos 200 ucranianos intentaron cruzar la frontera con armas la noche del sábado, pero fueron incapaces de explicar satisfactoriamente el propósito de su viaje, por lo que fueron expulsados por la policía fronteriza. Aún no considerando como ciertas estas informaciones, demuestran el impacto psicológico que los hechos en Ucrania han tenido en los países vecinos, provocando entre amplios sectores de su población un “efecto barricada”.
Occidente y Lukashenko
Si las elecciones y las declaraciones de condena inmediatamente posteriores suenan a déjà vu, más lo hacen los artículos de la prensa europea dedicados a Bielorrusia y su presidente. Una de las expresiones más repetidas estos días para describir a Lukashenko es la de “el último dictador de Europa”. Sin embargo, pocos periodistas recuerdan que el término fue acuñado por la secretaria de Estado de EEUU Condolezza Rice en 2005 como parte de su discurso sobre “el eje del mal” y “los puestos avanzados de la tiranía” (outposts of tiranny). En consecuencia, puede afirmarse que la expresión ha sido interiorizada por los periodistas occidentales, que asumen así el discurso de la Administración estadounidense, y lo difunden.
“Como presidente, Lukashenko no ha sido ni mejor ni peor que otros”, escribe el sociólogo ruso Borís Kagarlitsky. “Comparado con los líderes de Kazajistán, Georgia o Uzbekistán ─continúa─ incluso podría haber sido considerado un demócrata, pero para su desgracia, sin embargo, se atrevió a desafiar la voluntad del Fondo Monetario Internacional (FMI), rechazando sus recetas económicas y negándose a privatizar la industria”. “Peor aún, también rechazó entrar en una alianza geopolítica con Occidente, intentando resucitar los vínculos de su república con las antiguas 'repúblicas fraternas' de la URSS”, añade Kagarlitsky, que compara a Lukashenko con el entonces presidente ruso, Borís Yeltsin. “Como Yeltsin, Lukashenko disolvió un parlamento que no le convenía y volvió a redactar la constitución: en Occidente esta medida fue recibida con una indignación tan unánime y vehemente como el apoyo que tuvo Yeltsin cuando hizo exactamente lo mismo”, recuerda.
Este breve texto de Kagarlitsky, escrito hace más de diez años, resume el principal motivo de desencuentro entre Occidente y Lukashenko, y el que casi nunca se menciona, a saber, que éste tiene que ver con su política económica mucho más que con su política de libertades individuales, su presidencialismo autoritario con tintes de paternalismo eslavo ─sus partidarios le llaman vatska (“padrecito”)─ o su nostalgia por el Sovok (pasado soviético) ─Lukashenko fue el único diputado que votó en el parlamento bielorruso contra la disolución de la URSS y en 1995 convocó un referendo para recuperar la bandera y el escudo soviéticos (sin la hoz y el martillo) como símbolos nacionales─.
En su posición geográfica, como bisagra entre Rusia y Occidente, el nacionalismo económico bielorruso ─el cual, pese a todo, ha conseguido mantener ciertos niveles de bienestar para la población (medidos éstos con respecto a otras ex repúblicas soviéticas) y un desempleo bajo─ se convierte además en un serio obstáculo para que Occidente acceda a una posición de ventaja con respecto al Kremlin. Aunque es una obviedad, parece que hay que insistir en ello: los representantes de la UE se sientan a la mesa con jefes de Estado y de gobierno de sistemas políticos mucho más cuestionables que el de Bielorrusia sin que las oficinas de prensa ni las redacciones de los medios de comunicación expresen la misma indignación, si alguna. Poco más se puede decir de estas elecciones en Bielorrusia, salvo que con toda probabilidad, dentro de cinco años, comenzará la misma rutina, las mismas condenas y los mismos artículos.
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