El nuevo presidente de EEUU heredará un panorama exterior convulso, marcado por Ucrania, Oriente Medio y China
EEUU afronta estas elecciones enfangado en Ucrania, alimentando con armas las masacres israelíes en Gaza y Líbano, y abocado a un imparable choque con China.
Madrid--Actualizado a
La candidata demócrata a los comicios presidenciales de Estados Unidos, la actual vicepresidenta, Kamala Harris, y el postulante republicano, el expresidente Donald Trump, acuden este martes a las urnas con la seguridad de que el vencedor heredará una política exterior enmarañada e incierta, con dos guerras, en Ucrania y Oriente Medio, que amenazan expandirse y con un rival, China, que gana terreno en Asia y el Pacífico en detrimento estadounidense, y con el que la confrontación parece inevitable.
Al contrario que ocurre en otros ámbitos geográficos y geopolíticos, la política exterior no es tan diferente en su esencia entre los demócratas y republicanos estadunidenses. A lo largo de la historia de este país, tanto unos como otros han hecho de la guerra o del apoyo a regímenes autoritarios en el exterior su bandera para expandir internacionalmente el peso de EEUU y defender a cualquier precio sus intereses.
Ahora, las circunstancias que afrontará el próximo presidente estadounidense son muy distintas a aquellas que afrontó el aún inquilino de la Casa Blanca, Joe Biden, en enero de 2021, cuando asumió su mandato. El 24 de febrero de 2022 Rusia invadió Ucrania y cambió todos los paradigmas de la seguridad en Europa; el 7 de octubre de 2023 Hamás atacó Israel y en respuesta Tel Aviv redujo a escombros y masacró Gaza, y el 1 de octubre los israelíes invadieron el Líbano.
La herencia sionista de Biden
En ambos casos, EEUU mostró su diáfana posición: es el país que más recursos ha dedicado a armar a Ucrania y ha apoyado sin paliativos el derecho de Israel a defenderse, aunque ello haya derivado en un genocidio en Gaza, con el asesinato de más de 43.000 palestinos y 100.000 heridos por un ejército pertrechado por Washington.
La invasión del Líbano para acabar con Hizbulá, el grupo proiraní enemigo jurado de Israel, ha dejado 2.800 víctimas mortales y está convirtiendo a ese país en un estado fallido que tendrá presencia israelí en su frontera meridional durante mucho tiempo. Y de nuevo, la Casa Blanca se alineó con la estrategia de tierra quemada del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu.
En el caso libanés, la Administración Biden cerró filas con Israel para defender su prerrogativa de acabar con Hizbulá de cualquier forma, incluso violando el derecho internacional y atacando un país independiente.
Biden llevó los portaviones estadounidenses a Oriente Medio y puso en alerta máxima a 40.000 efectivos en la zona ante un eventual ataque de Irán en respuesta al asesinato por el Estado judío de altos cargos tanto iraníes como de aliados del régimen islámico. El consecuente duelo a baja escala entre Israel e Irán, con un intercambio muy medido de ataques y contraataques, siempre contó con el apoyo militar estadounidense a Tel Aviv.
Ucrania importa menos que Oriente Medio
La guerra de venganza lanzada por Israel en Gaza y el Líbano, y el altísimo riesgo de que se produzca una conflagración con Irán a la que EEUU se vería arrastrado ha superado a la contienda de Ucrania contra Rusia en interés para la opinión pública estadounidense y para los propios candidatos, y así se ha reflejado en la campaña electoral.
Harris ha prometido poner fin a la guerra de Gaza y Trump la de Ucrania, pero parece difícil que ninguno de ellos cumpla inmediatamente ese compromiso en caso de llegar al poder.
El tufillo electoralista marca ambas promesas, aunque el deje aislacionista que define a los republicanos de Trump, más interesados en el problema de la inmigración que en las trifulcas europeas, y el hegemonismo de estos demócratas, dispuestos a no ceder un ápice en la preeminencia de Washington en el mundo incluso a costa de la guerra, subrayan las falacias surgidas en esta campaña.
En el caso de la vicepresidenta estadounidense y candidata del Partido Demócrata esta hipocresía se evidenció con toda su fuerza este domingo, cuando Harris olvido momentáneamente sus proclamas a favor del derecho de Israel a defenderse y su reiterada apuesta por la alianza entre los dos países. Pero, claro, el voto es el voto.
Y éste podría quedar marcado por la indignación de los votantes estadounidenses de origen árabe ante la estrategia israelí de exterminio y desplazamiento de la población palestina. Una estrategia respaldada tácitamente por el silencio y el apoyo armamentístico a Israel de la Administración Biden.
Harris promete apoyo a Gaza, sin dejar de armar a Israel
Así, Harris hizo de tripas corazón, se olvidó durante unas horas de que su marido es una de las más preeminentes figuras del sionismo en Estados Unidos y, en su mitin de Michigan prometió poner fin a las guerras de Gaza y el Líbano, y devolver a los palestinos "su derecho a la dignidad".
"Como presidente, haré todo lo que esté en mi poder para poner fin a la guerra en Gaza, devolver a los rehenes (secuestrados por Hamás) a sus casas y acabar con el sufrimiento en Gaza, garantizar la seguridad de Israel y asegurarme de que el pueblo palestino puede conseguir su derecho a la dignidad, la libertad, seguridad y autodeterminación", afirmó Harris en su mitin en ese estado, donde el voto árabe puede ser decisivo.
Pero si en 2020 Biden superó en Míchigan a Trump en más de veinte puntos, en las elecciones de este martes es el expresidente quien parte con ventaja gracias a la pérdida del apoyo árabe a los demócratas.
Para los árabes de Míchigan es peor que Trump (abiertamente proisraelí) el doble rasero de Harris y la Casa Blanca, con mucha palabrería hueca a favor de la paz en Gaza y Líbano, mientras han nutrido esas guerras con las armas estadounidenses y sus vetos a las sanciones a Tel Aviv en el Consejo de Seguridad de la ONU.
La candidata presidencial del Partido Verde de Estados Unidos, Jill Stein, que considera tan nociva a Harris como a Trump, ha denunciado con indignación esa hipocresía demócrata. "Si Kamala Harris iniciara ahora mismo un bloqueo de armas a Israel, recuperaría muchos de esos votos (de los árabes estadounidenses), pero prefiere perder las elecciones antes que detener el genocidio en Gaza", afirmó Stein en un encuentro con la prensa.
El factor ruso de Trump
En el caso de Trump, el apoyo a Israel es evidente, pero teme la posibilidad de que Netanyahu desate una guerra con Irán en la que Washington tenga que intervenir.
La posibilidad de que Rusia, aliada de Irán, se vea arrastrada al conflicto gusta aún menos a Trump, conocido por sus simpatías rusas. El nuevo orden internacional del expresidente no excluye a Moscú, como se ha empeñado Biden y sus aliados europeos. Por eso, en varias ocasiones, Trump prometió poner fin a la guerra de Ucrania en 24 horas.
No parece que un armisticio pueda concretarse tan rápidamente. Trump simplemente constata lo evidente: Kiev está perdiendo la guerra y, como empresario, ve ya la contienda como un asunto finiquitado y sin interés para Estados Unidos.
Ni siquiera Harris podría sostener mucho ese apoyo a Ucrania, que ha enfangado a Occidente en una guerra que tiene mucho de conflicto postsoviético y de herencia ponzoñosa de la guerra fría, además de los vergonzosos componentes económicos por la rivalidad de Estados Unidos y Rusia en el lucrativo negocio de la explotación y comercialización del gas natural y licuado.
Lo ideal para los demócratas sería que los europeos asumieran más responsabilidades en Ucrania, pero Trump y Harris saben que eso no será así y que pronto habrá que negociar con el presidente ruso, Vladímir Putin. Incluso será preciso obligar a que negocie el mandatario ucraniano, Volodímir Zelenski, empeñado aún en desatar la guerra entre la OTAN y Rusia.
La pesadilla china
No menos importante es el factor China. Para el ganador de las elecciones del martes, el desafío chino promete convertirse en una pesadilla en Extremo Oriente si no se rebaja el nivel de presión ejercido en los últimos años por Washington sobre Pekín. Y Trump parece más dispuesto a soltar esa espita que Harris.
La guerra comercial, la presión tecnológica y el abrazo decidido a Taiwán han desatado un fuerte reacción en China, plasmada en su carrera armamentística, el proteccionismo económico y el incremento de sus lazos con quienes la Casa Blanca considera enemigos, como Rusia o Irán.
Pero además, esta presión sobre China ha derivado en la luz verde dada por Pekín a Corea del Norte (su protegido desde 1949) para que envíe 10.000 soldados a Rusia para luchar en Ucrania, además de ingentes cantidades de munición de artillería y misiles.
El “belicismo” demócrata versus la “incertidumbre” de Trump
La actitud de la Administración Biden hacia China ha sido de confrontación. Con el apoyo a la independencia taiwanesa de China y con la rivalidad surgida en el Pacífico, considerado como el "lago" estadounidense, ante la creciente presencia empresarial china y los cuerdos de seguridad firmados por Pekín con los pequeños estados de esta cuenca oceánica.
La guerra comercial entre EEUU y China ha arrastrado a Europa, y cuando las sanciones no han hecho mella en la producción y comercialización de componentes electrónicos chinos, más baratos que los estadounidenses, se ha recurrido a acusar a Pekín de transferir a Moscú componentes tecnológicos de doble uso que los rusos supuestamente podrían usar para fabricar drones o misiles.
En Asia se recuerda que Trump durante su mandato (2017-2021) se reunió varias veces con el líder norcoreano, Kim Jong-un. Cumbres que no llevarían a mucho, salvo a evidenciar que al empresario devenido en presidente le interesaban más los negocios que el unilateralismo geopolítico retomado por Biden.
Claro, que nadie se fía de lo que puede un político inestable como Trump, que al final pueda imponer su vesania a la economía y la geopolítica. Un tipo que un día abraza a Putin y Kim, y al otro puede estar declarándoles la guerra.
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