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La historia del ermitaño de Maine que robó mil casas en 27 años en EEUU sin que la Policía le atrapara

Chris Knight es uno de los mayores ladrones conocidos de la historia y, también, uno de los hombres que ha pasado más tiempo apartado de la civilización.

Christopher Knight, el hombre que vivió aislado de la sociedad durante 27 años en un bosque de Maine (EEUU), tiempo en el que robó mil casas
Christopher Knight, el hombre que vivió aislado de la sociedad durante 27 años en un bosque de Maine (EEUU), tiempo en el que robó mil casas. Michael Finkel (Cedida)

Pasó días conduciendo su Subaru Brat tras dejar su empleo. No tenía ningún plan, ningún lugar concreto a dónde ir, nada preciso en mente... De Florida a Georgia. Luego, las Carolinas y Virginia y, así, hasta que llegó al norte de Maine, de dónde era oriundo. Cuando el sheriff logró echarle el guante encima, Christopher Knight —hoy, de 57 años— apenas recordaba el momento preciso en que decidió abandonar su coche entre los árboles y adentrarse por el bosque.

"¿Cuándo fue el desastre nuclear de Chernobyl?", preguntó. El agente de la ley consultó su móvil y mencionó una fecha: 1986. Era el 4 de abril de 2013 y había pasado 27 años viviendo en un campamento oculto en un paraje conocido como Little North Pond o Little Pond, a secas. Tenía 20 cuando se alejó del mundo. En todo el tiempo que pasó escondido en la vegetación, pronunció una única palabra tras un encontronazo con dos tipos: "Hola". Ese fue también el único contacto humano que mantuvo desde que dejó atrás la civilización.

Entre los varios nombres con los que los lugareños de Little Pond se referían a él se imponía el de "ermitaño", aunque Knight era también, y sobre todo, un ladrón, uno de los mayores allanadores de moradas conocidos de la historia. De acuerdo a su propia cuenta de la vieja, para sobrevivir robó más de mil cabañas, lo que al final le condujo hasta la cárcel.

Los pormenores de esta historia son esencialmente conocidos gracias a un impresionante trabajo periodístico llevado a cabo por el reportero norteamericano Michael Finkel, nacido en el año 1969, quien escribió en su día un libro publicado en España por Malpaso Editorial con el título de El extraño del bosque.

La obra —y la investigación que la sustenta— debería estudiarse en las escuelas de Periodismo por el modo magistral en que se disecciona al personaje, del mismo modo que Knight —del que ni siquiera Finkel ha sabido nada desde que publicó su libro— podría ser un sujeto de interés extraordinario para antropólogos, psicólogos, psiquiatras y neuroquímicos.

Hay dos cuestiones especialmente fascinantes en esta historia. En primer lugar, Knight no ha sido capaz nunca de explicar por qué tomó la decisión de abandonar la sociedad. En segundo lugar, regresó a ella por la fuerza tras ser apresado por el sheriff sin ninguna enseñanza, nada de lo que alardear, ninguna conclusión o destilado de sabiduría con el que poner la guinda narcisista a un encierro tan prolongado, el más largo sin contacto humano del que se tiene conocimiento. Cuando Mike le preguntó qué clase de verdad profunda se le manifestó en el bosque, Knight "se sentó en silencio, pensativo, furioso o ambas cosas" y, como si fuera un gran místico a punto revelar el contenido de una epifanía, dijo: "Duermes suficientes horas".

Probablemente hay mucho más en la cabeza de ese hombre —a juzgar por el libro, extraordinariamente inteligente—, pero ese "mucho más" se lo reserva para sí mismo. "Yo también creo que se guardó cosas y que esas cosas que se reservó forman parte de su encanto", nos dice el propio Finkel, con el que contactamos en su ciudad de residencia, Salt Lake City.

Knight no supo explicarle nunca al periodista qué le ocurrió en el bosque. Probablemente ni se lo preguntó a sí mismo y, si en verdad se interrogó acerca de ello, no parecía especialmente interesado en hablar sobre sus conclusiones. "Es complicado —le dijo a Finkel—. La soledad favorece las cosas valiosas. No puedo descartar esa idea. La soledad aumentó mi percepción. Pero aquí se complica el asunto: cuando me apliqué a mí mismo esa percepción mejorada, perdí mi identidad. No tenía público, nadie para quien actuar. No necesitaba definirme. Me volví irrelevante. Mis deseos se desvanecieron. No deseaba nada. Ni siquiera tenía nombre. Por decirlo de forma romántica, era completamente libre".

"Prácticamente todo el mundo que ha escrito sobre la soledad profunda ha dicho una versión de lo mismo", sostiene el reportero norteamericano. "Estando solo, la percepción del tiempo y las fronteras se desdibujan. Estas sensaciones las han descrito los ascetas del cristianismo temprano, los monjes budistas, los trascendentalistas y los chamanes, los startsy rusos, los hijiri japoneses, los aventureros solitarios, los nativos americanos y los inuit en las búsquedas de visión", afirma.

"Merton escribe que el verdadero solitario no se busca a sí mismo, se pierde. Esta pérdida del yo es precisamente lo que Knight experimentó en el bosque. En público, siempre llevamos una máscara social, una presentación al mundo. Incluso cuando estamos solos y nos miramos al espejo, estamos actuando, y esa es una de las razones por las que Knight no tenía espejos en el campamento. Se desprendió de todo artificio; se convirtió en nadie y en todos", añade.

De hecho, no usaba un espejo ni tan siquiera para afeitarse, de modo que cuando el sheriff consiguió atraparle, el ermitaño no sabía ni qué rostro tenía; había perdido el sentido de la autoimagen. "Definitivamente, coincido contigo en que alcanzó una especie de estado de budeidad y de disolución del ego", añade Finkel. "Aunque, si se lo preguntáramos a él, diría que no debido a las connotaciones de divinidad de una afirmación así".

A diferencia de los supervivencialistas, Knight vivió 27 años de la rapiña. Hay que ser extraordinariamente inteligente y diestro para que no te pillen después de haber robado más de mil cabañas. El ermitaño salía de su cubículo y se movía siempre en la oscuridad. "Esperaba hasta la medianoche, se echaba al hombro la mochila y su bolsa de herramientas para allanar viviendas y abandonaba el campamento. Colgada del cuello en una cadena llevaba una pequeña linterna, pero no la necesitaba porque conocía cada paso de memoria", dice Finkel.

El campamento en el bosque en el que vivió durante 27 años Chris Knight
El campamento en el bosque en el que vivió durante 27 años Chris Knight. Policía Estatal de Maine

"Se abría camino por el bosque con elegancia y precisión, girando, dando zancadas, sin quebrar ni una rama. Saltaba de roca en roca y sobre alguna raíz sin dejar rastro porque temía que una sola huella bastara para delatarle. Por eso, se deslizaba como un fantasma entre los abetos y los arces y los abedules blancos y los olmos hasta que emergía en la orilla rocosa del lago congelado", continúa el reportero.

Knight ni siquiera sabía que el lugar donde vivía se llamaba Little Pond. No necesitaba esa información porque, tal y como dice Mike Finkel, "había simplificado su mundo hasta quedarse con la esencia, y los nombres no son esenciales". Llevaba un viejo reloj de cuerda para asegurarse de estar de vuelta de sus razzias antes del amanecer, pero no sabía ni la década en la que vivía.

Cuando le detuvieron en 2013, los alguaciles no encontraron en sus bolsillos un documento de identidad. Knight les obedecía mansamente, pero no respondía a sus preguntas y evitaba el contacto visual. Sorprendentemente, no estaba sucio y, "a excepción de una sombra de barba incipiente en el mentón, estaba bien afeitado. No tenía olor corporal perceptible y su pelo estaba primorosamente cortado".

Cuidar su aspecto era otra forma de protegerse cada vez que salía a allanar una morada. Si volvía a darse de bruces con alguien, evitar el aspecto de ermitaño era la mejor manera de que no le identificaran como lo que era. Para cuando lo capturaron, se había transformado en una especie de leyenda. Algunos, no pocos, le habían convertido en el sujeto de su fascinación y toleraban sus robos; otros le temían y le odiaban, no porque sustrajese su comida o sus novelas, sino por arrebatarles algo mucho más preciado: la sensación de seguridad.
La conversación que Knight mantuvo con el sheriff y su ayudante el día en que le atraparon es irreal:

—¿Dirección?
—No tengo.
—¿Dónde le llega el correo?
—No tengo.
—¿Cuál es su dirección fiscal?
—No tengo.
—¿Dónde le envían sus cheques de discapacidad?
—No tengo.
—¿Dónde está su vehículo?
—No tengo.
—¿Con quién vive?
—Con nadie.
—¿Dónde vive?
—En el bosque.
—¿Dónde?
—En algún lugar del bosque, algo alejado .
—¿Dónde se alojaba en invierno?

Knight vivió en el mismo campamento durante casi durante todo el tiempo que pasó en la floresta. "El asentamiento estaba en un lugar sorprendente", reveló Finkel. "Su campamento estaba rodeado de pueblos, carreteras y casas; podía escuchar las conversaciones de los piragüistas en North Pond. Más que haberse desmarcado de la humanidad, la estaba viendo desde las gradas. Desde la cabaña más cercana hasta su refugio se tardaban tres minutos andando si se conocía el camino. Solo Knight conocía el camino. Pero la noche en la que lo arrestaron, antes de ir a la cárcel, reveló su secreto".

Jamás hizo una hoguera para no delatar su posición. Antes del otoño, almacenaba comida para pasar cinco o seis meses sin abandonar la tienda, hasta que la nieve se hubiera derretido lo bastante para poder abrirse nuevamente paso por el bosque sin dejar rastro. "Nunca robó nada de una residencia habitual, donde sería más probable que alguien entrara en cualquier momento", dice el periodista.

"Allanaba cabañas de verano y el campamento Pine Tree. A veces, las cabañas estaban abiertas. Otras, hacía palanca en una ventana, o forzaba una puerta. Solo en Pine Tree pudo llegar a entrar unas cien veces. Se llevaba todo lo que podía, pero no era mucho, así que siempre tenía que volver", narra Finkel.

"Las linternas fueron lo primero que muchas familias echaron en falta. En otros casos, fue un tanque de propano de repuesto. O libros de la mesita de noche o filetes congelados. No era lo suficientemente gracioso para ser un chiste ni lo suficientemente serio para ser un delito. ¿Ibas a llamar a la Policía para decirles que había habido un robo y que alguien se había llevado tus pilas alcalinas y tu novela de Stephen King?", se cuestiona. "Pero, la primavera siguiente, vuelves a la cabaña y te encuentras la puerta abierta. Joder, alguien ha entrado en casa, y probablemente haya pisado el grifo al colarse por la ventana y después lo haya colocado todo para que parezca que no hay nada roto. Esta vez tampoco falta ningún objeto de valor, pero, ahora sí, llamas a la Policía".

"Un verano, una familia tuvo una idea. Pegaron un bolígrafo atado a una cuerda a la puerta principal y escribieron lo siguiente: Por favor, no fuerce la puerta. Dígame qué necesita y se lo dejaré fuera. Y así empezó una moda", prosigue el periodista.

"Pronto, media docena de casas tenían notas pegadas a la puerta. Otros residentes colgaron de la puerta bolsas de plástico con libros, como donaciones para una campaña escolar. Las notas se quedaron sin respuesta. Nadie tocó las bolsas de libros. Los robos continuaron. Un cuarto de siglo después, la situación era totalmente absurda. Estaba el monstruo del Lago Ness, el yeti del Himalaya y el ermitaño de North Pond", relata.

Al final, arrestaron a Christopher Knight, acusado de robo y hurto, y lo internaron en la prisión del condado de Kennebec, en la capital de Augusta. No había sabido nada de su familia en 27 años. Para entonces, su padre estaba muerto, pero su madre, octogenaria, vivía todavía. A Chris le avergonzaba que supiera de su vida como ladrón. No le habían educado para vivir como un mangante.

Fue justamente por aquellas fechas cuando Michael Finkel se enteró de su existencia y logró contactarle. Fue el único periodista que lo hizo. Se intercambiaron cartas, se vieron en persona y viajó a los escenarios del retiro del ermitaño varias veces para escribir, primero, un reportaje y, luego, el mencionado libro, una pequeña joya que se lee del tirón.

"El ser humano ha buscado la soledad en todas las épocas y culturas, y por ese afán algunos han sido venerados y otros repudiados", afirma Finkel. "Ninguno de estos ermitaños estuvo retirado durante tanto tiempo como Knight, al menos no sin la ayuda de asistentes o sin recluirse en un convento o monasterio, como hicieron los padres y madres del desierto", añade. "Puede que hayan existido, o que aún existan ermitaños que estén más escondidos que Knight, pero, de ser así, nunca se han encontrado. Capturar a Knight fue el equivalente humano a atrapar un calamar gigante. Se podría decir que Christopher es la persona más solitaria que se conoce en la historia de la humanidad", reflexiona.

Tras su detención, Knight aseguró que su escapada no debería tomarse como una crítica a la vida moderna. "No estaba juzgando conscientemente a la sociedad o a mí mismo. Solo elegí un camino diferente". Una vez ya en la cárcel, al ermitaño le preocupaba que le llamaran loco, porque esa es la clase de etiqueta que imposibilita una respuesta. Un psicólogo forense del Estado de Maine ofreció tres diagnósticos: síndrome de Asperger, depresión y un posible trastorno esquizoide de la personalidad. Jocosamente, un experto en autismo, Stephen M. Edelson, aventuró algo más osado. "Le diagnostico eremitismo", dijo.

Knight fue condenado a siete meses de prisión, que ya había cumplido en preventiva para cuando fue hecha pública su sentencia. Luego regresó a la casa de su familia. Finkel logró hablar con él en una ocasión, pero, tras la publicación del libro, desconoce qué ha sido de su vida. "¿Crees que fue feliz mientras anduvo solo por los bosques?", le pregunto. "Yo no diría que fue feliz", me dijo. "Esa es la clase de palabra que a él no le gustaría usar. En cierta ocasión, me corrigió y me dijo que estaba contento".

Para Chris, Thoreau era un diletante. De hecho, incluso lo detesta. A Knight no le hacía su madre la colada y, además, jamás sintió el impulso de escribir para ensanchar su ego. Puestos a compararse con alguien, él se ve más reflejado en Robinson Crusoe, aunque este tuviera a Viernes y no batiera su marca temporal de aislamiento. La ocupación en la vida del ermitaño de Little Pond era vivir. Él nunca lo expresó de una manera explícita y Finkel aparcó deliberadamente en su libro cualquier forma de especulación pero, con los datos que tenemos, bien podría aventurarse que Knight se fue a vivir al bosque porque no tenía nada mejor que hacer fuera de él.

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