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El contragolpe de Erdogan: una rígida jerarquía que conduce a la represión y a la islamización de Turquía

La fuerte represión que ha puesto en marcha el Gobierno de Erdogan está suscitando preocupación en Europa, aunque el presidente turco cuenta con un respaldo considerable en este país que está mirando cada vez más fijamente hacia el islam.

El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan. - REUTERS

EUGENIO GARCÍA GASCÓN

JERUSALÉN.- En el poder desde 2003, el Partido de la Justicia y el Desarrollo, de Recep Tayyip Erdogan, está precipitando la islamización de Turquía fundamentando el proceso en una jerarquía más rígida y represiva que es característica de los movimientos religiosos y nacionalistas contemporáneos.

La oleada de detenciones de los últimos días cuestiona el carácter democrático del Gobierno turco y ha suscitado una gran inquietud en Europa. Sin embargo, Erdogan no parece atender a las protestas e insiste en que las medidas se están adoptando en el marco de un Estado de derecho y con el respaldo que obtuvo en las urnas en las elecciones del año pasado.

Este proceso de islamización turca, que arrancó hace sólo unos años y que alarma en Europa, corre el riesgo de acelerarse a partir del fallido golpe del 15 de julio. Parece natural que Erdogan proceda con más rapidez en esta línea, máxime si se tienen en cuenta que los antecedentes recientes apuntan claramente en esa dirección.

En los últimos años, especialmente a partir de 2012, se ha agilizado la islamización de numerosas escuelas en las que se ha introducido un currículo religioso al lado del currículo laico. El Gobierno de Ankara ha defendido esta medida calificándola de “pluralismo”, aunque los sectores laicos han protestado con vigor y han puesto el grito en el cielo.

Desde 2002 se han construido más de 20.000 nuevas mezquitas, lo que también refleja la tendencia dominante en el país. Recientemente, el Tribunal Constitucional ha anulado las provisiones que prohibían el matrimonio religioso, de manera que se ha abierto paso a la poligamia que hace casi un siglo abolió Atatürk.

Además, algunos de los grandes bancos turcos han inaugurado ramas islámicas donde están prohibidos ciertos beneficios como el interés, algo que numerosos ciudadanos han visto como una respuesta apropiada y necesaria al capitalismo más o menos salvaje de las instituciones financieras.

Asimismo, alrededor de la fecha de las elecciones de junio de 2007 se observó que Erdogan incorporó a la escena pública una serie de símbolos islamistas, e incluso un claro discurso más islamista, llegando a enarbolar el Corán en algunas manifestaciones.

Parece natural que tras el fallido golpe Erdogan busque más apoyo en las clases que le respaldan y que con frecuencia son partidarias de un islamismo más marcado, a diferencia del islamismo aguado que defiende su gran rival, el predicador Fethullah Gülen.

Medidas drásticas

Turquía se halla en estos momentos en una auténtica encrucijada. Erdogan debe escoger en qué dirección ir y sería muy extraño que decidiera dar marcha atrás en el proceso de islamización que justamente han intentado frenar los golpistas y el propio Gülen.

Por ahora Erdogan se está concentrando en reprimir a quienes han apoyado el golpe, que están en todas las esferas, o son enemigos naturales de su partido, es decir a los laicistas y a Gülen, y para ello ha comenzado a adoptar una serie de medidas drásticas que han provocado las protestas de la Unión Europea y de Estados Unidos.

Entre estas medidas se encuentra el decreto que permite la detención durante 30 días de cualquier ciudadano sin necesidad de presentar cargos. Distintas organizaciones de derechos humanos han denunciado que en las cárceles se están cometiendo abusos y se está practicando la tortura, especialmente contra los militares que participaron en el golpe, pero también contra otras personas.

A casi todos los miles de detenidos se los acusa de mantener relaciones con el misterioso movimiento Gülen, cuyas acciones son a menudo secretas

Desde el 15 de julio han sido detenidos decenas de miles de soldados, jueces, fiscales, funcionarios y académicos. A la práctica mayoría se les acusa de mantener vínculos con el movimiento Gülen, una asociación bastante indefinida y ciertamente críptica cuyas acciones a menudo se desarrollan en secreto.

En los últimos días se han cerrado por decreto 1.043 escuelas privadas gülenistas y 1.229 asociaciones y fundaciones de la misma orientación, 35 instituciones médicas, 19 sindicatos y 15 universidades. El decreto debe aprobarlo todavía el Parlamento pero el partido de Erdogan cuenta con mayoría en la cámara, un edificio que fue atacado en la noche del 15 de julio por los golpistas.

Además, se ha decretado el estado de emergencia durante tres meses, lo que implica que se han suspendido una serie de derechos y libertades. Erdogan sostiene que esta medida no debe sorprender a nadie si se tiene en cuenta que se dirige contra los golpistas que atentaron contra la democracia, y ha añadido que medidas similares se han adoptado en países como Bélgica o Francia tras los recientes atentados islamistas.

Algunas otras medidas incluyen el cierre de páginas de internet de instituciones gülenistas o la prohibición de viajar al extranjero a los empleados de las universidades, medidas que pueden resultar difíciles de entender en Europa. De hecho, Bruselas ya ha elevado sus protestas y advertencias al respecto, acompañadas de veladas amenazas.

Curiosamente, el fallido golpe ha debilitado a las formaciones de la oposición democrática, una circunstancia que naturalmente también preocupa en Bruselas. La Unión Europea se halla en una situación complicada si se tiene en cuenta que Erdogan ha sido elegido en las urnas y que claramente cuenta con el respaldo de la mayoría del país.

A estas alturas está claro que Erdogan ha optado por elegir el camino de la represión aunque en Europa se teme que sus reacciones vayan más allá de sofocar una sublevación militar, algo que suscita un sinfín de interrogantes en torno al carácter democrático de Turquía que solamente se aclararán en un futuro próximo.

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