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Guerra Rusia - Ucrania Vivir bajo las bombas en Mariúpol: "¿Por qué todo esto sigue ocurriendo a personas inocentes?"

Sasha, un trabajador de Médicos Sin Fronteras, narra su complicado periplo para conseguir salir de la ciudad ucraniana asesiada por Rusia con su familia.

24/03/2022 Tropas prorrusas conducen vehículos armados en la situada ciudad de Mariúpol, ante la atenta mirada de la ciudadanía
Tropas prorrusas conducen vehículos armados en la situada ciudad de Mariúpol, ante la atenta mirada de la ciudadanía. Alexander Ermochenko / Reuters

"Nací en Mariúpol y he pasado toda mi vida en esta ciudad. Estudié, trabajé y me lo pasé bien en Mariúpol. La vida era buena en Mariúpol, pero súbitamente se convirtió en un auténtico infierno". Así comienza el desgarrador relato de Sasha, miembro del personal de Médicos Sin Fronteras (MSF), que por motivos de seguridad ha preferido proporcionar solo su nombre de pila.

Cuando comenzó la guerra en Ucrania y el asedio de la ciudad por parte de las tropas rusas, ni Sasha ni su entorno podía creerse lo que estaba sucediendo. "En nuestros tiempos este tipo de cosas simplemente no deberían ocurrir. No esperábamos una guerra ni bombas", explica en un escrito hecho público por la ONG. Creían que solo era algo de lo que se hablaba en la televisión y que alguien frenaría la invasión. "Cuando me di cuenta de que se estaba convirtiendo realidad, me sentí mal, tan mal que no pude comer durante tres días", afirma.

La situación en un primer momento les resultaba medianamente normal, aunque deducían que ya nada era como antes. Entonces, comenzaron los ataques de Rusia a la ciudad y su mundo, tal y como lo conocían, dejó de existir. "Nuestras vidas se entrelazaron con las bombas y los misiles que caían del cielo, destruyéndolo todo. No podíamos pensar en nada más y no podíamos sentir nada más. Los días de la semana dejaron de tener sentido, no podía saber si era viernes o sábado, todo era una larga pesadilla", cuenta Sasha, para apuntillar: "Todo era borroso".

Explica a continuación que en los primeros días de asedio sí que consiguieron  donar parte de los suministros médicos restantes de Médicos Sin Fronteras a un servicio de urgencias en Mariúpol. Pero, de repente, llegaron los cortes de electricidad y teléfono y ya no pudieron contactar más con sus compañeros ni realizar ningún trabajo con la ONG. "Los bombardeos se intensificaron cada día. Nuestras jornadas consistían en tratar de mantenernos con vida y encontrar una salida", resume.

"¿Cómo se puede describir el hecho de que el hogar de una persona se convierta en un lugar de terror?", se pregunta, para a continuación proseguir describiendo la situación: "Nuevos cementerios se levantaban por toda la ciudad, en casi todos los barrios; incluso en el pequeño patio de una guardería cercana a mi casa donde niñas y niños deberían estar jugando". "¿Cómo puede este pasado proporcionar un futuro para nuestros hijos? ¿Cómo podemos soportar más dolor y tristeza?", dice dubitativo. "Con cada día que pasa sientes como si perdieras toda tu vida", afirma con una crudeza que conmueve.

Su hermana estaba tan estresada por los bombardeos que, explica, "pensé que su corazón se detendría". Sasha le dijo durante aquellos duros días que "sería estúpido que muriera de miedo en medio de todo esto". Con el tiempo, fue adaptándose y, en lugar de quedarse paralizada por el miedo, le iba enumerando  escondites que se le ocurrían". Entonces empezó a surgir en su mente un pensamiento que ya no se iría jamás: "Tenía que sacarla de allí".

Tuvieron que desplazarse tres veces en busca del lugar más seguro y, dentro del horror, se considera afortunado y narra conmovido cómo la solidaridad afloró entre las bombas. "La historia ya ha demostrado que la humanidad sobrevive cuando permanece unida y se ayuda mutuamente. Lo he visto con mis propios ojos".

La valentía se convirtió casi en un deber: "Recuerdo a una familia que estaba cocinando en la calle fuera de su casa. A pocos metros de su fogata había dos grandes agujeros en el suelo de los proyectiles que habían alcanzado a otra familia pocos días antes", relata.

Al parecer, es cierto que la esperanza es lo último que se pierde. El 8M decidieron celebrar con música el Día de la Mujer. "Nos sentimos bien al ser felices y reír de nuevo. Incluso bromeamos con que esta pesadilla terminaría". Pero no, todo continuó y les parecía que jamás se detendría.

Intentaron salir de Mariúpol a diario, pero el no saber exactamente qué estaba sucediendo en los alrededores lo complicó mucho. "Un día supimos que un convoy iba a salir, nos metimos en mi viejo coche y nos apresuramos a localizar desde donde partía", explica. Avisaron a tanta gente como pudieron, pero al no haber red telefónica, no fueron capaces de avisar a demasiada gente. 

"La salida fue un gigantesco caos y el pánico era palpable, con muchos automóviles yendo en todas direcciones". En uno de los coches que vieron había tantas personas dentro que le resultó imposible contarlas. "Sus caras estaban pegadas a las ventanas. No sé cómo lograron salir, pero espero que lo consiguieran", afirma Sasha.

No tenían mapa y les preocupaba tomar la dirección equivocada. "Pero de alguna manera, elegimos la correcta y logramos salir de Mariúpol". Y así, comenzó el principio del fin de su pesadilla.

"Fue en ese momento, cuando intentamos escapar de la ciudad, cuando fui consciente de que la situación era peor de lo que pensaba", asegura. Fueron afortunados por poder refugiarse en una parte de Mariúpol que estaba relativamente a salvo. "Pero al salir observamos mucha destrucción y dolor", afirma, para continuar describiendo la situación: "Vimos cráteres gigantes entre los bloques de pisos, supermercados devastados, instalaciones médicas y escuelas, incluso refugios, donde las personas habían buscado un lugar seguro, destruidos".

Por fin Sasha y su familia consiguieron ponerse a salvo, pero sin saber qué les deparará el futuro. "Cuando tuve acceso a Internet, me impactó ver imágenes de mi querida ciudad en llamas y de mis conciudadanos bajo los escombros". Al leer las noticias sobre el bombardeo al teatro de Mariúpol, donde se refugiaban muchas personas, se quedó perplejo: "No encuentro palabras para describir lo que sentí. Solo puedo preguntarme por qué".

La situación hizo imposible llevarse con ellos a algunos de sus seres queridos. "Pensar en ellos y en todos los que siguen allí es difícil de soportar. Me duele el corazón de preocupación por mi familia", explica, para a continuación añadir que intentó volver a la ciudad para rescatarles del horror, pero no pudo consiguirlo. Actualmente, no tiene noticias de ellos.

Reflexiona el cooperante acerca de cómo las personas que se mantengan unidas lo tendrán algo más fácil para poder sobrevivir. "Pero hay muchas que están solas. Las que son muy mayores y frágiles no pueden caminar kilómetros para encontrar agua y comida. ¿Cómo sobrevivirán?", se pregunta.

"No puedo dejar de pensar en una mujer mayor que nos encontramos en la calle hace dos semanas. No caminaba bien y tenía las gafas rotas, así que tampoco podía ver muy bien", Narra cómo, entonces, ella sacó un pequeño teléfono móvil y les pidió que se lo cargáramos si les era posible. Intentó hacerlo con la batería del coche, pero no lo consiguió. Le dijo que la red telefónica estaba caída y que no podría llamar a nadie aunque tuviera batería.

"Sé que no podré llamar a nadie", respondió la mujer. "Pero quizás algún día alguien quiera llamarme". En ese momento, Sasha se dio cuenta de que estaba sola y de que todas sus esperanzas estaban puestas en el teléfono. "Tal vez alguien intente llamarla", afirma. 

Hace ya un mes que Mariúpol se convirtió en un infierno, con ciudadanos y ciudadanas muriéndose cada día por las bombas y sin luz, agua, comida ni atención sanitaria.

"Civiles inocentes hacen frente cada día, cada hora y cada minuto, a condiciones insoportables. Solo una pequeña parte ha conseguido escapar", recuerda Sasha. "¿Por qué todo esto sigue ocurriendo a personas inocentes? ¿Hasta qué punto dejará la humanidad que continúe este desastre?", zanja.

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